domingo, 26 de abril de 2020

Nueva Normalidad


Parece que es el tema de moda: la “nueva normalidad”. Visualizarla, darle forma, planificarla.

Aún no sabemos cuánto tiempo nos queda de confinamiento, pero ya estamos fuera con la mente, anticipando, tratando de controlar. Y es humano y es, posiblemente, muy válido hacerlo. Que luego vienen las prisas y…

Fuera de bromas (pero siempre con ellas de fondo, con ese humor que aligera pesadumbres y permite agudizar la mirada), por qué no: a mí me apetece jugar. ¿Te apuntas?

Llevamos más de cuarenta días de confinamiento, encierro, clausura. Llámalo X. Creo que ya empezamos a tener material suficiente para empezar a valorar dos aspectos:

¿Qué he echado especialmente de menos?
¿Qué he descubierto en mi vida en este tiempo… y me gusta?

Hoy, te invito a saborear ambas preguntas, a dejarlas macerar, sin forzar las respuestas. Deja que se instalen unos días en tu mente, ahí, como de fondo, silenciosamente activas. Yo he empezado a hacerlo.

Me gusta eso de lanzarme preguntas sin obligarme a responderlas inmediatamente, pronunciarlas, tal vez, incluso en voz alta, a modo de ritual mágico, y dejarlas ahí, reposando, germinando por sí mismas las respuestas necesarias.

Cuando se declaró el estado de alarma, cuando me vi ante la posibilidad de pasar muchos días, inciertas semanas, metida en casa, saliendo apenas a expediciones esenciales a dos manzanas a la redonda… pensé que no iba a ser capaz. Me agobié muchísimo, la verdad. Y pensé que echaría de menos muchas cosas.

La realidad, después, me demostró que estaba equivocada. A la mente, que generaba la ansiedad, comencé a domarla, amorosamente, con paciencia, con constancia, meditación, ejercicio y gratificaciones. Y en cuanto a mis carencias… no fueron tantas, no están siendo tantas como supuse.

¿Descubrimientos? ¿Puede descubrirse algo en una situación tan espantosa, tan propia de película apocalíptica? Pues resulta que sí. Claro que, para ello, he tenido que bajar el volumen de los que pregonaban y expandían el caos, la alarma, la amenaza constante, el pánico, la crítica, el bulo y la difamación. Cerré la entrada a los de las teorías de la conspiración, a los jueces implacables, a los expertos en todo, a las opiniones airadas, a las voces agoreras y a los buitres que se ceban en la desgracia ajena, escarbando en el dolor y la miseria, para difundirlos al mundo, generando a su alrededor un tufo irrespirable.

Vadeado ese río, el resto fue más sencillo. No está siendo un camino de rosas, o sí, con sus espinas, claro. Hubo, y habrá noches oscuras, incertidumbre paralizadora, tristeza, desaliento… Pero también hubo, hay y habrá belleza. Y aprendizaje. Y disfrute.

He descubierto, me he descubierto, disfrutando de cosas tan sencillas, como aprender un truco de magia facilón, para mostrárselo a mis sobrinas a través de Internet. He cocinado (sí, lo admito, yo también) mi propio bizcocho de cumpleaños, he probado recetas nuevas y organizado la comida de la semana (asignatura pendiente en mis ventitantos años de “chica independiente”.

He descubierto a personas maravillosas que regalan su talento por las redes, blogs apasionantes, podcasts enriquecedores. He reconectado con mi espiritualidad. He conocido a los vecinos del otro lado de la calle, qué majos son. He admirado (y admiro) el canto de los mirlos al amanecer y al atardecer (y, a veces, con un bonus track, sin venir a cuento). Respiro un aire mucho más puro y pleno.

Tantas cosas…

Pero, sobre todo, el tiempo. El ritmo de los días se ajusta mejor a mi naturaleza. Hay mucho menos hacer y más ser. Y mira que aún me cuesta no dejarme seducir por mis listas interminables de tareas… Hay más prioridad y menos ladrones del tiempo. Hay más foco en lo que de verdad me importa.

Y eso, quiero llevármelo a esa nueva normalidad de la que hablan. Y dicen que lo primero es la intención. El deseo y la intención. Pues ahí van los míos.

No quiero volver a las prisas, a la sensación de respirar de a poquitos, a regresar a casa atiborrada de información, de emociones desmedidas. Saturada. 

Así que ya estoy dejando florecer las primeras respuestas. Y pondré mi ilusión y mi empeño en que sean la base de mi nueva normalidad. Yo no tengo prisa por volver a lo de siempre. Solo echo de menos algunas cosas de “lo de siempre”, menos de las que imaginé.

Y tú ¿te has animado ya a comenzar el juego?

Invito a jugar a quienes deseen hacerlo. Y comprendo que les resultará más fácil a aquellos a quienes, como a mí, les ha tocado un “confinamiento de burgueses”, que dice mi amigo Manu. Entiendo que no pueden tener la misma frescura ni energía aquellos que han sufrió la enfermedad o el dolor de que la sufran sus seres queridos. Entiendo que no están para muchos trotes quienes lo que se juegan cada día es su vida ante el enemigo invisible y desconcertante. No pueden participar en el juego en igualdad de condiciones quienes viven en la total incertidumbre de cómo rehacer su situación laboral y económica. Mis respetos y ánimos para todos ellos. Ojalá tengan el tiempo y el espacio suficientes para recuperarse y recobrar la fuerza que les haga resurgir.

Para aquellos que deseen hacerlo, porque tienen el ánimo y la disposición, porque tienen curiosidad, porque, por encima de los juegos perversos de la mente, quieren un poco de aire fresco, yo les invito -como me invito a mí misma- a realizar una cierta reflexión.


martes, 21 de abril de 2020

Deseos

¿Mi mayor deseo?

Abrazar. Abrazarles, a ellos, a él y a ella, a ellas, a ellos…

¿Y después?

Después, tumbarme sobre la arena, al amanecer. Sí, sí, esta vez haría el esfuerzo y me levantaría temprano. Porque estoy deseando ver el sol trazando su arco en el cielo. Llevo demasiado tiempo conformándome con verlo asomar entre mi pared y la de enfrente, entre las 3 y las 6. Quiero verlo bajito, naciendo; y en todo lo alto, reinando; y bajito de nuevo, yendo a morir.

Quiero sentir mi cuerpo sobre la arena y oír las olas de la mañana rompiendo leves en la orilla. Por la mañana, suele haber poco viento y pocas olas. Y quiero sentir la tibieza del sol y el olor de las algas.

Incorporarme y caminar, caminar, caminar lejos en esta playa infinita, hasta las dunas. Y bañarme allí y desandar el camino por la orilla, secándome al sol, cada vez más cálido, sintiendo la sal sobre mi piel.

Quiero sentarme frente al mar, con los ojos cerrados, como cada tarde, aquí, en mi casa. Cada tarde, en mi habitación, me siento frente a un mar imaginado y me lleno de su aire salino, y me inunda su energía inmensa. Y evoco las sensaciones, como si estuviera allí. Quiero estar allí.


Sueño con ese momento, ese paseo. Pero luego no sé seguir soñando. ¿Hay gente por las calles? ¿Puedo ir a desayunar al bar de los churros de la plaza? 

Y luego me acuerdo de que en los sueños no se pide permiso, se sueña y punto. Y más en los sueños lúcidos: uno dibuja las cosas como quiere que sean, faltaría más. Aunque es cierto que a algunos se nos ha quedado oxidado eso de soñar, a base de creernos realistas y pragmáticos. ¡Qué incoherencia, si la realidad también se construye de sueños! 

Pues, a soñar como locos, que es gratis, y está permitido incluso en tiempos de confinamiento.

Probemos, probemos a soñar. Hay quienes dicen que creer es crear. Otros, que lo primero es la idea, el pensamiento, y de ahí surge la materia. Probemos teorías, por muy absurdas que nos parezcan, total, qué podemos perder… 

Pero cuánto, cuánto podremos llegar a ganar. 

Por ejemplo, un paseo por la playa. 


domingo, 12 de abril de 2020

Un cuento de primavera


Aquella primavera fue distinta a todas las demás. Las flores seguían naciendo, las hojas verdes volvían a asomar en las ramas de los árboles, los animalillos salían de sus madrigueras… Pero las personas, no. Todos, absolutamente todos, estaban en sus casas. 

¿Todos? En realidad, no. Un buen puñado de héroes salía cada día a luchar contra el pequeño enemigo invisible que les había invadido. Unos, salían a curar a los que habían enfermado; otros, a dejarlo todo limpio, limpio, pues sabían que al enemigo no le gustaba nada nada la limpieza. Y muchos otros trabajaban para que a nadie le faltase la comida. 

Y todos los demás permanecían en sus casas, un día tras otro, durante muuuucho tiempo.

Mientras, la primavera seguía extrañada de que los humanos no salieran a ver su obra que, “modestia aparte, pensaba, este año me ha quedado estupenda”. Así que mandaba a los pájaros a trinar cerca de las ventanas de los hogares, para recordarles que ella ya estaba allí.

Los únicos en darse cuenta de estos mensajes, los únicos que entendieron la preocupación de la primavera fueron los niños. Y se comunicaron entre ellos sin necesidad de verse, en silencio, solo con sus pensamientos, hasta que llegaron a un acuerdo: “Como no podemos salir a disfrutar de la primavera, vamos a traerla a nuestras casas: pintaremos árboles, flores y pájaros de mil colores."

"Y para que ella comprenda que no podemos salir aún a contemplarla, dibujaremos arcoíris y los pondremos en nuestras ventanas y balcones. Será el símbolo de esta primavera, porque todo el mundo sabe que, después de la tormenta, siempre, siempre, siempre, sale el sol. Ella lo entenderá.”

Por eso es que los hogares de todo el mundo están llenos de arcoíris.

Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Porque todos los cuentos terminan, y este también lo hará. 

Para ilustrar este cuento, he contado con la colaboración especial de Irene. Muchas gracias por prestarme tu arte.

viernes, 10 de abril de 2020

Hay sitio para otra flor


Cada mañana de este confinamiento (o, clausura, como prefiero llamarlo, más cariñosamente) me levanto pensando en escribir. “Hoy, sí, hoy me siento y escribo algo”. A cada rato, se me vienen ideas que me gustaría plasmar en el papel, opiniones o contra-opiniones que desearía compartir. Pero no lo hago. ¿Por qué?

Por una parte, por esta manía mía de anteponer cualquier cosa a escribir. “Bueno, casi que primero plancho un poco” “Torrijas, nunca he hecho torrijas, voy a preparar unas, que es la época, hombre” “Nada, nada, llamo a mis padres un momentito, y me siento delante del portátil”

Y todo eso es útil, interesante o necesario, pero me va alejando de mi objetivo.

Por otra parte, se están diciendo ya tantas cosas… Qué voy a añadir yo. He leído cosas maravillosas, reflexiones bellísimas, llenas de autenticidad, llenas de amor. No podría agregar ni una coma. He leído cosas feísimas, llenas de egoísmo, de prejuicios, de ceguera. ¿Y voy a echar yo más leña al fuego, rebatiéndolas?

Pero al final, es lo de siempre, cada flor es única y no tendría sentido que privara al mundo de su color o su aroma, de su belleza, porque ya hay multitud de congéneres haciendo lo propio. Nunca hay suficientes flores. Siempre queda espacio para una más.

Mi confinamiento -perdón, mi clausura- es de burgueses, como dice un amigo mío. Desde mi atalaya, estos días son complejos, por la incertidumbre, por la constante amenaza invisible, por la conexión con el dolor de personas muy cercanas, por la preocupación por cómo vamos a salir de esta -y ya no hablo de volver a la normalidad, sino de cómo vamos a configurar nuestra nueva normalidad- Pero, tengo salud, trabajo, y un balconcito; no tengo hijos a los que ayudar a gestionar sus emociones en esta situación excepcional, en definitiva, mis circunstancias son muy propicias y me permiten vivir estos días desde un lugar privilegiado. Y doy gracias por ello.

El ritmo de este tiempo se ajusta mucho mejor a mis necesidades, duermo más, priorizo mejor (menos lo de escribir), me concentro muchísimo mejor y creo que rindo en el trabajo de forma más productiva.

Me alimento de forma más saludable, jamás había cocinado tanto. Hago ejercicio moderado pero diario. Medito, medito, medito. Dibujo. Cantar, me falta cantar. Esa suerte que tiene mi compañero de clausura.

Empieza a repetirse en más de una conversación con los amigos que ya no queremos volver “a lo de siempre”. Ya no queremos seguir dejándonos arrastrar por una corriente absurda de prisas, de consumo de experiencias, de información, de materiales, que no deja sitio al simple estar. Ya no queremos seguir en la rueda como hamsters.

No sé cómo vamos a conseguirlo, pero a diferencia de antes, que lo soñábamos como de lejos, ahora lo estamos viviendo. Y cuando se prueban ciertos placeres, es difícil abandonarlos.

Es tiempo para imaginar, para soñar, esbozar nuestro futuro, siempre asentados en el presente. Estoy convencida de que de la manera como vivamos estas circunstancias, van a salir las semillas de nuestra nueva forma de vivir. Es que, como dice una buena amiga, esto no es un paréntesis, es parte de nuestra vida, no podremos extirpar este período como si nunca hubiese pasado, por eso, intuyo que lo que hagamos con él, en la medida de nuestras posibilidades, determinará las siguientes etapas.

Y tú, ¿qué estás sembrando estos días?

domingo, 22 de marzo de 2020

Eco


Cuando era pequeña, solía tener muchas pesadillas, generalmente una por mes. No sé si esta regularidad la regía algún proceso biológico desconocido o, simplemente, la generaba yo cada vez que, pasadas unas semanas de la última, pensaba “hace ya mucho tiempo que no sueño con pesadillas”. Era pensarlo y, oh, sortilegio, esa noche: pesadilla.

Y esos sueños me sumían en un profundo terror, tanto que, al despertar, aún necesitaba un tiempo para darme cuenta de lo que era real y lo que no, para poder despegarme de un miedo provocado en un lugar de mi mente que no dormía mientras yo lo hacía.

Entonces, uno de los mejores remedios para volver a la “normalidad” era encender la luz, claro. Y escuchar los ruidos habituales de la noche, como el camión de la basura. Así es como el paso del camión de la basura por mi calle se convirtió en un bálsamo de calma en esas noches, un bálsamo que aún funciona hoy día.

Hoy, a ratos, me pregunto si no habremos pensado demasiado, todos juntos, que “hacía mucho tiempo que no teníamos una pesadilla” y nos hemos ido creando esta. Pero da igual, a mí por lo menos me importa poco de dónde ha salido todo esto que ha convulsionado nuestra normalidad de forma extraordinaria. Ahora lo que necesito es saber cómo transitarla, cómo despertar a pesar de seguir soñándola, cómo dar con el interruptor de la luz.

Quiero encontrar mi camión de la basura en el ejercicio, la creatividad, el humor, ciertas rutinas que me anclan a lo que era mi normalidad.

Quiero ir buscando la luz en la meditación, en la indagación de mí misma, en la exploración valiente de lo que siento, lo que pienso, lo que temo, para llegar a lo que realmente soy, para entender cuál es la realidad y distinguirla del sueño.

Quiero ser ECO de lo que voy encontrando de luminoso en este proceso. Veo que somos muchos los que tenemos el mismo objetivo, y eso me inspira y me anima profundamente. 

¿Y si consigo experimentar lo que esta situación tiene de oportunidad? Sin negar el dolor, sin minimizar la inquietud, sin ocultar las emociones que a veces me paralizan. ¿Y si detrás de todo esto, consigo ver y vivir la semilla de posibilidad que entraña esta realidad?

¿Y si tú también lo consigues?




¿Y si podemos darle un valor, un sentido a este aislamiento, al dolor, a las muertes, al esfuerzo infinito de tantos profesionales en tantos campos? Al menos, no sería en balde.

¿Qué tal…

…vivir esta clausura -como he decidido llamarla- desde la autenticidad, atreviéndonos a mirarnos hacia dentro, a ver qué pasa, dejando de aturdirnos en mil ocupaciones, con tal de no pensar, de no sentir lo que de todas formas estamos sintiendo?

…vivir la clausura explorando qué tengo qué decirme, que nunca tengo tiempo de escuchar? Y quizás también, ¿qué quiero decir a otros, que nunca me atrevo a expresar?

…vivirla enfocados en que, cuando acabe, nos parezcamos más a los que siempre quisimos ser? Individualmente y como sociedad.

Hay cosas que nos exceden, cosas que ya no podemos cambiar. Otras sí. ¿Qué vamos a hacer con esas?

*Imagen de la última salida, antes de comenzar la clausura, que me inspira cada día.

viernes, 26 de julio de 2019

Yin o Yang


Hoy escribo con vistas, y al aire libre. La levísima brisa mece la hamaca que cuelga a mi lado. Observo el perfil desdibujado de la sierra árida que se esconde tras la bruma del Levante en el parque del Cabo de Gata.

Normalmente, si se puede hablar de normalidad o de hábito, en la cadencia de mis entradas al blog (ahora me vendría bien uno de esos emoticonos del monito tapándose la cara, como en signo de vergüenza, sonrojo o, incluso, en solicitud de perdón), escribo desde mi mesa del ordenador, en casa, con vistas al patio interior y a la ropa tendida de los vecinos.

Ahora mismo, en el porche de mi habitación en la casa rural en la que ya casi somos asiduos (y vuelta a la cuestión del manejo temporal de los ritmos y la regularidad), me siento más escritora.

Es como un juego. Días de soledad y silencio en uno de los parajes naturales más propicios para encontrarlos.

Observo…

La aspereza del terreno, la vegetación que resiste al calor y la falta de humedad, ofreciendo sus formas estrafalarias y singularmente bellas. El mar, al fondo, marcando con su azul profundo un contraste brutal con los ocres del terreno. Las flores de las pitas, emergiendo en su canto del cisne, majestuosas, para morir entregando su fecundidad a la tierra.

Escucho…

Podría haber música de fondo, pero prefiero el roce contra el suelo de las flores secas de la buganvilla que se arremolinan en la esquina junto a la hamaca, y el batir de las ramas de la palmera y del ficus. Las chicharras se ponen en marcha, la melodía diurna del verano. La nocturna, claro está, corre a cargo de los grillos.

Siento…

La piel ligeramente tensa tras el día de playa de ayer. Olas, algas, sal, arena y sol.

Y, además, me observo desde fuera como si pasara por aquí, como si fuese otro turista más de la casa, y veo a esa chica, tecleando en su portátil, e imagino que narra una historia, un drama intimista, o, tal vez, escribe un artículo en defensa del medioambiente, en el corazón de un parque nacional, rodeado de plásticos de invernaderos que parecen mares alternativos al otro lado del mar.   

Es interesante observarse como si de un tercero se tratase, uno que pasa por aquí, sin saber nada de mí, y me mira, y se forma su idea. Esta vez elijo imaginarme como una mujer que ha descubierto que crear está en sus manos, en sus dedos. Esa mujer lleva mucho tiempo dándole vueltas a ciertas dualidades, y parece que recién empieza a encontrar el hilo que las une, que les da continuidad, que convierte la letra “O” en “Y”. Y le apetece hablar de ello.

Hay dualidades internas: Vivir o escribir. Orden o caos. Ego o unión. Salir o no salir de la zona de confort. El miedo como enemigo o como aliado. Dejarse llevar o tomar las riendas. Seguridad o riesgo.

Y las hay externas: Izquierda o derecha. Empresa o trabajador. Creyente (en cualquier religión, ideología, terapia, sistema social) o no creyente. Altruista o egoísta. Autóctono o extranjero. Normal o diferente.

Posiblemente tenemos una sobredosis de “oes”, que nos llevan a posicionarnos, a encasillarnos y pertrecharnos de argumentos sólidos con los que levantar nuestras murallas defensivas, si no de ataque.

Es más sencillo trazar una “o”, pero a veces los círculos, que nos protegen y nos dan seguridad, también nos encierran, nos limitan y nos hacen perdernos la riqueza que hay “más allá”.

Y esas son las cosas que piensa la mujer que escribe en el porche junto a la hamaca.

Ahora, se levanta, deja el pareo sobre la hamaca y camina hacia la piscina. Hoy no tiene ganas de lanzarse de cabeza, baja por la escalera despacio, sintiendo el frescor subiendo desde los pies hasta que el agua la cubre hasta el cuello. Da una voltereta, le alegra poder hacerlo sin marearse. Por lo visto, no era la edad, era la falta de costumbre.

Mención especial a La Datilera, un lugar sencillo y acogedor en el paraíso almeriense.

domingo, 7 de julio de 2019

Retorno bajo el peral


Peral: Hola, ¡bienvenida! ¡cuánto tiempo sin verte! ¿qué ha sido de ti? 
Yo: Hola, qué alegría estar de vuelta, tenía tantas ganas de sentarme bajo tu sombra.
P: ¿Has estado de viaje?
Y: De alguna forma.
P: Cuéntame.
Y: Vale. ¿Tienes tiempo?
P: Ya sabes que yo siempre tengo todo el tiempo del mundo. 

Y: Es verdad. ¿Cómo será eso de tener tiempo -todo el tiempo del mundo- para ser, para presenciar lo que ES? Sin querer estar en otro lugar, sin querer ser de otro modo, sin pretender alterar el curso de las cosas, sino fluyendo con ese ritmo, sea cual sea.

Pero bueno, que me desvío del tema. Sí, en cierta forma he estado de viaje. Y sigo en ello.

Hace meses salí de mi zona de confort. Había oído hablar tanto de ese viaje que estaba deseando emprenderlo, pero me daba miedo. Todo el mundo, absolutamente todos los que se habían animado a transitar la zona del cambio, hablaban de fantasmas, de monstruos tenebrosos que les esperaban a poco que salían de su hábitat cotidiano. También decían que era solo una etapa pasajera, que, si seguías caminando con determinación, las criaturas espectrales se desvanecían poco a poco. Estaba todo escrito. Desde el principio, hablaras con quien hablaras, todos los que se habían animado a adentrarse más allá del confort, describían etapas similares.

Y no se equivocaban.

Yo deseaba un cambio, llevaba años dentro de un esquema preestablecido, donde las reglas eran bastante precisas y mi rol, muy definido. Podía aportar más o menos pero dentro de un contexto descrito de antemano. Era consciente de ello, aunque no tanto como lo he sido después, al salir y mirarlo desde afuera.

Se abrió una puerta y decidí abrirla para salir a explorar. Ya solo, del esfuerzo de empujarla, enfermé. Llegué incluso a pensar que estaba tan debilitada por la rutina que no iba a ser posible la salida. Con la enfermedad, llegaron también los primeros fantasmas. Nunca pensé que pudieran ser tan aterradores, tanto que me replanteaba mi decisión cada minuto. Pero me repuse, me acostumbré a mis demonios y salí.

Al principio, había mucha niebla, apenas se veía nada. Tuve la suerte de no ir sola. Otras tres compañeras vieron la misma puerta y tomaron la misma decisión que yo. Pero yo estaba mucho más asustada. A ellas se las veía animadas, seguras, menos mal.

Tras la niebla, descubrimos un inmenso arenal y, entonces, recordamos el pergamino de instrucciones que nos habían entregado. 

En este lugar, pueden crecer flores y correr el agua, descubre cómo, decían los cuatro pergaminos. Sin embargo, cada uno añadía una frase al final que difería del resto. Leí la mía: La duna de oriente es la tuya, has de desplazarla hacia el sur, para permitir que el agua del manantial fluya hacia estos territorios. 

“¿¿¿Tengo que mover una duna??? Pero ¿cómo?” Y al instante apareció una cucharita en mi mano. ¡Una simple cucharita de café! “Y con esto ¿pretenden que mueva una duna?”

No hubo respuesta. Así que, con mi cucharita y determinación, emprendí la tarea.

Y ahí empezó el carrusel de jornadas: unas alegres y esperanzadoras, de alguna forma era como si pudiera sentir la humedad (¿será que estoy cerca del objetivo?); otras, incluso, aparecían duendecillos y hadas a ayudarme y, de repente, veíamos como el trabajo avanzaba (yo creo que la duna se ha movido bastante, es posible, incluso, que se desmorone esta noche a nuestro favor y nos allane el trabajo). Pero otras, muchas muchas otras jornadas, la duna permanecía inmutable, el calor, insoportable, los demonios ensordecedores (“no vas a poder, es IMPOSIBLE”). Algunas noches, incluso, la duna se movía, sí, pero hacia el lado incorrecto, volviendo a hacer crecer el muro que nos separaba de la fuente.

Así he pasado mis últimos meses, querido peral, en busca de un agua de la que aún no he sentido ni el más mínimo frescor. A ratos, ilusionada, a ratos, vencida. Y siempre, acompañada. Afortunadamente, no solo estaban conmigo mis fantasmas, que han hecho lo posible por minar mi confianza e inmovilizarme; también estaban ahí mis tres compañeras, viviendo como yo sus altibajos, sus dudas y sus desalientos. Y sus pequeños y grandes triunfos. Los de todas.

Y, tras los días de derrota, el cansancio, la obsesión de no ver más que una duna por delante (de día y de noche, en todos mis sueños), fue llegando de nuevo la fuerza y la serenidad.

Y la lucidez. Esa que me muestra el espejo que es la vida. La que me recuerda que todo lo exterior no es más que un reflejo de lo interior. Y que cualquier transformación, o es interna o no es nada.

Así, la duna ya no está tanto frente a mí, como dentro de mí. Y los fantasmas empiezan a dejar de ser criaturas odiosas con el único objetivo de minar mi moral, para ser alertas (regulables en sonido y melodía, si me pongo) que me avisan de cuando me estoy dejando llevar por la rutina estéril. Porque he descubierto que hay rutinas fértiles, que te ayudan a avanzar y a crear; otras, estériles, que te dejan quieto, mecido por un runrún adormecedor; y, luego, hay otras incluso destructivas, que te hacen perder todo lo que valoras, todo lo que te impulsa, todo lo que te ilumina la mirada y el corazón.

Así que ya no miro tanto la duna de afuera, ni me importa su tamaño o su posición, porque estoy convencida de que la que importa es la otra, la mía. Y para esa, tengo algo más que una cucharita para moverla. Solo tengo que parar, observar y fluir. Qué fácil, ¿no? Pues no. Pero ahí estamos.

Ahora me gustaría volver a sentarme más a menudo por aquí, contigo, en silencio, a ver lo que surge de nuestra muda conversación. Como hoy, que yo venía con la idea de hablarte de diversidad. Y mira.

Dedicado a mis mosqueteras, las pioneras. Gracias por estar, con coraje, compromiso, apertura, respeto y mucho foco en esa duna ;-)