domingo, 14 de agosto de 2016

Meditando sobre la arena

Hay temas que se pasean recurrentemente conmigo y me acompañan, por ejemplo, cuando camino descalza sobre la arena, en una tarde cualquiera de finales de julio.

La búsqueda de la vocación es uno de ellos. La educación, es otro. El equilibrio, es el que suele sonar de fondo en cualquiera de mis melodías mentales.

Hoy pienso en la princesa que tiene conquistado mi corazón. Puedo evocar sus ojos, sus miradas llenas de matices, sus gestos y su forma de desenvolverse en el mundo. No lleva aún tres años en mi vida y ya llena espacios que no sabía ni que pudieran existir, y despierta las emociones más extremas en mí.

Quiero que viva y crezca plena, libre, auténtica. Y quisiera protegerla de cualquier peligro, real o imaginado por mi tremenda imaginación. En este momento mágico de la infancia más pura, me pregunto cuánto les damos a los niños de educación y cuánto de “educastración”.

Crecí confiando en que el sistema educativo era un gran invento pensado para ayudar a las personas a ser más felices. Así es, en mi pequeña cabecita, yo confiaba en los mayores y, si me mandaban horas a un lugar donde aprendía esto o lo otro, era porque eso era lo mejor que podía hacerse, y me entregaba con ánimo a la tarea.

Creo que mis padres también pensaban lo mismo, creo que muchos de nosotros hemos vivido en la confianza de que no hay nada mejor que hacer con los niños. Hoy, sin embargo, me cuestiono bastante este sistema, sus bases, sus formas, su contenido y su finalidad. No dudo de su valor y de la función que ha ejercido a lo largo de muchos años, pero siento que ha llegado el momento de revisarlo profundamente.

Hay mucho que desarrollar en nuestros pequeños, más allá de la memoria o de inculcarles unos determinados conocimientos. Sería un debate profundo, que ahora apenas esbozo. Está el papel del colegio y el de los maestros. Está el papel de los gobiernos que reforman constantemente el sistema de forma banal y atendiendo a criterios muy poco consistentes. Está el papel fundamental de los padres, como líderes de todo este proceso educativo.

Siento que la renovación está en marcha, ya ha empezado, como puede verse cuando uno descubre a profesores como César Bona, y su nueva forma de entender la enseñanza (https://www.youtube.com/watch?v=LcNWYNp2MSw ). Y cuando uno ve ejemplos magníficos como el de estas madres olímpicas y campeonas que enseñan a sus hijos con el ejemplo más patente, el suyo.

¿Qué mueve la vida sino la pasión? La pasión de estar haciendo lo que has venido a hacer. Y no hablo de nada místico, ni trascendente, o tal vez en el fondo sí, pero no es lo importante, a lo que me refiero es a descubrir dónde se mueve uno como la seda, dónde se siente fluir -como dicen algunos estudiosos del tema-, en qué actividad se nos pasan las horas como si fueran segundos, absortos, entregados.

Por eso, el otro día me emocionaba viendo a Maialen Chourraut festejar su oro olímpico junto a su pequeña. Qué mejor ejemplo puede darle a esa niña que entregarse a su vocación y vivirla con plenitud, como veremos hacer en breve a Teresa Perales en los Paralímpicos (https://www.youtube.com/watch?v=xWh2zEm3_Lo ).

Y ya en 1960 Natalia Ginzburg nos llamaba delicadamente la atención sobre este tema en su relato “Pequeñas Virtudes”:

“(…) si nosotros mismos tenemos una vocación, si no hemos renegado de ella ni la hemos traicionado, entonces podemos dejarlos germinar (a nuestros hijos) tranquilamente fuera de nosotros, rodeados de la sombra y el espacio que requiere el brote de una vocación, el brote de un ser. Esta es, quizá, la única posibilidad que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación, tener nosotros mismos una vocación, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida genera amor a la vida."

Quizás no todos tengamos una vocación que implique una dedicación tan exigente como la de los deportistas de élite o de los artistas consagrados, pero todos tenemos una ilusión, un sueño. Y creo que no hay mejor ejemplo que dar a un hijo, a un sobrino, a un nieto, que vivir enfocado en mostrarnos con la mayor autenticidad posible y en descubrir aquello que nos hace únicos; y al descubrirlo, vivirlo con ilusión al servicio de la comunidad, porque permitirnos brillar animará a otros a brillar también.

Y pienso que una sociedad “encendida”, llena de personas ilusionadas y vivas, tiene toda la pinta de funcionar mejor que una de hombres grises y apoltronados. Por lo menos a mí me resulta mucho más apetecible, pienso mientras continuo mi paseo, con el sol ya rondando el horizonte.