miércoles, 2 de agosto de 2023

De fantasmas y hadas

Veo el mar a lo lejos, entre los edificios enormes a pie de playa. Aquí, abajo, veo la piscina, rodeada de un césped recién cortado (lo sé porque el jardinero me ha servido de despertador a eso de las 8:30). Justo detrás de la piscina, la antigua carretera nacional bulle de tráfico. Hace calor, mucho menos que ayer, eso sí.

No, no estoy en un paraíso y, sin embargo, hay elementos del paraíso justo delante de mí. También del infierno. A mí me toca elegir dónde poner mi atención. Y te aseguro que llevo mucho tiempo poniéndola en lo que no está bien, en lo que “no debería ser así de ningún modo”, en los delitos ecológicos o las faltas de civismo. Mucho tiempo, mucha energía.

En los últimos meses, mi mente me ha arrastrado con facilidad a transitar los infiernos, he experimentado eso que llaman ansiedad y una niebla espesa se ha apoderado de mi alma minimizando mi capacidad de sentir la alegría, la ilusión por caminar, por disfrutar de estar viva.

A ratos, más ratos de los que me gustaría, aún me visitan los fantasmas y me veo como como una niña atemorizada, abrazada a sus rodillas en una esquina, sintiendo que no puede hacer nada contra tamaño enemigo.

Hoy no, hoy me he levantado con una sonrisa. Guau, parece trivial, pero para mí es algo maravilloso. Y mis ojos se posan antes en el contraste del azul del agua y el verde de la hierba que en la ristra de coches que atisbo justo detrás de la valla. Hoy, mis oídos escuchan antes las chicharras, con su himno veraniego, que el sonido de las ambulancias o el claxon del conductor impaciente.

¿Estoy a merced de mis emociones? ¿Vivo esclava de estos altibajos? En los ratos de oscuridad pienso que es así, pero luego, cuando la niebla se despeja, me doy cuenta de que hay margen, siempre hay margen de actuación. A veces es mínimo, esas veces solo queda aceptar la tormenta, observarla, tratando de no juzgarla, de no demonizarla, y eso es lo difícil: aceptar sin resistencias, sin el continuo juicio de “esto no debería ser así”, “yo no debería sentirme así”. Otras veces, el margen es más amplio, mucho más amplio. Y puedo tomar pequeñas decisiones que me alejen de la niebla: respirando profundo o, simplemente, contemplando la belleza en lo que me rodea.

Hoy, en este incierto paraíso, han venido las hadas a visitarme y a recordarme precisamente eso: lo asombroso del mero hecho de la contemplación de lo que ES, de ese famoso Aquí y Ahora. Ellas lo dicen mucho más bonito que yo, ellas revolotean juguetonas a mi alrededor, mientras preguntan:

¿Quitarías a las mariposas del mundo?

Son bellas y juguetonas, pero no tienen mayor utilidad. Bueno, sí, la tienen, ayudan a la polinización de las flores, pero… al fin y al cabo, las flores ¿qué utilidad tienen? ¿Quitarías a las flores del mundo?

¿Por qué os empeñáis -me preguntan extrañadas- en medir el valor de las cosas en términos de utilidad? O, tal vez, podríamos preguntaros por qué no consideráis útil la mera contemplación de lo hermoso, de los regalos que la naturaleza nos ofrece, sin más.

Vivís demasiado aturdidos por ruidos innecesarios y actividades que os separan de vuestra auténtica esencia. Vosotros mismos sois parte de la naturaleza, sois hijos de Madre Tierra, sois parte del paisaje.

No perdáis el tiempo en la queja, eso sí: actuad para mejorar lo que creáis mejorable (en nuestra opinión, tenéis mucho trabajo por delante -murmuran burlonas-)

No os empeñéis en mantener demasiado tiempo vuestro enfado, vuestra indignación, incluso vuestra tristeza. Sería como ver encenderse un piloto de alerta del coche y quedarse eternamente mirándolo, gritando “¡se ha encendido una luz roja!”. Id más allá.

Para salir de la inercia os hace falta otro nivel de energía, desde la densidad es difícil vibrar en alegría, ser como los niños, que transitan las emociones sin apegarse a ellas, con naturalidad. En ello, de nuevo, la mera contemplación de los regalos que os da la naturaleza os será de gran ayuda.

Contemplad la mariposa, la flor del hibisco, las hortensias, la buganvilla que envuelve aquella pared; los pinos, alerces o hayas; los riachuelos, el mar.

Contemplad el oleaje, el corzo esquivo, la mariquita sobre la brizna de hierba. Sentid el viento despertando vuestra piel. Escuchad el canto de los mirlos, el de los grillos, o el sonido suave del fluir del agua. No esperéis a que todo sea perfecto para disfrutarlo, aprended a mirar.

Parecen cosas sencillas, un mensaje obvio y retórico, pero es sumamente poderoso si de verdad lo vivís, por un minuto hoy, mañana tal vez cinco, y pasado, quizás se os pasen las horas en la “inutilidad” de la contemplación, mientras el alma se os va vaciando de ruidos superfluos, de interferencias, y la paz va haciendo su nido.

Y con esto, enmudecen sonrientes, revolotean a mi alrededor haciéndome cosquillas y se marchan. Agradecida, cierro los ojos y siento calma, liviandad, cojo un papel y escribo.