domingo, 14 de enero de 2018

El chamán

Muchas veces me he preguntado quién soy yo para decirle a nadie cómo vivir su vida, o para dar consejos o fórmulas para “vivir mejor”. Y aún así he hecho gran cantidad de formación cuyo objetivo era ése precisamente: ayudar a otros. Y, con las mismas, no he pasado de dos o tres prácticas posteriores a cada curso, porque yo… siempre necesito estar más formada, tener más herramientas para atreverme con algo tan delicado como acompañar a otro en un proceso de transformación.

A menudo me he planteado cierta dualidad: cómo voy yo a ayudar a nadie si sigo cayendo en mis “pozos negros” de vez en cuando, si cuando llega “la noche oscura del alma”, si cuando llega mi invierno y me quedo sin hojas, me sigo creyendo que esta vez va a ser para siempre y no voy a saber salir.

En realidad, ese es el susurro de una de mis voces interiores, y es cierto que hay otras que callan, seguras de que esto no es más que una etapa más del camino, y, posiblemente, una etapa tras la que recogeré mucho fruto.

El caso es que me sigue sorprendiendo cuando algunas personas me dicen que les aporto paz, que les transmito seguridad y leerme les conecta con algo suyo interior que les da fuerza y luz. ¿Quién yo?

Y luego me río por dentro cuando le hablo a alguna amiga de la última formación, charla o el último libro que me ha inspirado y me dice: “pero, con tantas cosas como has leído y has hecho, ¿cómo te sigues encontrando en esos abismos tuyos? ¿sientes de verdad que has aprendido algo?”

Cuando escuché por primera vez esta pregunta me quedé verdaderamente fuera de juego. Luego me la estuve preguntando yo una y otra vez hasta que fui dando con mis respuestas.

No seré una “chamana” y no sé si he venido a este mundo a ayudar, a facilitar el cambio o a qué, pero desde luego, me identifico totalmente con estas frases de Claudio Naranjo:

“Todos nacemos heridos por el impacto de nacer al mundo. La mayor parte de la gente se adapta, pero el chamán es el extremo contrario: tiene demasiado contacto con su experiencia.

Y ese descontento le lleva a que no le quede otra opción que arreglarse el alma, encontrando en ese camino cosas que otros no encuentran."

Cuántas cosas y cuántas personas he encontrado (y encuentro) en ese camino de arreglarme el alma. No tengo palabras. Mi espíritu de eterna insatisfecha me lleva a ir en pos de esa mitad del vaso por llenar, despreciando en cierta manera, todo el líquido que ya hay. Pero el ratito que me da por ser más benévola conmigo misma y reconocer todo el camino recorrido… lo flipo.

Cuánta sincronía maravillosa, cuánto encuentro puramente mágico, cuanta palabra justa en el momento justo, cuánta herramienta para mirar desde otro lugar, para apreciar, para saborear la vida desde otro ángulo, para redefinir la propia historia, para marcar la dirección del siguiente paso.

Con el tiempo, incluso, voy viendo que, en el fondo, no hay nada que arreglar, que todo está bien, vamos, todo lo bien que puede estar un ser espiritual en un cuerpo limitado, sujeto a las coordenadas de espacio-tiempo y a la gravedad. Al menos, es como yo lo entiendo.

Y que todo es más bien cuestión de mantener este “traje de buzo”, que nos permite vivir esta experiencia terrenal, en el mejor estado posible, y posiblemente, reconectar con “el cloud”, con lo que de verdad somos, a través del silencio, la meditación, el contacto con la naturaleza o cualquier otra cosa que nos ayude a ver con claridad lo que de verdad importa.

Y, entre tanto, aquí seguimos, sentándonos bajo el peral cuando nos apetece, para parar, observar, sentir y compartir.