viernes, 24 de febrero de 2012

Boston 3:45 pm

Esta es la crónica de un amor anunciado.

Se conocieron hace años, más de diez, lo cual es una eternidad para gente “tan joven” como nosotros. Fue en Londres, adonde ambos viajaron, como tantos españolitos de nuestra generación, para mejorar el inglés y encontrar un empleo con el que pagar la estancia. Su compenetración fue inmediata. No sé si en ese momento se dieron cuenta de que eran el uno para el otro, pero yo, mientras ella me lo contaba, meses después, al pie de la Torre del Oro, sí que pude intuirlo.

Sin embargo, la suya no ha sido una historia típica, como no podía ser menos dada la singularidad de los protagonistas. Lo primero que consolidaron fue su amistad. Una amistad llena de diálogo, ternura y complicidad, que nos dejaba a todos atónitos e incrédulos.

Y en paralelo, cada cual vivía otras preciosas historias de amor. Descubrían el amor en el rostro, el cuerpo y el alma de otras personas tan auténticas y especiales como lo son ellos. Y seguía su confianza, su apoyo y su constante “estar” en la vida del otro.

Tuvieron momentos de distanciamiento, de desencuentros, que no coincidieron con los múltiples viajes y estancias en el extranjero de uno y otra.

Vivieron, aprendieron, crecieron, lucharon aquí y allá, en este continente y al otro lado del charco. Su independencia y sed de aventuras no les dejaban para mucho en la misma ciudad, ni en el mismo país.

Y un día, llegaron a un punto de no retorno: se quedaron en silencio por un momento, apagaron los ruidos de sus respectivas vidas y se miraron a los ojos. Entonces, descubrieron (o redescubrieron) que eran el uno para el otro, que la vida de uno tenía sentido si el otro estaba ahí para compartirla.

Y se entregaron a ese amor anunciado desde sus primeros días londinenses. Y, como todo en su historia, decidieron dar un paso más de una forma peculiar: casándose en la más estricta intimidad en el Ayuntamiento de Boston, la ciudad que les dio cobijo como pareja.

Me siento muy feliz de ser testigo de su historia, de su amistad y su amor. Ambos me han enseñado que la vida no es como muchos quieren hacernos creer -una suma de convencionalismos y de hitos que superar en un tiempo determinado-: la vida es lo que queramos hacer de ella.

Y hoy me pongo por montera al tiempo y la distancia y me marcho a Boston a leer en la ceremonia de su boda este pequeño relato, homenaje a su bella historia.

¡Vivan los novios!

martes, 21 de febrero de 2012

Mi pequeño amigo

Me he echado un amigo nuevo. (Es curiosa esa expresión: "echarse un amigo", como el que se echa más azúcar en el café o se echa un fardo a la espalda...)

Mi amigo es pequeño, tendrá 4 años, pelo castaño, la piel muy blanca y un abriguito marrón claro. Tiene una sonrisa que ilumina el alma y una carita inocente que dan ganas de abrazarlo para protegerlo y, también, para contagiarse de su inocencia y de su alegría.

Y ya no sé más de él. Porque nunca hemos hablado, él ni siquiera me ha visto. Y es que mi amistad es unívoca, de mí hacia él y ya.

Todas las mañanas, de camino al trabajo, pasamos con el coche por una larga avenida. Y él está con su padre y otros niños a la altura de una inmobiliaria, esperando el autobús al cole (la ruta, que le dicen por aquí).

Cuando hace frío, se queda en las escaleritas que llevan al portal de al lado, porque ahí da menos el viento. Cuando no hace tanto frío, sale afuera y se le puede ver correteando, dando saltitos o haciéndole preguntas a su padre.

Si al pasar estoy medio dormida (a la ida siempre conduce Mori), me despierta para avisarme de que estamos llegando, porque sabe que verle me da mucha alegría.

Y así es, una cosa tan sencilla como ver a un niño feliz, me llena tanto. Y mis mañanas comienzan con una sonrisa en el corazón.