Cuando era pequeña, solía tener
muchas pesadillas, generalmente una por mes. No sé si esta regularidad la regía
algún proceso biológico desconocido o, simplemente, la generaba yo cada vez
que, pasadas unas semanas de la última, pensaba “hace ya mucho tiempo que no
sueño con pesadillas”. Era pensarlo y, oh, sortilegio, esa noche: pesadilla.
Y esos sueños me sumían en un
profundo terror, tanto que, al despertar, aún necesitaba un tiempo para darme
cuenta de lo que era real y lo que no, para poder despegarme de un miedo provocado
en un lugar de mi mente que no dormía mientras yo lo hacía.
Entonces, uno de los mejores
remedios para volver a la “normalidad” era encender la luz, claro. Y escuchar
los ruidos habituales de la noche, como el camión de la basura. Así es como el
paso del camión de la basura por mi calle se convirtió en un bálsamo de calma en
esas noches, un bálsamo que aún funciona hoy día.
Hoy, a ratos, me pregunto si no
habremos pensado demasiado, todos juntos, que “hacía mucho tiempo que no
teníamos una pesadilla” y nos hemos ido creando esta. Pero da igual, a mí por
lo menos me importa poco de dónde ha salido todo esto que ha convulsionado
nuestra normalidad de forma extraordinaria. Ahora lo que necesito es saber cómo
transitarla, cómo despertar a pesar de seguir soñándola, cómo dar con el
interruptor de la luz.
Quiero encontrar mi camión de la
basura en el ejercicio, la creatividad, el humor, ciertas rutinas que me anclan
a lo que era mi normalidad.
Quiero ir buscando la luz en la
meditación, en la indagación de mí misma, en la exploración valiente de lo que
siento, lo que pienso, lo que temo, para llegar a lo que realmente soy, para
entender cuál es la realidad y distinguirla del sueño.
Quiero ser ECO de lo que voy
encontrando de luminoso en este proceso. Veo que somos muchos los que tenemos
el mismo objetivo, y eso me inspira y me anima profundamente.
¿Y si consigo experimentar lo que
esta situación tiene de oportunidad? Sin negar el dolor, sin minimizar la
inquietud, sin ocultar las emociones que a veces me paralizan. ¿Y si detrás de
todo esto, consigo ver y vivir la semilla de posibilidad que entraña esta
realidad?
¿Y si tú también lo consigues?
¿Y si tú también lo consigues?
¿Y si podemos darle un valor,
un sentido a este aislamiento, al dolor, a las muertes, al esfuerzo
infinito de tantos profesionales en tantos campos? Al menos, no sería en balde.
¿Qué tal…
…vivir esta clausura -como he
decidido llamarla- desde la autenticidad, atreviéndonos a mirarnos hacia
dentro, a ver qué pasa, dejando de aturdirnos en mil ocupaciones, con tal de no
pensar, de no sentir lo que de todas formas estamos sintiendo?
…vivir la clausura explorando qué
tengo qué decirme, que nunca tengo tiempo de escuchar? Y quizás también, ¿qué
quiero decir a otros, que nunca me atrevo a expresar?
…vivirla enfocados en que, cuando
acabe, nos parezcamos más a los que siempre quisimos ser? Individualmente y como sociedad.
Hay cosas que nos exceden, cosas
que ya no podemos cambiar. Otras sí. ¿Qué vamos a hacer con esas?
*Imagen de la última salida, antes de comenzar la clausura, que me inspira cada día.