domingo, 22 de marzo de 2020

Eco


Cuando era pequeña, solía tener muchas pesadillas, generalmente una por mes. No sé si esta regularidad la regía algún proceso biológico desconocido o, simplemente, la generaba yo cada vez que, pasadas unas semanas de la última, pensaba “hace ya mucho tiempo que no sueño con pesadillas”. Era pensarlo y, oh, sortilegio, esa noche: pesadilla.

Y esos sueños me sumían en un profundo terror, tanto que, al despertar, aún necesitaba un tiempo para darme cuenta de lo que era real y lo que no, para poder despegarme de un miedo provocado en un lugar de mi mente que no dormía mientras yo lo hacía.

Entonces, uno de los mejores remedios para volver a la “normalidad” era encender la luz, claro. Y escuchar los ruidos habituales de la noche, como el camión de la basura. Así es como el paso del camión de la basura por mi calle se convirtió en un bálsamo de calma en esas noches, un bálsamo que aún funciona hoy día.

Hoy, a ratos, me pregunto si no habremos pensado demasiado, todos juntos, que “hacía mucho tiempo que no teníamos una pesadilla” y nos hemos ido creando esta. Pero da igual, a mí por lo menos me importa poco de dónde ha salido todo esto que ha convulsionado nuestra normalidad de forma extraordinaria. Ahora lo que necesito es saber cómo transitarla, cómo despertar a pesar de seguir soñándola, cómo dar con el interruptor de la luz.

Quiero encontrar mi camión de la basura en el ejercicio, la creatividad, el humor, ciertas rutinas que me anclan a lo que era mi normalidad.

Quiero ir buscando la luz en la meditación, en la indagación de mí misma, en la exploración valiente de lo que siento, lo que pienso, lo que temo, para llegar a lo que realmente soy, para entender cuál es la realidad y distinguirla del sueño.

Quiero ser ECO de lo que voy encontrando de luminoso en este proceso. Veo que somos muchos los que tenemos el mismo objetivo, y eso me inspira y me anima profundamente. 

¿Y si consigo experimentar lo que esta situación tiene de oportunidad? Sin negar el dolor, sin minimizar la inquietud, sin ocultar las emociones que a veces me paralizan. ¿Y si detrás de todo esto, consigo ver y vivir la semilla de posibilidad que entraña esta realidad?

¿Y si tú también lo consigues?




¿Y si podemos darle un valor, un sentido a este aislamiento, al dolor, a las muertes, al esfuerzo infinito de tantos profesionales en tantos campos? Al menos, no sería en balde.

¿Qué tal…

…vivir esta clausura -como he decidido llamarla- desde la autenticidad, atreviéndonos a mirarnos hacia dentro, a ver qué pasa, dejando de aturdirnos en mil ocupaciones, con tal de no pensar, de no sentir lo que de todas formas estamos sintiendo?

…vivir la clausura explorando qué tengo qué decirme, que nunca tengo tiempo de escuchar? Y quizás también, ¿qué quiero decir a otros, que nunca me atrevo a expresar?

…vivirla enfocados en que, cuando acabe, nos parezcamos más a los que siempre quisimos ser? Individualmente y como sociedad.

Hay cosas que nos exceden, cosas que ya no podemos cambiar. Otras sí. ¿Qué vamos a hacer con esas?

*Imagen de la última salida, antes de comenzar la clausura, que me inspira cada día.