En mi imaginario particular, la
noche del 31 de diciembre aparece separada del inicio del 1 de enero como si de
una meta se tratase… Va uno corriendo, o al paso que llegue cada cual a estas
alturas, y va viendo a lo lejos el arco con el letrero: FIN, LLEGADA o META. Y,
a medida que se acerca, las palabras se desdibujan y se van transformando en:
INICIO, SALIDA… Y cruza por debajo, llevándose por delante la cinta y
convirtiendo la meta en punto de partida.
Atrás se queda el bullicio, el
remolino de sensaciones y vivencias acumuladas los 365/366 días anteriores,
adelante… el vacío, todo blanco, el silencio, la posibilidad.
Hace poco, comentaba con una
amiga cómo ha cambiado mi perspectiva del Año Nuevo con respecto a épocas pasadas.
Antes, esperaba con ilusión a ver qué me deparaba el año, lo imaginaba como un
regalo ya elaborado que había que degustar o tratar de tragar según tocaran los
sabores. “1986, éste va a ser mi año”. “1995 será un buen año, sí, lo presiento”.
Ahora, los años por venir los
imagino como juegos de construcción: tendré más o menos piezas, mis manos, mis
ganas y mi creatividad, y, con eso trataré de crear el mejor año de que sea
capaz. Y ocurrirán cosas “porque sí”, cosas que me hagan llorar de pena, o de
rabia, o de alegría. Pero la mayoría de las cosas serán el fruto de mis
decisiones.
Pensar así me hace sentirme responsable
de mi vida y no la princesa del cuento que espera adormecida la llegada del
príncipe que llene de luz sus días. Ahora la luz la enciendo yo. Y también la
apago, lo reconozco. Confieso mi facilidad para darle al interruptor y vivir en
la sombra y lamentarme desde la penumbra.
Pero cada día la lucidez me
permite ver más. Antes consideraba a la lucidez casi como un castigo: ser tan
consciente de mis victimismos me hacía sufrir y no me ayudaba nada. Ahora, he
dado un paso más y empiezo a usarla para iluminar mis herramientas. Las que me
ayudan a crecer, a ser más yo y a salir de los atolladeros en los que yo solita
me meto.
Os deseo, por tanto, un Nuevo Año
lúcido. Que nuestra luz interior se haga cada vez más potente y nos haga ver
más allá de nuestras pequeñas miserias. Y dejemos asomar nuestra grandeza. Y,
cual luciérnagas gigantes, iluminemos un mundo bello y bueno.
Feliz 2017
*Imagen de la Patagonia, reflejo de una de las mejores decisiones que he tomado en 2016.