Siempre he pensado que cada
persona se convierte, inevitablemente, en el centro de su mundo. Es el eje de
coordenadas de su propia existencia y la vara de medir la “normalidad” o la “rareza”
de cualquier cosa. Cuanto más se parezca a lo que suele vivir, más normal lo
considerará.
Así, normalizamos cosas que
podrían ni existir, pero como ya hemos convivido tanto con ellas, ni nos llama
la atención que estén ahí. Cosas, experiencias, relaciones, hábitos,
tradiciones…
Por eso, me encanta viajar, para
tratar de situarme en el “eje de coordenadas” de otra persona y ver el mundo
con su escala de valores. Así, de repente, muchas de mis “normalidades” se me
caen al suelo, por absurdas.
Una vez, sin embargo, escuché
decir a una amiga que tenía muchas ganas de vivir en Estados Unidos porque, claro,
Washington, Nueva York… son el centro del mundo. Y pensé “Ah, ¿sí?”, y me puse
a reflexionar este nuevo punto de vista. “A lo mejor yo vivo en la periferia
del mundo, podría ser. Claro, allí es donde se hace la Gran Política, donde se
mueve el dinero, desde donde el arte, la moda, la publicidad, marcan la pauta.”
Sería como el epicentro de un terremoto
pero con consecuencias inversas: a nosotros, lo que nos llega es la onda
expansiva, pero los daños son más graves cuanto más te alejas de donde se
origina todo.
Así que ése es el centro del
mundo.
¿O no?
¿O será China? Un país que podría
englobar a nuestro Viejo Continente y que se ha despertado, cual adolescente
perezoso y empieza su “noche de juerga”…
¿O… seguirá siendo cualquier
aldea, ciudad o isla en la que te encuentres TÚ (o me encuentre yo)? Es
evidente que la capacidad de influencia de los distintos países del mundo no es
la misma, es obvio que lo que se decide en según qué “casas” tiene un impacto
global en el planeta. Y la Historia va definiendo el centro del mundo en
función de las épocas: imperios emergentes, imperios desmoronados…
Pero luego está la historia, esa
con minúsculas, que es la que llena los libros, pantallas y memorias. La
Historia es el marco, el contexto, pero lo que le da VIDA son las personas, con
nombre y apellidos, la microhistoria, las pequeñas glorias y miserias, el breve
instante…
Desde mi pequeño lugar en el
mundo, todo adquiere sentido a medida que lo vivo y lo experimento yo misma.
Y, de nuevo, “normalizo y
enrarezco” en función de mi experiencia. Y lo mismo haces tú, y ella, y aquellos otros. Y se multiplican los centros, tantos
como personas.
Sin embargo, dicen que, para poder vivir cada
vez con más equilibrio y serenidad, es necesario volver la mirada hacia dentro
y escuchar de verdad el silencio. Dicen que ahí se halla la respuesta a todo,
el centro único que nos une y que le da sentido a todo. Un único centro… que no
está en América ni en Asia, sino en todas partes al mismo tiempo.
¿Será verdad?
*Imagen: Nueva York desde el Ferry que vuelve de Staten Island. 2010