domingo, 26 de abril de 2020

Nueva Normalidad


Parece que es el tema de moda: la “nueva normalidad”. Visualizarla, darle forma, planificarla.

Aún no sabemos cuánto tiempo nos queda de confinamiento, pero ya estamos fuera con la mente, anticipando, tratando de controlar. Y es humano y es, posiblemente, muy válido hacerlo. Que luego vienen las prisas y…

Fuera de bromas (pero siempre con ellas de fondo, con ese humor que aligera pesadumbres y permite agudizar la mirada), por qué no: a mí me apetece jugar. ¿Te apuntas?

Llevamos más de cuarenta días de confinamiento, encierro, clausura. Llámalo X. Creo que ya empezamos a tener material suficiente para empezar a valorar dos aspectos:

¿Qué he echado especialmente de menos?
¿Qué he descubierto en mi vida en este tiempo… y me gusta?

Hoy, te invito a saborear ambas preguntas, a dejarlas macerar, sin forzar las respuestas. Deja que se instalen unos días en tu mente, ahí, como de fondo, silenciosamente activas. Yo he empezado a hacerlo.

Me gusta eso de lanzarme preguntas sin obligarme a responderlas inmediatamente, pronunciarlas, tal vez, incluso en voz alta, a modo de ritual mágico, y dejarlas ahí, reposando, germinando por sí mismas las respuestas necesarias.

Cuando se declaró el estado de alarma, cuando me vi ante la posibilidad de pasar muchos días, inciertas semanas, metida en casa, saliendo apenas a expediciones esenciales a dos manzanas a la redonda… pensé que no iba a ser capaz. Me agobié muchísimo, la verdad. Y pensé que echaría de menos muchas cosas.

La realidad, después, me demostró que estaba equivocada. A la mente, que generaba la ansiedad, comencé a domarla, amorosamente, con paciencia, con constancia, meditación, ejercicio y gratificaciones. Y en cuanto a mis carencias… no fueron tantas, no están siendo tantas como supuse.

¿Descubrimientos? ¿Puede descubrirse algo en una situación tan espantosa, tan propia de película apocalíptica? Pues resulta que sí. Claro que, para ello, he tenido que bajar el volumen de los que pregonaban y expandían el caos, la alarma, la amenaza constante, el pánico, la crítica, el bulo y la difamación. Cerré la entrada a los de las teorías de la conspiración, a los jueces implacables, a los expertos en todo, a las opiniones airadas, a las voces agoreras y a los buitres que se ceban en la desgracia ajena, escarbando en el dolor y la miseria, para difundirlos al mundo, generando a su alrededor un tufo irrespirable.

Vadeado ese río, el resto fue más sencillo. No está siendo un camino de rosas, o sí, con sus espinas, claro. Hubo, y habrá noches oscuras, incertidumbre paralizadora, tristeza, desaliento… Pero también hubo, hay y habrá belleza. Y aprendizaje. Y disfrute.

He descubierto, me he descubierto, disfrutando de cosas tan sencillas, como aprender un truco de magia facilón, para mostrárselo a mis sobrinas a través de Internet. He cocinado (sí, lo admito, yo también) mi propio bizcocho de cumpleaños, he probado recetas nuevas y organizado la comida de la semana (asignatura pendiente en mis ventitantos años de “chica independiente”.

He descubierto a personas maravillosas que regalan su talento por las redes, blogs apasionantes, podcasts enriquecedores. He reconectado con mi espiritualidad. He conocido a los vecinos del otro lado de la calle, qué majos son. He admirado (y admiro) el canto de los mirlos al amanecer y al atardecer (y, a veces, con un bonus track, sin venir a cuento). Respiro un aire mucho más puro y pleno.

Tantas cosas…

Pero, sobre todo, el tiempo. El ritmo de los días se ajusta mejor a mi naturaleza. Hay mucho menos hacer y más ser. Y mira que aún me cuesta no dejarme seducir por mis listas interminables de tareas… Hay más prioridad y menos ladrones del tiempo. Hay más foco en lo que de verdad me importa.

Y eso, quiero llevármelo a esa nueva normalidad de la que hablan. Y dicen que lo primero es la intención. El deseo y la intención. Pues ahí van los míos.

No quiero volver a las prisas, a la sensación de respirar de a poquitos, a regresar a casa atiborrada de información, de emociones desmedidas. Saturada. 

Así que ya estoy dejando florecer las primeras respuestas. Y pondré mi ilusión y mi empeño en que sean la base de mi nueva normalidad. Yo no tengo prisa por volver a lo de siempre. Solo echo de menos algunas cosas de “lo de siempre”, menos de las que imaginé.

Y tú ¿te has animado ya a comenzar el juego?

Invito a jugar a quienes deseen hacerlo. Y comprendo que les resultará más fácil a aquellos a quienes, como a mí, les ha tocado un “confinamiento de burgueses”, que dice mi amigo Manu. Entiendo que no pueden tener la misma frescura ni energía aquellos que han sufrió la enfermedad o el dolor de que la sufran sus seres queridos. Entiendo que no están para muchos trotes quienes lo que se juegan cada día es su vida ante el enemigo invisible y desconcertante. No pueden participar en el juego en igualdad de condiciones quienes viven en la total incertidumbre de cómo rehacer su situación laboral y económica. Mis respetos y ánimos para todos ellos. Ojalá tengan el tiempo y el espacio suficientes para recuperarse y recobrar la fuerza que les haga resurgir.

Para aquellos que deseen hacerlo, porque tienen el ánimo y la disposición, porque tienen curiosidad, porque, por encima de los juegos perversos de la mente, quieren un poco de aire fresco, yo les invito -como me invito a mí misma- a realizar una cierta reflexión.


martes, 21 de abril de 2020

Deseos

¿Mi mayor deseo?

Abrazar. Abrazarles, a ellos, a él y a ella, a ellas, a ellos…

¿Y después?

Después, tumbarme sobre la arena, al amanecer. Sí, sí, esta vez haría el esfuerzo y me levantaría temprano. Porque estoy deseando ver el sol trazando su arco en el cielo. Llevo demasiado tiempo conformándome con verlo asomar entre mi pared y la de enfrente, entre las 3 y las 6. Quiero verlo bajito, naciendo; y en todo lo alto, reinando; y bajito de nuevo, yendo a morir.

Quiero sentir mi cuerpo sobre la arena y oír las olas de la mañana rompiendo leves en la orilla. Por la mañana, suele haber poco viento y pocas olas. Y quiero sentir la tibieza del sol y el olor de las algas.

Incorporarme y caminar, caminar, caminar lejos en esta playa infinita, hasta las dunas. Y bañarme allí y desandar el camino por la orilla, secándome al sol, cada vez más cálido, sintiendo la sal sobre mi piel.

Quiero sentarme frente al mar, con los ojos cerrados, como cada tarde, aquí, en mi casa. Cada tarde, en mi habitación, me siento frente a un mar imaginado y me lleno de su aire salino, y me inunda su energía inmensa. Y evoco las sensaciones, como si estuviera allí. Quiero estar allí.


Sueño con ese momento, ese paseo. Pero luego no sé seguir soñando. ¿Hay gente por las calles? ¿Puedo ir a desayunar al bar de los churros de la plaza? 

Y luego me acuerdo de que en los sueños no se pide permiso, se sueña y punto. Y más en los sueños lúcidos: uno dibuja las cosas como quiere que sean, faltaría más. Aunque es cierto que a algunos se nos ha quedado oxidado eso de soñar, a base de creernos realistas y pragmáticos. ¡Qué incoherencia, si la realidad también se construye de sueños! 

Pues, a soñar como locos, que es gratis, y está permitido incluso en tiempos de confinamiento.

Probemos, probemos a soñar. Hay quienes dicen que creer es crear. Otros, que lo primero es la idea, el pensamiento, y de ahí surge la materia. Probemos teorías, por muy absurdas que nos parezcan, total, qué podemos perder… 

Pero cuánto, cuánto podremos llegar a ganar. 

Por ejemplo, un paseo por la playa. 


domingo, 12 de abril de 2020

Un cuento de primavera


Aquella primavera fue distinta a todas las demás. Las flores seguían naciendo, las hojas verdes volvían a asomar en las ramas de los árboles, los animalillos salían de sus madrigueras… Pero las personas, no. Todos, absolutamente todos, estaban en sus casas. 

¿Todos? En realidad, no. Un buen puñado de héroes salía cada día a luchar contra el pequeño enemigo invisible que les había invadido. Unos, salían a curar a los que habían enfermado; otros, a dejarlo todo limpio, limpio, pues sabían que al enemigo no le gustaba nada nada la limpieza. Y muchos otros trabajaban para que a nadie le faltase la comida. 

Y todos los demás permanecían en sus casas, un día tras otro, durante muuuucho tiempo.

Mientras, la primavera seguía extrañada de que los humanos no salieran a ver su obra que, “modestia aparte, pensaba, este año me ha quedado estupenda”. Así que mandaba a los pájaros a trinar cerca de las ventanas de los hogares, para recordarles que ella ya estaba allí.

Los únicos en darse cuenta de estos mensajes, los únicos que entendieron la preocupación de la primavera fueron los niños. Y se comunicaron entre ellos sin necesidad de verse, en silencio, solo con sus pensamientos, hasta que llegaron a un acuerdo: “Como no podemos salir a disfrutar de la primavera, vamos a traerla a nuestras casas: pintaremos árboles, flores y pájaros de mil colores."

"Y para que ella comprenda que no podemos salir aún a contemplarla, dibujaremos arcoíris y los pondremos en nuestras ventanas y balcones. Será el símbolo de esta primavera, porque todo el mundo sabe que, después de la tormenta, siempre, siempre, siempre, sale el sol. Ella lo entenderá.”

Por eso es que los hogares de todo el mundo están llenos de arcoíris.

Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Porque todos los cuentos terminan, y este también lo hará. 

Para ilustrar este cuento, he contado con la colaboración especial de Irene. Muchas gracias por prestarme tu arte.

viernes, 10 de abril de 2020

Hay sitio para otra flor


Cada mañana de este confinamiento (o, clausura, como prefiero llamarlo, más cariñosamente) me levanto pensando en escribir. “Hoy, sí, hoy me siento y escribo algo”. A cada rato, se me vienen ideas que me gustaría plasmar en el papel, opiniones o contra-opiniones que desearía compartir. Pero no lo hago. ¿Por qué?

Por una parte, por esta manía mía de anteponer cualquier cosa a escribir. “Bueno, casi que primero plancho un poco” “Torrijas, nunca he hecho torrijas, voy a preparar unas, que es la época, hombre” “Nada, nada, llamo a mis padres un momentito, y me siento delante del portátil”

Y todo eso es útil, interesante o necesario, pero me va alejando de mi objetivo.

Por otra parte, se están diciendo ya tantas cosas… Qué voy a añadir yo. He leído cosas maravillosas, reflexiones bellísimas, llenas de autenticidad, llenas de amor. No podría agregar ni una coma. He leído cosas feísimas, llenas de egoísmo, de prejuicios, de ceguera. ¿Y voy a echar yo más leña al fuego, rebatiéndolas?

Pero al final, es lo de siempre, cada flor es única y no tendría sentido que privara al mundo de su color o su aroma, de su belleza, porque ya hay multitud de congéneres haciendo lo propio. Nunca hay suficientes flores. Siempre queda espacio para una más.

Mi confinamiento -perdón, mi clausura- es de burgueses, como dice un amigo mío. Desde mi atalaya, estos días son complejos, por la incertidumbre, por la constante amenaza invisible, por la conexión con el dolor de personas muy cercanas, por la preocupación por cómo vamos a salir de esta -y ya no hablo de volver a la normalidad, sino de cómo vamos a configurar nuestra nueva normalidad- Pero, tengo salud, trabajo, y un balconcito; no tengo hijos a los que ayudar a gestionar sus emociones en esta situación excepcional, en definitiva, mis circunstancias son muy propicias y me permiten vivir estos días desde un lugar privilegiado. Y doy gracias por ello.

El ritmo de este tiempo se ajusta mucho mejor a mis necesidades, duermo más, priorizo mejor (menos lo de escribir), me concentro muchísimo mejor y creo que rindo en el trabajo de forma más productiva.

Me alimento de forma más saludable, jamás había cocinado tanto. Hago ejercicio moderado pero diario. Medito, medito, medito. Dibujo. Cantar, me falta cantar. Esa suerte que tiene mi compañero de clausura.

Empieza a repetirse en más de una conversación con los amigos que ya no queremos volver “a lo de siempre”. Ya no queremos seguir dejándonos arrastrar por una corriente absurda de prisas, de consumo de experiencias, de información, de materiales, que no deja sitio al simple estar. Ya no queremos seguir en la rueda como hamsters.

No sé cómo vamos a conseguirlo, pero a diferencia de antes, que lo soñábamos como de lejos, ahora lo estamos viviendo. Y cuando se prueban ciertos placeres, es difícil abandonarlos.

Es tiempo para imaginar, para soñar, esbozar nuestro futuro, siempre asentados en el presente. Estoy convencida de que de la manera como vivamos estas circunstancias, van a salir las semillas de nuestra nueva forma de vivir. Es que, como dice una buena amiga, esto no es un paréntesis, es parte de nuestra vida, no podremos extirpar este período como si nunca hubiese pasado, por eso, intuyo que lo que hagamos con él, en la medida de nuestras posibilidades, determinará las siguientes etapas.

Y tú, ¿qué estás sembrando estos días?