lunes, 11 de mayo de 2015

Un cuento de colores

Cuando Lucía vivía en la “Ciudad Gris” pensaba de verdad que el mundo era en blanco y negro. Sin embargo, por las noches, en sus sueños había color. Y también por el día, cuando cerraba los ojos. Entonces, las imágenes que brotaban de su mente se teñían de color: rojo, azul, amarillo, verde, añil…

Pero la Ciudad Gris era de principio a fin una sucesión de tonalidades del blanco más puro, al negro más profundo. Y cuando ella mencionaba la posibilidad de otros colores, el resto de habitantes la miraba con desconcierto.

Aunque el habitante más anciano del pueblo mencionaba a veces:

- Ah, sí, bueno, recuerdo un viajero que pasó por aquí una vez y nos habló de algo parecido. De hecho, él mismo afirmaba que tenía cientos de colores en su cuerpo y en sus ropas. Y el caso es que algo raro sí le vimos, pero no supimos bien qué era. Y decía que allá de donde él venía, el paisaje tenía tonalidades como las que se encuentran en los cuentos infantiles. Qué curioso.

“Pero ¿cómo curioso?, no puede ser, ¿de dónde sale el color de los cuentos, si no es de la realidad misma?”, se preguntaba Lucía sin rendirse a la evidencia que a todos convencía. “Y si hubo alguien diferente, ¿por qué no ha de haber más? ¿Y si…? ¿Y si el color estuviera debajo de esta capa de grises que contemplamos?”

“¡Eso es, eso es!, tiene que ser así. El color existe, pero está debajo. Ahora solo tengo que descubrir cómo hacerlo aflorar.”

Pasó semanas entre pruebas y fracasos, enfrascada en su propósito, feliz en su convencimiento pero con la fe tambaleante tras cada experimento fallido. Un día, paseaba por el campo, imaginando qué color podría tener un sauce, o un chopo, o una pequeña margarita, y se cruzó con un caminante desconocido. Al verlo un poco desorientado, se ofreció a ayudarle, indicándole hacia dónde debía seguir. Y su curiosidad puedo más que su timidez:

- Esto… perdone que le pregunte: ¿cómo es el lugar adónde se dirige? ¿lo conoce o lo va a visitar por primera vez?

- Lo conozco perfectamente, respondió el caminante, bueno, al menos lo conocía… Es el lugar donde pasaba las vacaciones de pequeño. Quiero volver para reencontrarme con el lugar donde fui tan feliz, con el lugar donde todo era posible.

Lucía entendía muy bien la sensación, a pesar de que, en su caso, ese lugar sólo podía encontrarlo dentro de ella, en su imaginación. Y se atrevió a seguir indagando:

- ¿Y cómo era ese lugar, señor?

- Un lugar precioso, imagínate. En realidad, se parecía mucho a éste, pero con un río bastante más grande y caudaloso. Menudos ratos de baño con los amiguetes. Pero sí, parecido, de hecho, esos arbustos de bayas rojas me lo han recordado aún más.

¿Rojas? El corazón de Lucía estaba a punto de estallar. “¿Ha dicho rojas? ¿Este hombre ve colores aquí mismo?” La mera posibilidad le hacía estallar de alegría y pánico al mismo tiempo. “Si él ve colores… ¿entonces es que hay color pero soy yo no puedo verlo?”

El viajero la vio tan pálida que le ofreció un poquito de agua de su cantimplora. Ella bebió un poco y se mojó las manos para refrescarse la cara. Y empezó a llorar. Lloró por la impotencia acumulada en las últimas semanas, por la tristeza amontonada en toda una vida de ver grises, y lloró por la rabia de tener que admitir que no había solución.

Lloró tanto que el forastero la animó a sentarse en un montículo, junto al camino y se quedó allí con ella, dejándola estar y dándole palmaditas en la espalda. No sabía lo que le pasaba, pero debía de ser algo muy grande, un dolor profundo y viejo. Y las lágrimas eran el mejor disolvente en esas situaciones.

Sacó su pañuelo azul y se lo ofreció a Lucía, cuando le pareció que el llanto amainaba. Ella le dio las gracias y, al ir a llevarse el pañuelo a la nariz, se dio cuenta: era azul. ¡Era azul! Ese color intenso que tenía el cielo por la tarde en su imaginación y en sus sueños. Abrió y cerró los ojos y lo seguía viendo: el azul del pañuelo, el ocre del camino, los zapatos verdes del caminante… Todo tenía color. ¡Y ella lo veía!


Gritó al aire los colores mirando a su alrededor, mientras bailaba, saltaba, agitaba los brazos eufórica. Y el viajero pensó que el nudo de su corazón ya se había desecho, así que su paso breve por esa mal llamada Ciudad Gris había concluido. 


lunes, 4 de mayo de 2015

El héroe dormido

Desde pequeña, siempre me he preocupado más por el fondo que por la superficie de las cosas. Desde que tengo uso de razón me recuerdo escudriñando con mi pequeña mente limitada, misterios inescrutables de la vida y alrededores.

El paso del tiempo, el infinito, la muerte, para qué estamos aquí, por qué tenemos un cuerpo tan raro (años me costó, por ejemplo, aceptar la idea de que por dentro tenemos un esqueleto y unos músculos, que, sinceramente, me parecía que nos daban una apariencia interna aterradora)…

¿Por qué no era una niña normal? ¿Por qué no me bastaban las muñecas y sus vestiditos –o los clics y todas sus aventuras-? ¿Por qué tenía que devanarme los sesos con preguntas que no me atrevía ni a exponer por miedo a que me tomaran por más loca de lo que yo me tenía?

Y es que para mí estaba claro que “los demás” no se planteaban estas cuestiones, porque ellos tenían el saber en su interior, lo tenían todo perfectamente integrado, sólo yo había venido al mundo con un tornillo menos tal vez, y por eso vivía este sinvivir.

Me acuerdo de una vez en que un amigo (que además, hoy cumple años, felicidades, Alberto), me hizo ver que, en unas reflexiones que le dejé leer, se repetía constantemente el binomio “yo y los demás”. Como si yo fuera algo tan diferente del resto, una extraterrestre en la corte del rey Arturo.

Con el tiempo, oye, todo se va pasando. Y una acepta con más resignación que alegría que hay preguntas demasiado grandes para ciertos cerebros. Y que vale la pena enfocarse en cosas más terrenales. Y que se está de maravilla tumbado en la orillita de la playa al atardecer, pensando en el helado de chocolate que me tomaré en cuanto se vaya el sol.

Pero, al mismo tiempo, descubro que no estoy sola en mis inquietudes. Y que, otros, que en lugar de bloquearse con sus preguntas, las han utilizado de motor y están descubriendo cosas que encajan perfectamente con algunos de mis antiguos porqués y, además, me dan luz y mucha alegría.

Por ejemplo, que el cerebro no se queda forjado a los 3 años y, a partir de ahí todo es “perder”. ¡NO! No es cierto, existe lo que se llama neuroplasticidad, que viene a decir, así entre “profanos”, que el aprendizaje de cosas nuevas, la práctica hasta crear nuevos hábitos, la meditación, estimula nuevas zonas de nuestro cerebro, mediante la activación de conexiones neuronales hasta ahora “dormidas”.

Y también existe la neurogénesis: células madre que se convierten en neuronas. Que sí, que sí, que no todo era ver cómo morían nuestras pequeñuelas, que también son capaces de regenerarse. Más lentito, es cierto (de momento), pero ahí estamos.

El doctor Mario Alonso Puig lo cuenta con mucha más maestría y arte en youtube.

Y  ¿qué decir de mi “nuevo amigo”? Mi gran descubrimiento de las últimas semanas: un médico de Valencia que lleva desde que yo nací (ya ha llovido) ¡¡¡operando a sus pacientes sin anestesia!!! Les enseña a autoanestesiarse psicológicamente con un método que él mismo explica que no requiere más de cinco minutos.

Esto es real, señoras y señores, miles de pacientes operados por este ángel (Ángel Escudero Juan, para más señas), que se van por su propio pie tras operaciones de diferente envergadura y con un postoperatorio más sencillo y rápido. Lo podemos consultar en su web, en youtube, o llegarnos a Valencia, y participar en uno de sus cursos.

El poder del ser humano es mucho más de lo que creemos y de lo que nos quieren hacer creer. Soy poco amiga de teorías de la conspiración y, como muestra de mi humana incoherencia, prefiero pensar que ciertas cosas son fruto de la casualidad, como es el hecho de que podamos anestesiarnos con tal facilidad y que este hombre no sea Premio Nobel ya, así como su método enseñado y aplicado en todas las Universidades del mundo.

Y estos grandes descubridores vienen a concluir más o menos lo mismo: que nuestro poder radica en la fuerza y la dirección de nuestro pensamiento. De ahí, la importancia de sabernos enfocar en lo positivo de la vida, en lo que queremos atraer y no en aquello que queremos alejar de nosotros.

Yo soy una simple “aprendiza”, que experimenta momentos de sagrada lucidez y disfruto de mis propios resultados, de a poquito; que, por cada pensamiento de luz, aún me surgen cientos (¿miles, millones?) de pensamientos de preocupación, miedo, aburrimiento…). Es como ponerse a trabajar los bíceps y tríceps a los cuarenta: se requiere suma constancia y paciencia.

Pero me gusta confirmar que muchas de mis disquisiciones mentales de la infancia y juventud sí tenían una razón de ser. Sólo estaban mal enfocadas. Buscaba mis respuestas con las gafas del miedo y de la mediocridad, con la creencia de que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”, sí, sí, pero que polvo: de diamantes.

Ahora disfruto encantada de cada descubrimiento, como el del Dr. Escudero, octogenario ya, que sigue transmitiendo su saber y su ilusión, su amor, a quien desee escucharle. 

Y como él, tantas personas que no se han conformado con el primer “no se puede”, con el primer diagnóstico limitante, y han seguido adelante creyendo en sí mismos y en una fuerza aún mayor que nos une a todos los hombres y nos trasciende. Y sigue siendo un misterio, pero del que cada día se desvelan más aspectos.

Y por eso, tengo ganas de gritar a los cuatro vientos, desde mi “speaker’s corner” virtual, que SE PUEDE, que el ser humano tiene una fuerza increíble, que no nos dejemos aletargar por los que (casualmente, y sin ánimo de lucro) quieren hacer de nosotros borregos asustadizos.

¡DESPIERTA A TU HÉROE DORMIDO!

Y, como acompañamiento a este discursito de hoy, y premio a los que se hayan animado a leer hasta aquí, sin fotos ni ná: una canción que me trae amables recuerdos y me llena de confianza y humor.