miércoles, 6 de julio de 2011

Sobre las nubes

Vuelvo a sentarme a la sombra de mi peral y me doy cuenta de que hacía meses que no pasaba por aquí. Y no ha sido por falta de ideas, pero siempre antepongo cualquier otra cosa a dedicarme unos minutos para este placer de relajarme, dejar fluir mi mente y compartir mis reflexiones con quien quiera leerlas.

Se me ocurren tantas cosas de las que me gustaría hablar. Quiero imaginar que hoy estamos todos sentados en círculo, en la playa o en el campo, charlando animadamente de esto y de aquello, comunicándonos, compartiendo nuestra vida interior, ese océano que se esconde detrás de nuestra piel y nuestras vísceras, y que apenas asoma en nuestra mirada o nuestros gestos.

Tenemos un mundo interior tan inmenso y somos capaces de compartir una parte tan pequeña... Bueno, rectifico: tengo un mundo interior tan inmenso y soy tan poco capaz de compartirlo... A veces, por pereza, otras por vergüenza, por dificultad de expresarme, o por la inercia de relacionarme en "modo relativamente superficial y poco comprometido o comprometedor, bastante cómodo y, generalmente, divertido".

Gracias al blog, voy abriendo un acceso a ese mundo mío.

Y, por empezar contando algo, trataré de describir la maravillosa sensación que me invadió el domingo, cuando volvía en avión de mi viaje por Croacia. Sobrevolábamos... yo diría que Francia (veníamos de Munich). En ese momento, todo eran nubes abajo y un sol resplandeciente sobre nosotros. Unas nubes de cuento, de algodón denso, que formaban dibujos esponjosos y daban la sensación de poder sostenerme como un manto suave si me lanzara a ellas de repente.

No me cansaba de mirar por la ventanilla (de hecho, tenía ya el cuello algo dolorido...) y entonces vino esa sensación... Me invadió una paz tremenda observando ese bello cuadro infinito y blanco, y pensando en el agua y sus cambios de estado.

Y, entonces, me pareció obvio que morirse no era más que eso, cambiar de estado. Y que si el cielo tenía algo que ver con la idílica imagen estereotipada de las nubes, yo no me cansaría de la eternidad (gran dilema que me abruma desde pequeña). Y pude dejarme llevar por esa paz tan serena, tan plena, tan brillante.

Hoy soy muy feliz. El viaje me ha renovado y me ha devuelto la sonrisa del corazón. Me siento sana y fuerte. Y ha nacido Martín. Un pequeñín ha venido al mundo, dando lugar a la tercera generación de "López".

Todos mis abuelos han muerto ya. Y hasta ahora, la familia permanecía inalterable en la 1ª y la 2ª generación (bueno, siempre enriquecida con las respectivas parejas de los primos). Hoy la familia comienza a crecer de verdad, se abre un nuevo ciclo con esta nueva vida.

Mi prima, aquella pequeña con sus coletas y su dulzura enorme, es hoy madre. Ella también cambia hoy su estado de alguna forma. Ya no es sólo hija, sino que comienza un nuevo rol vital. Enhorabuena, Elisa.

Soy tan feliz.