domingo, 24 de abril de 2022

Reflejos

Hace tanto que no paso por aquí… Y hace tanto que lo deseaba. ¿Por qué demoramos, a veces, cumplir nuestros deseos? ¿Por qué nos infligimos la pena de posponerlos, como si necesitáramos merecerlos? O tal vez, es la felicidad implícita en la espera la que queremos saborear un poquito más.

Más. Más allá. ¿Qué hay más allá? Esta mañana especulaba sobre el Más Allá con mayúsculas, de forma telegráfica, como se hace ahora todo en las redes sociales. (Qué capacidad de síntesis estamos desarrollando). Pero no es de ese del que me apetecía hablarte ahora, al caer la tarde, esta tarde preciosa, limpia y fría de primavera que nos han regalado estos días de lluvia.

Ahora que cae el sol sin que yo pueda verlo desde mi ventana, me acuerdo de aquel otro atardecer de hace unos meses. Estábamos en navidades y la sombra del Covid nos hacía plantearnos y replantearnos la forma de celebrar las fiestas. Finalmente, en mi caso, unos test positivos de última hora nos llevaron a pasar el fin de año separado de toda la familia. Y toda la familia separada. Cada mochuelo en su olivo.

Antes, unas horas antes de ese momento, yo paseaba al atardecer por mi ruta habitual a orillas del Odiel. Pero esta vez algo me llevó a cambiar el recorrido. ¿Y si en lugar de seguir siempre río abajo, hasta el puente y luego cruzar al otro lado, camino esta vez río arriba hasta el otro puente, ese que solo he visto de lejos?

Y modifiqué mi ruta un poco temerosa pues la zona me parecía menos segura, menos conocida.

Había dejado de ver el río por los eucaliptos que poblaban la orilla, pero al llegar a la altura del puente de arriba, giré a la izquierda para ir a atravesarlo y, tras los árboles se mostró de nuevo, majestuoso, el río. Me quedé pasmada. Olvidé los miedos y los recelos. La belleza de la escena era sublime: la luz perfecta, el reflejo mágico.




Permanecí un buen rato muda, fascinada, observando el regalo de la naturaleza, ofrecido sin más, gratuitamente.

Y recordé aquellas otras veces en que me animé a dar ese paso más allá, vencí mis miedos y me lancé a aventuras nuevas y caminos inexplorados. Cuánto vértigo inicial, cuántas ganas de decir “no, mejor me quedo”. Y cuánta recompensa por saltar, por expresar, por avanzar, por adentrarme, en resumen, por atreverme.

Lo que no puedo contar son las veces en que no di el paso, callé, o atendí a la voz que gritaba “déjalo estar”. No sé cuántos atardeceres dejé de ver por ello, ni cuánta libertad dejé de experimentar, ni cuánta gratitud dejé de sentir por los regalos que la vida no pudo entregarme, porque sencillamente no fui a por ellos.

Por eso, en este atardecer -que hoy solo intuyo- doy este paso adelante, por fin, y te ofrezco esa imagen del río, junto a los pensamientos que me despertó. Porque llevo demasiado tiempo diciendo “otro día” y pensando “no vas a ser capaz de expresarte”. Ya está bien de excusas. Expresado queda. A volar.