Madrid. 8:15 de la mañana. Andén del metro, línea 7 (la naranja). Enciendo el whatsapp y encuentro un mensaje de mi cliente, enviado anoche, que no va a poder venir a la sesión de las 8:30.
Hum, mi primera sensación es de chasco, “¡y para eso me he
levantado yo antes del alba!”.
Esta sensación y este pensamiento apenas duran segundos. “¿Qué
puedo hacer ahora?” Y recuerdo que justo anoche estuve reflexionando sobre mis
ganas (y mi necesidad) de hacer cosas que me hagan sentir bien, más allá de
responsabilidades y deberes. Pequeñas cosas. Cosas que sé que me dan vida, que me
hacen disfrutar, que relajan mi a menudo frenético ritmo interno…
Y me encuentro con una hora y media de regalo en una mañana
maravillosa de viernes, fría y soleada. Y cambio de andén, vuelvo a casa, me
pongo unos zapatos más cómodos y me voy al parque.
Por primera vez en mi vida, piso ese parque a tan tempranas
horas: la luz es diferente, los sonidos…, la gente también (la mayoría no pasea
sino que camina apresurada, pues el parque le sirve de atajo entre dos zonas de
la ciudad).
Y disfruto, disfruto plenamente de mi regalo inesperado. Y me
pregunto si no irá de esto eso de fluir
con la vida. A veces, busco fórmulas complicadas para despejar la incógnita
que me lleva a “ser feliz en la vida”… y es posible que todo se reduzca a una
regla de tres sencilla: disfrutar con la vida, fluir con lo que viene, con lo
que es, y no perder demasiado tiempo añorando lo que no fue, lo que no salió como
estaba previsto, o como deseaba…