domingo, 8 de agosto de 2021

Autodefinido

 Domingo, 8 de agosto (8-8)


No es ningún secreto lo que me gusta buscarle siginificado a los números que veo reflejados en fechas, en el reloj, en las matrículas.

8 del 8, doble del 4 del 4, mi fecha de cumpleaños. 
8 del 8, día del atentado en la calle de atrás de mi primera casa en Madrid. Cuando, por alguna razón, decidí salir de casa, pese a la pereza veraniega, quince minutos antes de que explotara la bomba. No me hubiera pasado realmente nada grave aunque me hubiera quedado, puesto que fue justo mi habitación la que no sufrió daños, pero el susto que me hubiera llevado, habría sido mayúsculo...
8 del 8, día en el que me animo a escribir sobre el autodefinido completado.

A mi madre le encanta hacer autodefinidos, mi padre es más de sudokus, pero a ella siempre le han gustado más las letras, las palabras: en las novelas, en la canciones, en los versos que su hermano le hacía aprender de memoria... y en los autodefinidos.

Era lunes por la noche cuando nos dijeron que finalmente la dejaban ingresada para ver su evolución tras la caída. Yo me quedaría con ella. En tiempos Covid, el acompañante (justificado solo en casos graves) tenía que pasar cinco días en la habitación, antes de poder ser relevado por otro familiar, así que me abastecí de ropa, revistas (las que le gustan a ella, para cuando se reponga), mis libros, la tablet, el móvil... Nada como un poco de hiperconexión en tiempos de confinamiento "hospitalario".

Cuando subí a la habitación, la encontré tendida en la cama, durmiendo, supuse, tras un día agotador en urgencias, sola.
La doctora llegó, la revisó, la llamó por su nombre, miró sus pupilas a la luz y, ante la práctica ausencia de respuestas, me anunció la peor de las noticias: no podemos hacer nada por ella.

Y ahí estaba yo, sola, para digerir un pronóstico inesperado y anunciarlo a mi padre y a mi hermano, que esperaban afuera, en el "mundo real", cada cual en su ubicación, información muy diferente.

Excepcionalmente y, dadas las circunstacias, permitieron a mi padre unirse a mí en la habitación, previa PCR, para acompañar a mi madre en su última noche.

Mi hermano salió de Madrid en cuanto se enteró, para venir a nuestro encuentro, o a lo que el maldito protocolo permitiera.

Esa noche pasó, con esa dosis de irrealidad que tienen las noches de hospital, salió el sol y ella seguía con nosotros, más allá del muñeco de trapo que parecía la tarde antes. Balbuceaba y contestaba con monosílabos a nuestras preguntas.

Los médicos que pasaron por la mañana, nos explicaron que esa mejoría no significaba nada, que el organismo estaba en un estado prácticamente irreversible. Y pasó el día. Nos pidieron que fuera uno solo quien la acompañara. 

Y volvió la noche, esta vez solas ella y yo. Una noche agitada, la de alguien que despierta de una pesadilla y la de quien le espera despierto, tratando de darle tranquilidad. Una noche de delirios y de momentos de una calma tal que... parecía la calma definitiva.

Cogí una de las revistas que a ella le gustaba leer cada semana, -religiosamente, cada domingo por la mañana el ritual era desayuno con lectura- y me puse a completar los pasatiempos, haciendo honor a su nombre... Un sudoku, el fácil, un "encuentra las siete diferencias", un crucigrama... Y faltaba el autodefinido, la joya de la corona, el único pasatiempo al que mi madre dedicaba su atención.

¿Y si lo dejo para que lo haga ella?, se enfadará si se despierta y se lo encuentra hecho. Pero, por favor, a quién quiero engañar, no sé si despertará, pero si lo hace, no será con capacidad para ponerse a hacer esto...

No sé si fue eso exactamente lo que pensé, pero serían cosas parecidas, el caso, es que decidí no hacerlo. Es más, no sé si lo decidí o, simplemente, no fui capaz de ocupar su lugar, de destronarla de su reino y de sus hábitos.

Y pasó una semana, en la que su cuerpo se fue llenando cada vez más de ella de nuevo. Con el relevo de mi hermano en la habitación, llegaron nuevas revistas, y más pasatiempos. Y, cuando volví, y me encontré con su mirada -cada vez más enfocada- y su voz -cada vez más firme y con palabras más precisas-, busqué el autodefinido de aquella noche. Y estaba completo, con su letra, menos temblorosa que antes de la hospitalización. Terminado.

No era imposible, no era una ilusión confiar, no fue en vano dejarle tiempo y espacio para cumplir con su costumbre.

Porque al final la vida esta hecha de pequeñas cosas, de detalles que pueden llegar a pasar desapercibidos y, sin embargo, son el fino hilo que da forma al lienzo.

Porque imposible es una palabra que no puede invocarse de cara al futuro, sino solo cuando se habla de lo que fue, o de lo que no pudo ser. Hacia delante todo es posibilidad.

Porque la vida es sorprendente y tiene sus propios planes.

El autodefinido está completado, y han venido otros, después. Solo ella decide hasta cuándo. Mientras tanto, confío en que las palabras serenidad, la aceptación y la alegría estén presentes, ya sea en vertical o en horizontal, en el autodefinido de su existencia.

Así sea.