domingo, 6 de febrero de 2022

La rueda del hámster

No sabía que era una fiesta de disfraces, así que me presenté tal cual y sentí las miradas clavadas en mí. No pude soportar la atención. No reconocía a nadie pero todos podían reconocerme a mí. Qué desnuda vulnerabilidad.

No volvería a sucederme algo así. Busqué ropajes en los armarios de mis padres, en los de familiares que no llegué ni a conocer, en los de mis amigos, por supuesto; incluso en los de gente que apenas conocía: profesores, jefes, actores, escritores, magos de la palabra, en general.

Y me hice con un catálogo de atuendos que enmascaraban mi esencia, para adaptarla al estilo que la ocasión requería. Y olvidé quién era. No, no es cierto, lo que era latía firme bajo mi indumentaria, inconfundible cuando me paraba a escuchar. Pero se desdibujaba en el ruido, en el exceso de actividad, en las prisas, en el querer seguir ritmos que no eran míos.

Soy mi esencia y la materialización de la misma en este escenario en el que elegí encarnar. Yo soy la observadora y el personaje. La integración de materia y energía, la observación y lo observado.

No una cosa o la otra; no, mientras permanezca en este escenario del mundo. Y cuando lo abandone, volveré a ser solo la esencia, más toda la información experimentada a través de los múltiples personajes. Una esencia enriquecida.

Pero aquí y ahora, soy lo concreto y lo abstracto. Y la pausa, el silencio y el espacio me permiten dejar de implicarme con un solo personaje, con una sola voz, y mirar todo con una perspectiva integradora.

La actividad frenética me confunde, me aturde. Y quiero frenarla con más actividad aún, por muy incoherente que lo encuentre, es mi inercia: vencer el hacer, haciendo más, haciendo de otro modo, en otro plano. Me pierdo en el no-hacer. Me cuesta confiar en el poder creador del no-hacer, por muchas veces que haya experimentado el vacío creador de la vorágine de acciones. 

¿Te parece incoherente? Y así es, esa es mi experiencia: cuanto menos hago, más profundo y más auténtico es lo que consigo crear. Pero ahí está mi personaje -uno de ellos, uno de tantos- aferrado al control de la agenda, del hacer, del buscar, del mover la rueda del hámster hasta la extenuación, en busca de una falsa promesa de tesoros perdidos.

Todos los días atardece. Salga yo a verlo o no; haya terminado todos mis deberes 


autoimpuestos o me haya quedado tumbada en el sofá. 

Todas las primaveras florece el almendro.

Toda la vida, mi esencia es.

Y esto solo lo entiendo cuando paro, cuando callo, cuando me rindo, cuando -tras la tormenta de lágrimas de rabia y frustración- me quedo quieta y observo lo que soy, lo que hay. Un atardecer gratis, de nuevo hoy.