domingo, 4 de septiembre de 2016

Naderías


De pequeña, podía pasarme horas mirando algo bonito. Y para mí algo bonito no solía ser una obra de arte o algo pretendidamente estético, sino más bien cualquier cosa que casualmente me resultara llamativa por alguna razón que sólo entendía mi espíritu. 


Me podía quedar hechizada mirando el envoltorio de un caramelo, o alguna bola en concreto del árbol de Navidad, o el efecto que hacían los lomos de dos o tres libros juntos en la estantería.


Me sigue pasando a menudo: me sigo quedando enganchada a la estética de cosas inútiles. 


¿Cómo resistirme al encanto de algunas bolsas de papel, de esas que te dan en las tiendas de lencería o en alguna joyería? (creo que compro más por tener la bolsa que por el producto en sí).


¿Y qué puedo decir de los lacitos? Esos que llevan ahora cosidos en los hombros la mayoría de blusas o vestidos, para facilitar su colgado en la percha? Tienen unos 30 cm y colores muy diversos. He llegado a guardar decenas de ellos. Hacían una composición tan bella todos juntos, como espaguetis multicolor…


Ayer, me atrapó la imagen de una caja de cápsulas de café de una conocida marca publicitaria (*). Era como volver a las tardes de siesta en vela de mi infancia (“si no queréis dormir, al menos estáis calladitos, para que podamos descansar los demás", decía mi madre). Y yo me iba al salón a inventar historias, en silencio o apenas murmuradas. Mirar esa caja era introducirse en un mundo de fantasía, ¿qué hay al otro lado de las puertas, subiendo la escalera? 


Y más que con el hilo de la historia en sí, me quedo con las sensaciones que se despiertan en mí. Esa taza de café, que promete conversaciones interesantes, e invita a sincerarse. La puerta que se entreabre: curiosidad. Los colores: alegría, acogida, familiaridad, cercanía, juego, sencillez. 

Todo por descubrir: tal vez un verano lleno de niños que descubren la magia de las chicharras y los grillos, que suben y bajan las escaleras entre juegos y risas, hasta que cae la tarde y se abren al aburrimiento. O quizás unos amantes clandestinos, aprovechando la complicidad de la tía Carmela, que sale al mercado a la hora justa, dejando “por olvido” las puertas de la casa entreabiertas. 


Historias que no existen en ninguna parte y que apenas se esbozan en mi cabeza, invocadas por el hechizo de esos objetos curiosos.


Las estanterías de casa apenas contienen objetos de decoración, sino pequeños tesoros, tan absurdos como encantadores, por la capacidad que tienen de evocar en mí breves historias y sensaciones placenteras.


Me pregunto qué te hace a ti perderte en un universo imaginario o engancharte absorto en la mera contemplación.

(*) Por si alguien no hubiera caído, se trata de Nespresso, y la imagen expuesta es de la caja de su última "creación"