De pequeña, podía pasarme horas mirando algo bonito. Y para mí algo bonito no solía ser una obra de arte o algo pretendidamente estético, sino más bien cualquier cosa que casualmente me resultara llamativa por alguna razón que sólo entendía mi espíritu.
Me podía quedar hechizada mirando
el envoltorio de un caramelo, o alguna bola en concreto del árbol de Navidad, o
el efecto que hacían los lomos de dos o tres libros juntos en la estantería.
Me sigue pasando a menudo: me
sigo quedando enganchada a la estética de cosas inútiles.
¿Cómo resistirme al encanto de
algunas bolsas de papel, de esas que te dan en las tiendas de lencería o en alguna
joyería? (creo que compro más por tener la bolsa que por el producto en sí).
¿Y qué puedo decir de los lacitos?
Esos que llevan ahora cosidos en los hombros la mayoría de blusas o vestidos,
para facilitar su colgado en la percha? Tienen unos 30 cm y colores muy
diversos. He llegado a guardar decenas de ellos. Hacían una composición tan
bella todos juntos, como espaguetis multicolor…
Ayer, me atrapó la imagen de una caja
de cápsulas de café de una conocida
marca publicitaria (*). Era como volver a las tardes de siesta en
vela de mi infancia (“si no queréis dormir, al menos estáis calladitos, para
que podamos descansar los demás", decía mi madre). Y yo me iba al salón a
inventar historias, en silencio o apenas murmuradas. Mirar esa caja era
introducirse en un mundo de fantasía, ¿qué hay al otro lado de las puertas,
subiendo la escalera?
Y más que con el hilo de la
historia en sí, me quedo con las sensaciones que se despiertan en mí. Esa taza
de café, que promete conversaciones interesantes, e invita a sincerarse. La puerta
que se entreabre: curiosidad. Los colores: alegría, acogida, familiaridad,
cercanía, juego, sencillez.
Todo por descubrir: tal vez un verano lleno de
niños que descubren la magia de las chicharras y los grillos, que suben y bajan
las escaleras entre juegos y risas, hasta que cae la tarde y se abren al aburrimiento.
O quizás unos amantes clandestinos, aprovechando la complicidad de la tía Carmela,
que sale al mercado a la hora justa, dejando “por olvido” las puertas de la
casa entreabiertas.
Historias que no existen en
ninguna parte y que apenas se esbozan en mi cabeza, invocadas por el hechizo de
esos objetos curiosos.
Las estanterías de casa apenas
contienen objetos de decoración, sino pequeños tesoros, tan absurdos como
encantadores, por la capacidad que tienen de evocar en mí breves historias y
sensaciones placenteras.
Me pregunto qué te hace a ti
perderte en un universo imaginario o engancharte absorto en la mera
contemplación.
(*) Por si alguien no hubiera caído, se trata de Nespresso, y la imagen expuesta es de la caja de su última "creación"