lunes, 26 de enero de 2015

Lo que queda en la memoria

Mirando atrás, imagino que mi historia es como un collage formado por infinidad de imágenes que recogen instantes vividos. Pero siento que mi memoria tiene el extraño efecto de ir perdiendo poco a poco esas imágenes, dejando sólo unas pocas.

Imagino que el póster de mi vida tuviera cientos, miles de fotogramas para recordar. Y van desapareciendo uno aquí, otro allá, otro por aquella esquina. Y en su lugar quedan espacios en negro. Plin, plan, plin, plan, se van desvaneciendo y quedan tan sólo diez, tal vez veinte, dispersos sobre el fondo negro. Y en ellos se recoge obligación, agendas, aburrimiento, expectativas frustradas, y también algo de alegría, pero no mucha.

¿Eso puede ser? ¿Eso puede representar mi vida? Entonces, una melodía, una frase, un reencuentro, un olor, me hace recordar otros episodios, otros momentos, otros sentimientos. Y me doy cuenta de que ha habido mucha más alegría de la que se instaló en mi memoria. Y se van encendiendo los fotogramas perdidos.

Vivir mirando atrás puede resultar peligroso –para empezar, no te das ni cuenta de lo que tienes delante-, vivir aferrado a lo que fue es absurdo; vivir con una imagen distorsionada y negativamente sesgada de lo que pasó, de lo que se sintió,  es cuando menos injusto y duro para uno mismo.

Por eso disfruto de los momentos en que se despiertan en mí recuerdos gratificantes y felices. Cuando esa palabra o esa melodía me trae a la mente una nueva escena del pasado. La mayoría son sencillamente escenas livianas, detalles cotidianos: la sensación de calor, cansancio y plenitud tras los recreos en que jugábamos “al matar”1, al pañuelo, a la “piola”2, al elástico, a saltar a la comba…, el olor de los libros nuevos del colegio en septiembre, las olitas mínimas rompiendo en la orilla y volviendo atrás, a buscar sus orígenes profundos, el brillo de unos ojos al atardecer…

De esta forma, los fotogramas se van recuperando. Mi mochila de vivencias se hace más ligera y mucho más llevadera. Porque mi historia deja de ser una historia complicada, de superación de conflictos, de ausencias y vacíos. Y empieza a ser una historia más completa, una historia con momentos de sofá y lágrimas, pero llena también de inspiración, de risas, de juego, de complicidad, de bucear en los océanos de la amistad, de llenar la pista de baile de ritmo, emoción y sudor.

Y así, el impulso de las sensaciones revividas me hace avanzar en el presente con más suavidad, con más ganas.

1 Balón prisionero, balontiro. 2 Pídola

lunes, 19 de enero de 2015

¿Dónde está el País de las Hadas?



¿Dónde están mis fuentes de inspiración?

¿Dónde está el País de las Hadas?

¿Dónde quedó aquella Rocío, pequeñita, soñadora, capaz de llenarse de alegría, de ilusión y de colores, capaz de imaginar nuevas posibilidades, con sólo escuchar una melodía?

Esta fue sin duda la música que más me inspiró en mi infancia y en mi primerísima juventud. Suave, dulce, mágica, apoteósica, sencilla. La escuchaba una y otra vez, una y otra vez, pulsando el botón de “rewind” en un viejo radiocassette.

Despertaba en mí una explosión de colores, y visiones de hadas y bosques empapados de rocío. Despertaba mis ganas de bailar, de saltar como un duende, de viajar para conocer lo inexplorado. Despertaba la idea de magia: era mi puente a un universo de arco iris, hologramas y caleidoscopios; un mundo de movimientos sutiles, bellos y elegantes, llenos de armonía y color.

Y desde esos mundos era más fácil creer. Y crear. Y desear. Y confiar.

Hoy empiezo ya a hartarme de ser una persona razonable y con los pies en la tierra, empiezo a aburrirme del dos y dos son cuatro y del “aguanta, que con la que está cayendo…”. Quiero encoger súbitamente y seguir el halo de un hada para descubrir el escondrijo por el que se regresa a la niñez, ese estado en el que se sabe CREER de verdad en uno mismo y en el mundo que nos rodea, y se sabe VER más allá de las formas básicas y se encuentra la belleza y la sorpresa en cada esquina.

Hoy es un buen día para cruzar la frontera, para recuperar la ilusión a lo Campanilla, para inventar palabras mágicas, para descubrir la complicidad en unos ojos extraños, para inventarles vidas disparatadas y divertidas a los compañeros de viaje del metro –por muy grises que quieran aparentar-

Hoy es un buen día para cambiar de onda y recuperar aquella que me hacía vibrar y ser yo.