sábado, 3 de octubre de 2020

La historia del peral

Llevo tiempo conformándome con mirar mi peral de lejos, mientras ansío sentarme bajo su sombra para que mis meditaciones afloren de nuevo.

Había demasiadas voces a mi alrededor. Todo este tiempo ha habido demasiadas voces. He intentado encontrar la parte de verdad que escondía cada una de ellas. He terminado por desistir. Al final, la única verdad, si puede llamársele así, la única autenticidad que puedo valorar es la de mi propia voz. Y mi voz estaba apagada.

He dejado que mi voz se apague al intentar que se parezca a aquella, espiritual y serena, llena de luz y poesía, impregnada en magia. O a aquella otra, más pragmática pero tan personal, tan sólida. 

He dejado que se apague por temor a no tener suficiente volumen como para ser escuchada, razón para ser validada, argumentos para ser convincente.
Se ha apagado bajo las excusas de siempre -hoy tengo mucho trabajo, estoy cansada, necesito desconectar-.

Pero, afortunadamente, la magia es más tenaz que mis propios sabotajes. ¿Magia? Llámalo X. Aquello que mueve resortes invisibles para conseguir que “los astros se alineen” y el mensaje de “expresa tu voz” me llegue por varias vías completamente diversas, a cual más contundente.

¿Son señales? ¿Es casualidad? Y ¿qué importa?, si el motor está de nuevo en marcha.

Así que hoy me vuelvo a sentar bajo el peral, precisamente para contar su historia.

Hace ahora diez años, un gran amigo me enviaba un correo en respuesta a otro mío en el que volvía a las andadas con mi tema de la muerte. El tránsito, ese irse, -qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia”, el más allá o su alternativa -la nada-; la eternidad, que se me antoja demasiado larga, la tremenda burla del eterno retorno… En fin, mis disquisiciones habituales sobre una cuestión ciertamente ineludible.

Él, de vuelta, me contaba sus impresiones, y sus palabras me resultaron, en aquel momento, un auténtico tratado de metafísica ininteligible, pero hubo un detalle que llamó mi atención por encima de todo. Entre el galimatías de su exposición pude leer con claridad: “…contemplando el peral en el jardín de casa…” y el resto del mensaje se mantuvo borroso ante mi vista.

¿Tiene un peral en su jardín? Guau...


De pronto, mi mente se trasladó a su casa, a ese jardín que hacia años que no visitaba, y plantó el peral donde mejor le pareció. Y me senté bajo su sombra. Y descubrí que no podría haber mejor escenario que aquel para parar, salir del mundo y meditar, sin pretensiones, sin expectativas. Un lugar para dejar la imaginación vagar por donde ella quisiera, desde la confianza de encontrarse en un rincón seguro e inspirador.

Y decidí hacer realidad esa visión. Tal vez no material pero absolutamente real. Y planté mi peral en mi jardín virtual y empecé a sentarme bajo su sombra, nunca con mucha asiduidad, eso es cierto. 

Pero siempre vuelvo. Como volví a releer aquel correo varias veces más, descubriendo en cada lectura perlas de sabiduría que al principio no era capaz de ver, como si del proceso de descifrar un jeroglífico se tratara.

Acabo de volver a leerlo, y lo mismo: no siento que REdescubro su mensaje, sino que lo recibo por PRIMERA vez. Hoy, resueno especialmente con una frase que él rescata de uno de sus maestros: “Muere antes de que “tú” mueras y no habrá muerte”.

Y me quedo saboreándola bajo mi peral, que existe gracias a ese correo mágico.
¿Magia? ¿Casualidad? Lo que tú quieras.