domingo, 11 de diciembre de 2022

¿De qué color ha sido 2022?

El otro día, en un momento cualquiera, tal vez caminando hacia el metro, me vino a la mente el año 2022, así, como si se tratase del cartel de bienvenida a un pueblo, o el título de un libro que habla de los instantes vividos en los últimos doce meses. Me sorprendió el color que desprendía mi imagen visual. Pienso en “2022” y pienso en amarillo, en naranja, en verde, en luz, en caracteres redondeados, acogedores, cálidos, familiares.

Y, sin embargo, 2022 no ha sido un año fácil. Ha sido el año en que vi apagarse a mi madre hasta su adiós final, una mañana luminosa de mayo.

Empecé su duelo meses antes de su partida. Y hoy, más de seis meses después aún sigo procesando lo que no sé si se llega a procesar del todo en algún momento.

Hay seres queridos que se van de repente, dejando una cicatriz como de relámpago, de latigazo mortal. Otros, nos van diciendo adiós de a poquitos, permitiéndonos integrar la despedida de forma gradual. ¿Qué es mejor? Despedirse es doloroso, y cada dolor es diferente, e inevitable.

Sin embargo, cuando en mis noches oscuras anticipaba el final de mi madre, pensaba que me desgarraría por dentro, que me resultaría insoportable vivir su entierro, las muestras de afecto de amigos y familiares, que querría meterme en una cueva y aullar sola mi dolor. Creía que no sería capaz de reincorporarme a la cotidianidad, que la tristeza nublaría mi cordura y mi lucidez. Y nada más lejos de la realidad.

Ella se fue y descubrí la capacidad de sentir al mismo tiempo emociones que creía incompatibles: dolor y serenidad, vacío y plenitud, herida y fuerza.

Mi ancestral miedo a la muerte no desapareció, pero sí muchas de sus manifestaciones más concretas: cuando murieron otros seres queridos, evitaba acercarme a sus pertenencias, a sus espacios. Ahora, estar cerca de una camiseta suya, ponerme uno de sus collares de bisutería, era como refugiarme de nuevo en su calidez de madre, respirar de alguna forma su energía dulce, su belleza. Me he pasado horas mirando fotos suyas, cuando hubo un tiempo en que no era capaz de pasar por delante del retrato de mi abuela recién fallecida sin estremecerme.

No puedo hablar de certezas, solo de sensaciones, y mi sensación es que mi madre, su esencia, la energía más pura que daba vida al personaje, sigue viva. Liberada del sufrimiento de ese personaje limitado y enfermo, me inspira desde un plano que mis sentidos no alcanzan a captar, pero mi intuición, sí. Me inspira alegría y ganas, me sopla al oído mimos y piropos, ánimo, y consejos.

Hay algo roto en mi corazón, eso es ineludible, su ausencia física me duele y me desconcierta. Pero junto al dolor… FUERZA, CONFIANZA, ALEGRÍA.



Y con esos ingredientes, he podido transitar tantas otras experiencias de este 2022 que me han llenado el alma. Acercarme más a mi padre, sentir el cariño de la familia, y de tantos amigos que me han acariciado el alma, asombrarme y dejarme mimar por la generosidad y cercanía de los vecinos, disfrutar como una niña con mis sobrinas en la piscina, en la playa, recuperar los viajes con mi compañero de camino, permitirme descansar, desconectar… Y abrazar, rebosante de cariño, a los nuevos seres que han venido a este mundo, nuevos sobrinos del corazón que me han permitido ser testigo en primera fila de los ciclos de la vida.

Perfectas sincronías para un año de color, un año bello, intenso, vivo.

Y ahora, dejaré de lado a ese “grinch” que me últimamente me poseía en Navidad, y me abriré a vivir esta época con ternura, con honestidad, con sencillez, y algún que otro homenaje gastronómico. Todo, en honor a ella.

Supongo que esto es la vida: morir y renacer cada tanto, dar la bienvenida y despedirse. Y siento que este viaje no acaba con ese aparente final, las despedidas son transitorias. Y también siento que esta “perita”, que se estaba haciendo esperar demasiado, me la ha chivado ella de alguna forma. Ya me estaba tirando suavemente de las orejas para sentarme ante el portátil y meditar bajo este peral. Ella colabora ilustrando el texto. Gracias, mami.

Y tú ¿de qué color has pintado este año?

domingo, 24 de abril de 2022

Reflejos

Hace tanto que no paso por aquí… Y hace tanto que lo deseaba. ¿Por qué demoramos, a veces, cumplir nuestros deseos? ¿Por qué nos infligimos la pena de posponerlos, como si necesitáramos merecerlos? O tal vez, es la felicidad implícita en la espera la que queremos saborear un poquito más.

Más. Más allá. ¿Qué hay más allá? Esta mañana especulaba sobre el Más Allá con mayúsculas, de forma telegráfica, como se hace ahora todo en las redes sociales. (Qué capacidad de síntesis estamos desarrollando). Pero no es de ese del que me apetecía hablarte ahora, al caer la tarde, esta tarde preciosa, limpia y fría de primavera que nos han regalado estos días de lluvia.

Ahora que cae el sol sin que yo pueda verlo desde mi ventana, me acuerdo de aquel otro atardecer de hace unos meses. Estábamos en navidades y la sombra del Covid nos hacía plantearnos y replantearnos la forma de celebrar las fiestas. Finalmente, en mi caso, unos test positivos de última hora nos llevaron a pasar el fin de año separado de toda la familia. Y toda la familia separada. Cada mochuelo en su olivo.

Antes, unas horas antes de ese momento, yo paseaba al atardecer por mi ruta habitual a orillas del Odiel. Pero esta vez algo me llevó a cambiar el recorrido. ¿Y si en lugar de seguir siempre río abajo, hasta el puente y luego cruzar al otro lado, camino esta vez río arriba hasta el otro puente, ese que solo he visto de lejos?

Y modifiqué mi ruta un poco temerosa pues la zona me parecía menos segura, menos conocida.

Había dejado de ver el río por los eucaliptos que poblaban la orilla, pero al llegar a la altura del puente de arriba, giré a la izquierda para ir a atravesarlo y, tras los árboles se mostró de nuevo, majestuoso, el río. Me quedé pasmada. Olvidé los miedos y los recelos. La belleza de la escena era sublime: la luz perfecta, el reflejo mágico.




Permanecí un buen rato muda, fascinada, observando el regalo de la naturaleza, ofrecido sin más, gratuitamente.

Y recordé aquellas otras veces en que me animé a dar ese paso más allá, vencí mis miedos y me lancé a aventuras nuevas y caminos inexplorados. Cuánto vértigo inicial, cuántas ganas de decir “no, mejor me quedo”. Y cuánta recompensa por saltar, por expresar, por avanzar, por adentrarme, en resumen, por atreverme.

Lo que no puedo contar son las veces en que no di el paso, callé, o atendí a la voz que gritaba “déjalo estar”. No sé cuántos atardeceres dejé de ver por ello, ni cuánta libertad dejé de experimentar, ni cuánta gratitud dejé de sentir por los regalos que la vida no pudo entregarme, porque sencillamente no fui a por ellos.

Por eso, en este atardecer -que hoy solo intuyo- doy este paso adelante, por fin, y te ofrezco esa imagen del río, junto a los pensamientos que me despertó. Porque llevo demasiado tiempo diciendo “otro día” y pensando “no vas a ser capaz de expresarte”. Ya está bien de excusas. Expresado queda. A volar.

domingo, 6 de febrero de 2022

La rueda del hámster

No sabía que era una fiesta de disfraces, así que me presenté tal cual y sentí las miradas clavadas en mí. No pude soportar la atención. No reconocía a nadie pero todos podían reconocerme a mí. Qué desnuda vulnerabilidad.

No volvería a sucederme algo así. Busqué ropajes en los armarios de mis padres, en los de familiares que no llegué ni a conocer, en los de mis amigos, por supuesto; incluso en los de gente que apenas conocía: profesores, jefes, actores, escritores, magos de la palabra, en general.

Y me hice con un catálogo de atuendos que enmascaraban mi esencia, para adaptarla al estilo que la ocasión requería. Y olvidé quién era. No, no es cierto, lo que era latía firme bajo mi indumentaria, inconfundible cuando me paraba a escuchar. Pero se desdibujaba en el ruido, en el exceso de actividad, en las prisas, en el querer seguir ritmos que no eran míos.

Soy mi esencia y la materialización de la misma en este escenario en el que elegí encarnar. Yo soy la observadora y el personaje. La integración de materia y energía, la observación y lo observado.

No una cosa o la otra; no, mientras permanezca en este escenario del mundo. Y cuando lo abandone, volveré a ser solo la esencia, más toda la información experimentada a través de los múltiples personajes. Una esencia enriquecida.

Pero aquí y ahora, soy lo concreto y lo abstracto. Y la pausa, el silencio y el espacio me permiten dejar de implicarme con un solo personaje, con una sola voz, y mirar todo con una perspectiva integradora.

La actividad frenética me confunde, me aturde. Y quiero frenarla con más actividad aún, por muy incoherente que lo encuentre, es mi inercia: vencer el hacer, haciendo más, haciendo de otro modo, en otro plano. Me pierdo en el no-hacer. Me cuesta confiar en el poder creador del no-hacer, por muchas veces que haya experimentado el vacío creador de la vorágine de acciones. 

¿Te parece incoherente? Y así es, esa es mi experiencia: cuanto menos hago, más profundo y más auténtico es lo que consigo crear. Pero ahí está mi personaje -uno de ellos, uno de tantos- aferrado al control de la agenda, del hacer, del buscar, del mover la rueda del hámster hasta la extenuación, en busca de una falsa promesa de tesoros perdidos.

Todos los días atardece. Salga yo a verlo o no; haya terminado todos mis deberes 


autoimpuestos o me haya quedado tumbada en el sofá. 

Todas las primaveras florece el almendro.

Toda la vida, mi esencia es.

Y esto solo lo entiendo cuando paro, cuando callo, cuando me rindo, cuando -tras la tormenta de lágrimas de rabia y frustración- me quedo quieta y observo lo que soy, lo que hay. Un atardecer gratis, de nuevo hoy.