domingo, 11 de diciembre de 2011

ELA

Son las iniciales de una terrible enfermedad que convierte en una prisión el cuerpo de aquellos que la padecen.

Es fácil comprender mi total admiración hacia estos enfermos cada vez que descubro su afán de superación, o cuando veo cómo aprenden a desarrollar recursos alternativos para suplir la progresiva falta de sus recursos naturales, como la capacidad motora, el habla o la deglución.

Y muchos, incluso, son capaces de ir más allá y enfocarse en lo que les queda, y aprovecharlo intensamente, para seguir creciendo y ofreciendo su perspectiva, su aprendizaje, a los demás, por ejemplo a través de sus blogs.

La vida me ha ido acercando poquito a poco a estos enfermos y a su asociación en Madrid (ADELA). Y de este contacto ha surgido mucho bueno.

Cuando imaginaba la posibilidad de acompañar a una persona con ELA, pensaba que se me vendría el mundo encima, que no sería capaz, que me deprimiría y que no tendría nada que aportarle.

Y sin embargo, mi experiencia no puede ser más distinta a mis expectativas: lo que empezó siendo un voluntariado puntual para enseñar nuevas tecnologías a una enferma, ha derivado en una peculiar relación entre ambas.

Ella siempre me da las gracias por ir a verla y piensa que soy muy generosa por estar a su lado un ratito en la semana. Y es que, aunque lo intento, me cuesta expresarle en su justa medida todo lo que aprendo cada tarde que nos vemos.

A su lado, saboreo mucho más todo lo que tengo, hasta lo más insignificante –aparentemente-  como es la posibilidad de beberme el vaso de agua que pido ansiosa a su madre en cuanto llego a su casa. Porque ya no doy nada por sentado, y valoro como un regalo mi salud y mi autonomía.

Y he aprendido a dejar volar la imaginación para que nuestro rato juntas sea como un pequeño oasis que ella sea capaz de extender a lo largo de la semana. Y yo también. Es una oportunidad para pensar en cosas bellas, en cosas locas, en historias imposibles, para cabalgar a lomos de la imaginación hacia rumbos desconocidos.

Y no quiero mirarla con pena, de hecho, a veces se me olvida su enfermedad y sólo veo a una nueva amiga, con la que paso la tarde.

A veces, incluso, al recordar nuestros momentos juntas, creo oír su voz contándome cómo fue su niñez, de mudanza en mudanza, o preguntándome cómo me ha ido en mi último viaje.

Y en realidad no conozco su voz, ni la figura que tenía hace 3 años, ni su forma de andar. No sé si gesticulaba mucho o no, ni cómo vestía. Pero conozco su mirada y percibo su esencia. Y cuando salgo de su casa, me siento llena de ella.

Porque las personas somos más que nuestra “cáscara”, mucho más. Y es terrible verse afectado por una enfermedad así, pero cuando las cartas están echadas y no hay vuelta atrás, hay que tratar de jugar la partida lo mejor que se pueda.

Y cada enfermo hace lo que puede con lo que tiene, y necesitan que estemos ahí, dándoles amor con toda la naturalidad del mundo, bromeando, cuidándoles y, sobre todo, no perdiendo de vista que ellos, pese a las apariencias, siguen siendo los que fueron un día no tan lejano.

La dependencia externa de sus familias y cuidadores es total, pero esto no los convierte en bebés. Siguen siendo adultos conscientes que necesitan sentirse valorados como tales, con respeto, naturalidad y alegría.

Traspasemos las fronteras de las apariencias y vayamos a la esencia del ser humano, esa que permanece inmutable.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El viaje

No me resisto a publicar algo que escribí hace seis años y que justo hoy acabo de encontrar enredado en las tripas de algún disco duro:

La reunión había llegado a vía muerta. El Director de Ventas quería aumentar a toda costa los incentivos de los comerciales y el Director de Finanzas se negaba en redondo. Los ánimos andaban caldeados. Cada uno había expuesto con detalle los argumentos que justificaban su postura. Dos largas horas entre márgenes de venta, calidad de atención, ingresos por línea de producto, limitaciones presupuestarias… Apasionante.

Y tú, ¿qué opinas, Lucía?

Todos los rostros se volvieron hacia mí, que llevaba media reunión tratando de evitar los bostezos y pintando garabatos en la agenda. Dudé unos segundos, solté el bolígrafo, me levanté y declaré: “opino… que esto es un verdadero coñazo, que ya no aguanto más, que no sé que pinto aquí y que me voy. Hasta luego, señores.”

Salí con paso firme, protegida por el halo de asombro y estupor que habían dejado mis palabras.

Romper con mi monótona vida de funcionaria era un sueño recurrente que ya tenía telarañas. Lanzarme a vivir con mayúsculas, a toda vela, era una frase sin sentido de puro gastada. Viajar a Argentina era un sueño que llevaba demasiado tiempo en el baúl de mis proyectos.

Ahora o nunca.

Me ahorraré los detalles burocráticos y meramente logísticos, la cosa es que en quince días había cancelado la cuenta vivienda y el plan de pensiones y volaba rumbo a Buenos Aires entusiasmada, radiante y hecha un flan.

Pasé cuatro meses viajando por ese país enorme y diverso, y en todo ese tiempo apenas fui capaz de cerrar la boca de asombro ante los fabulosos paisajes y unas gentes siempre dispuestas a compartir un mate y una buena conversación.
   
De regreso a España me traje prestados su acento y a un porteño adulador, con ganas de visitar la madre patria y que había subido mi autoestima con bastante más eficacia que mi colección de libros de autoayuda. El porteño me introdujo enseguida en la colonia argentina de Madrid, así que continué aprendiendo a bailar tangos y a expresar cualquier idea, sentimiento u opinión, usando un vocabulario diez veces más amplio del que hasta entonces había conocido.

A Carlos, el porteño, le debió de agarrar fuerte la nostalgia, pues pasaba cada vez más tiempo con Valeria, una cordobesa (de Córdoba la de allá, no la española), hasta que una tarde llegué a casa y encontré una nota de despedida, se iba con ella a conocer Barcelona. Era un mensaje tan sentido, tan elocuente, tan inspirado que no supe si odiarlo o si enamorarme aún más.

Ante la duda y como aún me quedaban fondos –bendita manía de ahorrar- decidí ayudarme a olvidarlo viajando esta vez hacia Oriente. De la vida nocturna, la palabrería desmesurada y los placeres mundanos, pasé sin término medio al silencio y el cultivo de la vida interior del Nepal. Fue un cambio radical pero verdaderamente enriquecedor.

Tras años de vida prudente, sensata y gris, necesitaba extremos. Me había lanzado a la aventura de vivir sin medida, descubriendo placeres, con una mezcla de frescura, frivolidad y, por encima de todo, verdadero entusiasmo. Y ahora, cansada de excesos, buscaba calma, serenidad, silencio.

Todo ello lo encontré de sobra en mi visita a Nepal, China, Japón y la India. Había programado inicialmente un viaje de un par de meses, pero ante la inmensidad de lo que se abría ante mí, decidí dejarme llevar y continuar hasta que mi estancia tocara naturalmente a su fin.

Descubrí una forma totalmente diferente de entender la vida… y su inseparable compañera, la muerte. Había estado flotando en las tibias aguas de la superficie de la existencia humana y ahora me adentraba en las profundidades abisales del ser. Y me encantaba.

Tuve suerte de encontrar a grandes maestros y disfruté aprendiendo todo lo que ellos estuvieron dispuestos a enseñarme y mi mente estuvo dispuesta a aceptar y asimilar. Técnicas de meditación, ejercicios para equilibrar cuerpo y mente, terapias de sanación.

Siete años después, volví a casa. Aunque a estas alturas se me hacía extraño llamar casa a ningún lugar.

Busqué un pueblito no muy lejos y no demasiado cerca de Madrid para instalarme. Atrás habían quedado mis ansias de vida urbana. Rehabilité una antigua casona como modesta pensión rural de esas que empezaban a ponerse de moda, le di cierto toque oriental e me dediqué a dar alojamiento e impartir cursos de relajación, yoga, alimentación sana.

Siempre había soñado tener una casa en la que hospedar a aquellos que necesitasen huir de alguna manera de sus vidas incoloras. Ofrecer cobijo y conversación o silencio, según el caso. Un pequeño oasis de paz más allá de la locura de la metrópoli.

Y aquí estamos. Esa es mi pequeña gran historia. A Miguel lo conocí en una de mis fugaces visitas a la capital, un regalo más de mi amada y odiada ciudad. Él aún anda a caballo entre el ritmo trepidante de la gran urbe y la calma del campo. El teletrabajo, un gran invento. Aparte de Internet, y salvando las distancias, Miguel es mi nexo con la civilización.

¿Si mereció la pena?

Cada mañana al despertar pienso cómo habría sido mi vida si aquel día en aquella tediosa reunión no hubiera dado ese paso adelante, si aún hoy continuara trabajando ocho horas delante de un ordenador, preparando gráficos, informes, resúmenes estadísticos…, mirando por la ventana con el estómago encogido, la mirada opaca y soñando cada vez más tenuemente con volar, escapar, dejar de tirar mi vida a la basura.
 
Sin duda mereció la pena.  

Desde mi hoy, seis años después, aún me pregunto por qué respondí a aquella pregunta y me quedé en la reunión...

sábado, 8 de octubre de 2011

Ayer y hoy

Salgo de la oficina rauda y veloz, llego tarde al dentista. El metro está asomando ya por el túnel. Prisa en mis pies, en mi mente, en mi estómago.

Dado que tengo casi una hora de viaje, decido regalarme este ratito para serenarme, para ponerme una música relajante en los cascos y cerrar los ojos, aun de pie.

Impresionante el poder de la música para cambiar estados de ánimo, para crear ambientes, para fluir…

Un buen rato después, llegando a una parada, abro los ojos un instante para asegurarme de que he entendido bien al altavoz anunciar la estación a la que llegamos. Entonces, veo al chico sentado frente a mí y saltan todas mis alarmas: ¡¡¿¿Es él??!!

Está adormilado, también con los ojos cerrados. No sé, quizás no…, a ver, me inclino un poco sin parecer descarada… Pero sí, sí es él, absolutamente él.

Tengo delante al adolescente que destrozó mi corazón por primera vez, en los años de instituto.

Pasan por mi mente en un segundo cientos de imágenes: sus primeros acercamientos, sus serenatas de guitarra, su sonrisa, su mirada azul y estremecedoramente fría. Y sus desplantes, su sarcasmo, sus desprecios y, en fin, ese adiós que nunca salió de su boca, y que sólo deduje tras meses de silencio.

Y ahí está. Muchos años, muchos otros desplantes y desprecios, muchas canas después.

Levanto mi mirada de su rostro dormido y me miro en el cristal del vagón. Y, curiosamente, lo que veo me gusta.

Y es que mi corazón se ha roto muchas veces, pero siempre ha salido reforzado. Siempre he aprendido algo de mis errores, de mis caídas, de mis miserias. Y a fin de cuentas, también ha habido muchos abrazos, mucha pasión, muchas risas, complicidad y caminos, a veces muy breves, pero maravillosamente compartidos.
 
Y después de tanto tiempo, ya no necesito a un hombre para quererme. Me quiero yo solita, con el “pack” de luces y sombras que me ha tocado. Y así, ahora, puedo mirarme en un espejo y sonreír, porque estoy sola y soy yo misma. Y me gusto.

Tras el descubrimiento de esta evidencia, me siento profundamente agradecida hacia aquellos que a lo largo de mi vida, me han ayudado a llegar hasta mi hoy.

Él abre los ojos -parace que ha llegado a su parada-, se levanta y me cede el asiento. Lo miro y le digo: Gracias.


miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sonidos

20:45. Un martes cualquiera en un barrio de Madrid. Estrés, agotamiento mental, demasiado parloteo interior, demasiadas listas de cosas por hacer que repaso mentalmente, cansándome mucho más que si me pusiera a hacerlas de una vez por todas.

Procrastinación o el arte de dejarlo todo para "mañana-ya-si-eso". Anticipación o cómo preocuparse por todo lo que ha de venir (o no) a escala micro y a escala global.

Vuelvo a casa con la compra y con todo ese diálogo mental (un día de estos he de plantearme seriamente eso de la meditación, dicen que ayuda a controlar y serenar la mente), y oigo de repente y por encima de todos los ruidos de la ciudad, el cri-cri de un grillo rezagado.

Este grillo ha debido de pensar que el veranillo de San Miguel es verano al fin y al cabo, y a él, en verano, le toca currar, anunciándonos con su cri-cri que ya es hora de serenarse, de salir de la ofuscación del día a día, respirar hondo y sonreír, dando la bienvenida a la noche.

Gracias, Pepito (Grillo).

lunes, 8 de agosto de 2011

Obvio, o no tanto

Los niños, con su sinceridad ingenua y, a veces, brutal, van directos al grano: de hecho, si te ven y descubren un grano al lado de tu nariz, te dirán: “Hala, qué grano más gordo”. Y se quedarán tan panchos.

El dueño del grano puede ofenderse y pensar: qué poca educación le dan hoy a los niños. Pero el hecho es que el grano está ahí (¿o pensabas que por no hablar de él, dejaría de estar?)

Y es que los adultos somos raros. Probablemente, llevamos a cuestas muchos años de “maltrato psicológico” involuntario por parte de los que nos quieren. Posiblemente, estamos aplastados por el peso de la imagen ideal que deberíamos ofrecer para ser “deseables” en la sociedad (a fin de cuentas: para que nos quieran). Y todo esto hace que detestemos una parte de nosotros mismos: nuestros defectos (por llamarlos de alguna manera).

Pero somos tan raros los adultos, que hay algo que la mayoría de nosotros lleva aún peor: todo lo bueno que tenemos.

Porque se puede acabar, porque puede ofender a los que tienen menos, porque nunca estará a la altura de los que tienen más.

Basta ya de comparaciones, por favor. Basta ya de vivir nuestra vida en función de los demás.

Somos lo que somos. Podemos profundizar muchísimo en la búsqueda de nuestra identidad y de nuestra trascendencia, pero hoy no voy por ahí. Hoy me quedo con lo más superficial: con la punta del iceberg, con lo que mostramos al mundo o lo que el mundo percibe de nosotros.

¿Y qué tal si empezamos a amar nuestra superficie sin más pretensiones? Pack completo: virtudes y vicios incluidos, color de pelo, ojos, dimensiones y estatura, personalidad y falta de ella. Es lo que hay, son las cartas que tenemos para jugar esta partida de la vida.

Tal vez, si aceptamos estas cartas, si las miramos bien, con amor, con respeto, nos demos cuenta de que nos permiten jugadas interesantes, haciendo de la vida una gran partida.

miércoles, 6 de julio de 2011

Sobre las nubes

Vuelvo a sentarme a la sombra de mi peral y me doy cuenta de que hacía meses que no pasaba por aquí. Y no ha sido por falta de ideas, pero siempre antepongo cualquier otra cosa a dedicarme unos minutos para este placer de relajarme, dejar fluir mi mente y compartir mis reflexiones con quien quiera leerlas.

Se me ocurren tantas cosas de las que me gustaría hablar. Quiero imaginar que hoy estamos todos sentados en círculo, en la playa o en el campo, charlando animadamente de esto y de aquello, comunicándonos, compartiendo nuestra vida interior, ese océano que se esconde detrás de nuestra piel y nuestras vísceras, y que apenas asoma en nuestra mirada o nuestros gestos.

Tenemos un mundo interior tan inmenso y somos capaces de compartir una parte tan pequeña... Bueno, rectifico: tengo un mundo interior tan inmenso y soy tan poco capaz de compartirlo... A veces, por pereza, otras por vergüenza, por dificultad de expresarme, o por la inercia de relacionarme en "modo relativamente superficial y poco comprometido o comprometedor, bastante cómodo y, generalmente, divertido".

Gracias al blog, voy abriendo un acceso a ese mundo mío.

Y, por empezar contando algo, trataré de describir la maravillosa sensación que me invadió el domingo, cuando volvía en avión de mi viaje por Croacia. Sobrevolábamos... yo diría que Francia (veníamos de Munich). En ese momento, todo eran nubes abajo y un sol resplandeciente sobre nosotros. Unas nubes de cuento, de algodón denso, que formaban dibujos esponjosos y daban la sensación de poder sostenerme como un manto suave si me lanzara a ellas de repente.

No me cansaba de mirar por la ventanilla (de hecho, tenía ya el cuello algo dolorido...) y entonces vino esa sensación... Me invadió una paz tremenda observando ese bello cuadro infinito y blanco, y pensando en el agua y sus cambios de estado.

Y, entonces, me pareció obvio que morirse no era más que eso, cambiar de estado. Y que si el cielo tenía algo que ver con la idílica imagen estereotipada de las nubes, yo no me cansaría de la eternidad (gran dilema que me abruma desde pequeña). Y pude dejarme llevar por esa paz tan serena, tan plena, tan brillante.

Hoy soy muy feliz. El viaje me ha renovado y me ha devuelto la sonrisa del corazón. Me siento sana y fuerte. Y ha nacido Martín. Un pequeñín ha venido al mundo, dando lugar a la tercera generación de "López".

Todos mis abuelos han muerto ya. Y hasta ahora, la familia permanecía inalterable en la 1ª y la 2ª generación (bueno, siempre enriquecida con las respectivas parejas de los primos). Hoy la familia comienza a crecer de verdad, se abre un nuevo ciclo con esta nueva vida.

Mi prima, aquella pequeña con sus coletas y su dulzura enorme, es hoy madre. Ella también cambia hoy su estado de alguna forma. Ya no es sólo hija, sino que comienza un nuevo rol vital. Enhorabuena, Elisa.

Soy tan feliz.

viernes, 15 de abril de 2011

Querido Boliche

Hoy te echo intensamente de menos.

Desde que te apagaste, tu energía me rodea, dándome muestras de que somos algo más que materia. Siento tu compañía fiel, tu cariño, tu mirada expresiva, tu absoluta lealtad y tu reconocimiento, manifiesto aún cuando eras ya viejito y apenas veías ni oías.

Tu llegada a casa fue la excusa para mostrar cariño sin reservas, sin temor a parecer cursis o exagerados. Contigo todo mimo era válido. Eras un perro-gato, independiente, un tanto arisco a veces, mimoso y dulzón otras... Y te adorábamos.

Te adoramos. Porque tu recuerdo es tan vivo, es tan fácil volver a sentirse recorriendo las calles de Dos Hermanas en nuestro paseo diario... O recordarte corriendo como una liebre por el pasillo tras una pelotita que jamás me devolvías... O verte enseñando a las visitas tu tesoro más preciado: una rana de plástico que alguna vez fue nueva y lustrosa pero que últimamente aparecía ya descolorida y desmembrada.

¿Cómo algo tan pequeño pudo darnos tanto, pudo abrirnos tanto el corazón? Cierto, cuidarte daba mucho trabajo, viniste cuando los hijos ya estábamos a punto de irnos y la carga se la llevaron los padres. Pero creo que compensó. Estoy segura.

La tarde en que entraste en mi vida me sentí como una niña pequeña que recibe lo que más desea en este mundo. No me lo podía creer. Qué alegría tener esa bolita negra en mi regazo. Tan pequeño e indefenso, apenas caminabas y te resbalabas en el mármol del salón.

Será amor de "hermana", pero creo que eras un perro con personalidad propia: Te ganabas a todos, en cualquier momento los amigos, los conocidos, nos preguntaban por ti como quien pregunta por uno más de la familia.

Tantos recuerdos... Y ahora ¿dónde estás? La muerte nos lleva a todos a un lugar incierto. Pero los sentimientos que despertamos entre los que siguen vivos existen y son parte de nosotros. Por tanto, no morimos del todo.

Gracias por acompañarnos, Boliche, gracias por unirnos un poco más como familia. Era bonito que en el pueblo nos reconocieran por ti ("¿entonces tú eres la hija del señor que pasea a este perro por las noches?").

Adonde estés, vaya mi caricia.

jueves, 31 de marzo de 2011

¿Carpe Diem?

Y mientras el paisaje iba quedando atrás a tan alta velocidad como su destino se aproximaba, cayó en la cuenta de que estaba planeando su futuro. Pero no sus próximos meses o años. No. Estaba pensando en su próxima vida. Como si de una certeza se tratara, sintió que después de esta, viviría otra vida, en otra época, en otro cuerpo... y no podía perder el tiempo, había que ir organizando las cosas. No podía dejarlo todo a la improvisación.

miércoles, 2 de marzo de 2011

A lo largo de la vida...


Es curiosa la evolución que sigue generalmente la relación con nuestros padres… Al principio, en nuestra niñez, son nuestros héroes: los más altos, los más guapos, los más sabios, los más fuertes.

A su lado, estamos seguros; no importa qué monstruos hayan protagonizado nuestras pesadillas esa noche, cuando llegan ellos a la habitación, todos se esfuman.

Yo, incluso, ponía su palabra por encima de la de cualquiera, por encima de la lógica si hacía falta: “¿Que los Reyes Magos no existen? No vendrán a tu casa, porque no crees en ellos pero a la mía sí vienen, que mis padres me lo han dicho.”

Y queremos ser como ellos. Los imitamos en los gestos y en las aficiones, nos ponemos su ropa orgullosos (y holgados).

Luego, a medida que crecemos, los destronamos poco a poco de su reino y abrimos una zanja de incomprensión, de silencio, de rebeldía. Concentramos nuestra atención en las diferencias, en lo que nos separa de ellos, sin darnos cuenta de que generalmente se trata de matices culturales o generacionales, que no tienen por qué eclipsar el amor y la entrega que nos han regalado siempre.

Pero es así, y así ha de ser, es una etapa de reafirmación, de descubrirse uno mismo a partir de la identificación y el rechazo, época de blancos y negros y de sentirnos autosuficientes. Y eso choca también con la inercia que mantienen ellos desde que apenas gateábamos, la de ser nuestros protectores, nuestro faro…

Y nosotros queremos volar, experimentar la vida en nuestras carnes y dejarnos de teorías.

Después de caminar por mundos nuevos, después de acumular experiencias, éxitos, fracasos, glorias, sinsabores… volvemos la mirada a ellos con dulzura. Y las diferencias que observábamos ya no son tan grandes, e, incluso descubrimos algún rasgo de su carácter bien enraizado en nuestra personalidad y los entendemos mejor. Y valoramos más su amor y sus desvelos.

Yo aún no soy madre, dicen que ahí es cuando te das cuenta de verdad de todo lo que han hecho por ti. Bueno, así será, pero aún sin hijos siento un profundo e íntimo orgullo por los padres que Dios me dio. Me siento afortunada por la herencia que han ido dejando en mí día a día, por los sacrificios que han hecho para educarme y lo bien que les ha salido (modestia aparte, disculpen ustedes).

Y ahora soy yo la que quiero que se despreocupen de nosotros y que vuelen, a su manera. Que sean felices, a su manera. Que amen, que rían, que confíen, que sigan aprendiendo y viendo el mundo con esa curiosidad que les caracteriza.

Y quiero vivir de cerca su alegría.
A mis padres, agradecida.
Rocío

miércoles, 2 de febrero de 2011

Y tú, ¿qué vas a hacer?

Distingo un hilo conductor en muchas de las conferencias o reflexiones acerca de la crisis que aparecen por los medios, sobre todo, en Internet… Es un hilo conductor que me gusta, con el que me identifico y viene a decir que “salir de la crisis” depende de mí. Entrecomillo porque, como se expone en la conferencia que adjunto… ¿de qué crisis estamos hablando? (y al audio me remito).

Vale, aceptamos crisis como definición de la situación actual… (que, para mí, más bien no lo es, ya que sencillamente estamos en el final de una era, agotada y obsoleta en sus planteamientos básicos…), llamémosle “X”, pero ¿cómo salimos de aquí?

Durante mis años de Universidad, siempre pensé que la Economía era un misterio que sobrepasaba mi inteligencia, me costaba entender que el objetivo de una empresa no es “ganar dinero” (como pensábamos algunos ingenuotes) sino CRECER. ¿Crecer? ¿Hasta dónde? Y cuándo sea un monstruo que termine por devorar a sus hijos cual Saturno, ¿qué? Tampoco entendía esa ley de oro de que las casas no bajan de precio… Y se me hacía muy muy cuesta arriba pensar que los grandes gurús de las finanzas se la pasaban moviendo ingentes cantidades de dinero según simples expectativas, en los famosos mercados de futuros y derivados. Fabuloso.

Ahora parece que ese modelo de economía (y, por ende, filosófico y social) no estaba tan bien engranado y no era sostenible. Vaya por Dios.

Y ahora ¿qué?

Ahora nos quedan las frases elocuentes tipo: Piensa globalmente, actúa localmente. El cambio empieza por ti. This is the dawning of the age of Aquarius…

Y que conste que me gustan, pero, a la hora de actuar ¿qué?

Pensando pensando, he llegado a la conclusión de que cada uno ha de cuidar su jardín, responsabilizarse de su pequeña parcela, para que gracias al efecto multiplicador que tiene hoy cuaquier acción por lo interconectados que llegamos a estar, el mundo cambie.

En mi caso, ¿cómo?

No con grandes declaraciones ni con propuestas apabullantes que, en dos días se me olvidan o me abruman… sino con pequeños pasos cada día, ENFOCÁNDOME en todo momento en dar lo mejor de mí. En el trabajo, en el parque, en la montaña, en el mercado, en mi casa, en soledad, entre amigos… Eligiendo en cada momento la actitud que voy a tener, midiendo las consecuencias de dejarme llevar por la visceralidad y el calor del momento. S me ocurren mil ejemplos de pequeñas cosas que hacer en cada contexto (y que no hacer)

Me propongo quejarme menos y actuar más, comprometerme a hacer mi trabajo lo mejor que pueda, independientemente del contexto y de cómo lo hagan los demás. “To do my best”, la expresión inglesa lo define realmente bien. Enfocarme

Que no siempre lo voy a conseguir está claro, pero al menos, lo voy a intentar.

No me voy a quedar esperando a que el mundo sea un lugar maravilloso en el que vivir para cuidarlo, cuidarme y cuidaros lo mejor que sé.

Con alegría, con sinceridad, con responsabilidad.

Esta es mi propuesta, os invito a compartir las vuestras y a animarme cuando desfallezca.

Gracias.

http://www.eoi.es/mediateca/video.php?PHPSESSID=248be24797ccbc8c9b1e63b743d9bdcc&videoid=308
 

jueves, 13 de enero de 2011

Comienzos

En ese preciso instante, lo entendió todo. Comprendió cuál era su lugar en el universo infinito y atemporal, de dónde venía y qué venía a hacer aquí, cuál era su papel, su misión.

En ese preciso instante, vio las dificultades a las que tendría que enfrentarse, las limitaciones que había elegido aprender a superar para crecer.

En ese instante mínimo y concreto, supo que hay un antes y un después de esta vida. Se sintió parte de un todo, comenzando a saborear su esencia personal. Sintió amor. Amor puro. Todo era orden, equilibrio.

Un instante después, la matrona la agarraba por las piernas y le daba unos ligeros azotes, hasta que, con su primer llanto, lo olvidó todo.

Rocío

viernes, 7 de enero de 2011

¡¡Adelante!!

Últimamente no hago más que encontrarme en mi camino “señales” que vienen a decir  que “OTRO MUNDO ES POSIBLE”. Vídeos en Internet (como la entrevista con J.L.Sampedro que adjunto), conferencias, fundaciones que se crean para promover el cambio, conversaciones… Algo se mueve y nos indica que la crisis no es más que el umbral, el despertador.

Hay perspectivas apocalípticas, y las hay almibaradas, y sutiles, y guerreras, y… La cosa es que el cambio está en marcha.

No es que quiera emular al gran Raphael con su versión de Aquarius (“This is the dawning of the age of Aquarius”) pero es que estoy convencida: está amaneciendo. El amanecer de una nueva era, que puede durar aún muchos años y en el que todos jugamos un papel importante, si queremos tomar las riendas.

¿Cómo? ¿Qué hacer? Aún estoy despistada, no lo tengo muy claro, sólo sé que estoy convencida de que quiero formar parte de esta transformación.

El capitalismo se agota y nos agota. El consumismo está bien metido en nuestras venas: consumir bienes materiales, ocio, arte, diversión…

Busquemos maneras de desintoxicarnos, de vivir el instante por el mero placer de sentir que estamos vivos. Busquemos nuevos caminos, nuevas formas de existir como seres humanos.

Os propongo que compartamos cualquier herramienta que creáis que puede ser útil en este proceso, por muy pequeña o insignificante que os parezca... Cualquier cosa que encienda la mecha... No nos quedemos en las palabras, aunque estas sirvan de punto de partida…
¡Adelante!