En ese preciso instante, lo entendió todo. Comprendió cuál era su lugar en el universo infinito y atemporal, de dónde venía y qué venía a hacer aquí, cuál era su papel, su misión.
En ese preciso instante, vio las dificultades a las que tendría que enfrentarse, las limitaciones que había elegido aprender a superar para crecer.
En ese instante mínimo y concreto, supo que hay un antes y un después de esta vida. Se sintió parte de un todo, comenzando a saborear su esencia personal. Sintió amor. Amor puro. Todo era orden, equilibrio.
Un instante después, la matrona la agarraba por las piernas y le daba unos ligeros azotes, hasta que, con su primer llanto, lo olvidó todo.
Rocío
Quiero creer que es así, Rocío, quiero creerlo. Si no fuera así, significaría que el hombre es demasiado perfecto... Y afortunadamente no, no somos tan perfectos.
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