Ayer jugué a “Un, dos, tres, pollito inglés” contigo. Tú le
llamas “Un dos, tres, escondite inglés”, que para eso eres madrileña.
No quiero ni hacer la cuenta de los años que hace de la
última vez que jugué a ese juego, tan tonto pero tan interesante a un tiempo.
Cómo ponía de manifiesto las personalidades de cada jugador…
Ayer, cuando “la quedaba” (¿”la ligaba”?), tras volverme
hacia la pared para contar 1,2,3… y darte tiempo a avanzar, me volvía a mirarte
y estabas inmóvil, un pasito más adelante que la última vez. Juegas bien.
Y entonces, viví un salto en el tiempo (me niego a reconocer
la cantidad exacta de años atrás) y me vi reflejada en tu carita, en tu gesto,
en tu quietud, en tu emoción. Volví a ser esa niña, cuya única preocupación era
avanzar sin ser descubierta, viviendo plenamente en el único lugar que mi mente
era capaz de habitar en ese instante, puro “aquí y ahora”.
Te vi, con toda tu gracia, tu frescura, tu ingenua
inteligencia, tu desarmante sinceridad y tu mirada atenta, y me vi a mí misma.
Vi a ese ser que habitaba en mí antes de las decepciones, de
los juegos sin sentido (pero bien remunerados) que desgastan inútilmente, antes
de ir perdiendo las ganas de liderar el juego y dejar que otros pongan sus
reglas, antes de llenarme de miedos y absurda necesidad de control.
Gozo puro, presencia, entrega. Esa eras tú ayer. Esa era yo
entonces.
¿Dónde quedó esa yo? ¿Qué queda de ella? De repente, la echo
de menos. Puede que sea difícil recuperarla del todo, pero pienso intentarlo. Apagando
un poco esta mente rumiante, jugando más, rompiendo rutinas vacías y
recuperando… la inocencia, la risa, el disfrute de los pequeños detalles.
Voy a parar y a tomarme un tiempo en el que mirar hacia la pared y cerrar los ojos, diciendo lentamente: “un,
dos, tres, pollito, inglés” (o “escondite inglés”, vaaaleee), y después volveré a
mirar hacia atrás, a ver si me descubro allí, un paso más adelante que la
última vez, con la mirada confiada, segura, presente, dispuesta a jugar, a
divertirme, a crecer, a expandirme, y, si me apuras, a volar.
Porque no veo mejor ejemplo que darte, que recuperar toda la fuerza y la frescura de aquella niña, y aportarle la sabiduría que he ido adquiriendo con el tiempo (que algo también hay) para subirnos a un dragón y volar juntas hacia tierras ignotas.
*Foto tomada en la Librería Tres Rosas Amarillas, de Madrid. Súper recomendable para iniciar a la lectura a los peques.