lunes, 20 de abril de 2015

La Teoría de los Poquitos

Todo empezó aquella tarde en que charlaba con Julio y me preguntó por mis planes para el día siguiente. Le comenté que quería ir a nadar.

-Ah, ¿tú nadas?
-Sí, bueno, me gusta de vez en cuando, disfruto mucho en el agua y me sienta genial.
-¿Y cuántos largos te haces?
-Pues no sé, la piscina es de cincuenta metros, un poco larga para mi poca técnica, la verdad, y hago… pues, unos cinco o seis largos.
-¿Cinco o seis?, pero eso... eso es una mierda, eso es como no hacer nada, para eso, mejor no vayas.

Y pedimos otra caña y pasamos a otro tema. Pero sus palabras se quedaron resonando en mi cabeza. Al día siguiente, me levanté temprano y fui a nadar mis largos “de mierda”. Y me sentí de maravilla, dolida por el poco reconocimiento de mi amigo a mi pequeña hazaña deportiva, pero tonificada, despierta, ágil y relajada.

Y esto me dio mucho qué pensar. A veces, tendemos a creer que sólo las revoluciones cambian las cosas, que sólo las heroicidades tienen mérito, que tan sólo a base de grandes hazañas se consiguen grandes cambios.

Hoy estoy convencida de que no es así, o no sólo así. La mayoría de las transformaciones llevan su tiempo y requieren constancia. Motivación, preparación, ilusión y constancia.

El sábado estuve viendo un ratito el campeonato europeo de gimnasia artística y no podía evitar “fliparlo en colores”, maravillada de la capacidad del ser humano para dominar su cuerpo y llevarlo a acrobacias imposibles. Esto lo comento, sobre todo, desde mi perspectiva de personilla que no es capaz de levantarse un palmo del suelo sujeta en una barra (y menos en dos anillas).

Esos deportistas no se forjaron de la noche a la mañana, y por supuesto, tampoco entrenaron media hora al día… Pero posiblemente, sí empezaron entrenando un par de ratos a la semana y ahí descubrieron que les apasionaba ese deporte. Y continuaron cada vez con más dedicación.

Lo que quiero decir es que cuando nos planteamos un cambio en nuestras vidas –lo voy a decir en primera persona, que es desde donde lo he experimentado con total nitidez-: cuando me planteo un cambio en la vida, lo primero que me abruma es la cantidad de esfuerzo que voy a tener que desplegar. Y entonces llega mi amiga la pereza con su famoso: “Uff, quita, quita, ¿para qué te vas a meter?”

Sin embargo, cuando de verdad siento ilusión por algo, o cuando ya he tenido suficiente de algo y quiero cambiar, me funciona mucho mejor sentarme, preguntarme qué puedo hacer, qué pequeña acción puedo introducir para cambiar el rumbo, y mantenerla en el tiempo. Un día, otro día, otro día más… hasta que se integre en mí como algo natural.

Siempre aparece en algún momento el monólogo de Mrs. Desanimator -más maja ella-: “Anda, tonta, si ya lo dijo Julio, esto son como los seis largos de mierda en la piscina, no vale la pena, no hay diferencia entre hacerlo o no hacerlo, y entonces, ¿para qué perder el tiempo? Anda, venga, siéntate en el sofá, que hoy tripiten un capítulo de Big Ban Theory que te encanta y ya te sabes de memoria, y eso es mucho más divertido”

¡¡¡Y lo curioso es que muchas veces le hago caso!!!!

Pero es tan gratificante ser fiel al rumbo que uno mismo se ha trazado. Y tan sencillo, si los pasos son pequeños pero firmes y continuos. Que ganas me dan de agarrar una maza de esas que sacaba de ninguna parte el Correcaminos o Pixie y Dixie, para deshacerse de su eterno enemigo, en mi caso, de Mrs. Desanimator. Cojo la maza y ¡¡¡¡pong!!!!, mazazo en toda la cabezota a esa desaprensiva, que huye, plana como el papel, caminando hacia su guarida para no salir nunca jamás.

Mentira, volverá. Pero no es un problema, porque hoy día “La teoría de los poquitos” ha adquirido rango de ley natural. Y dice así:

Un paso constante y firme en la dirección adecuada le acerca con más rapidez y seguridad a uno a su objetivo que cientos de grandes hazañas imaginadas en la mente


Así que, con mi teoría bajo el brazo, no hay Desanimator que valga. Y yo sigo caminando, pin, pan, pin, pan, rumbo a mis sueños. 

(*) Imagen procedente de florida24.wordpress.com

lunes, 13 de abril de 2015

El teatro de la vida

En tardes como esta, veo con nitidez, incluso con un cierto humor, cómo mi interior parece un escenario con sus bambalinas y todo, en el que múltiples personajes pasan a recitar sus mejores monólogos.

Gran habitual es Heidi López. Espíritu de niña en cuerpo de “jovencita de mediana edad” -llena de optimismo y poderío- camina por la calle segura, alegre, tarareando para sus adentros alguna canción animosa. Capta lo mejor de la escena urbana: las primeras flores de los almendros, los brotes verdes, la sonrisa del bebé y aquel perrillo que se deja acariciar, mientras espera a que su dueño salga de la farmacia. Miradas cómplices con compañeros de metro anónimos y nota discordante entre los comentarios agoreros de la máquina de café.

A veces, Heidi se despierta y ve que no puede sonreír, que no ve los colores de la realidad, sino una gama de grises, y no oye cancioncillas en su mente sino un cantinela machacona: “todo va a salir mal” “¿quién te has creído tú para que la vida te sonría tanto?” “ya no te cabe más felicidad, así que, a partir de ahora, prepárate”

También sale a escena a menudo Indiana Ro: buscadora incansable de tesoros en el fondo de cualquier alma, sobre todo de la propia. Busca la belleza y la maravilla que está segura que todo el mundo encierra. Confía, indaga, no se conforma con la primera negativa, y no se desanima ante los tímidos, inseguros o los “invisibles ante sí mismos”. Es uno de los personajes que más me ayuda en el coaching y en las charlas de “terapia de amigas”.

Pero alguna tarde, se sienta en una esquina, apartada del mundo y se siente desfallecer. Suele ocurrirle cuando su eterna archienemiga, Mrs. Doubtfire, consigue abordarla por la espalda: “¿Todos somos héroes, todos tenemos un diamante en nuestro interior…? Pero ¿a ti quién te ha enseñado semejantes sandeces, niñata? Anda, anda, anda y baja de tus nubes de algodón. La realidad es miseria, es rutina, es ir tirando… Eso es lo que hay. Déjate de ñoñerías y mira, mira el lodazal que es en realidad la vida”

En raras ocasiones, porque ella es muy de reservarse para grandes eventos, sale mi Drama Queen: por escenario no necesita más que un sillón en el que tumbarse elegantemente para sollozar porque… ya es demasiado tarde para sus sueños, está demasiado acomodada para luchar, es demasiado mayor para volver a intentarlo, tiene demasiado miedo a perder, demasiada mediocridad instalada en el alma, está demasiado aburguesada para dar rienda suelta a su grandeza.

Y, luego, está Scared Rabbit, pequeño conejo asustadizo que mira, temblando, a un lado y a otro, temiendo encontrarse con amenazas de las que no podrá escapar. Busca un camino, una salida, pero como no sabe lo que quiere, ni lo que puede hacer, ni lo que dan de sí las fuerzas de sus patas, ni ve camino, ni salida ni nada. Sólo monstruos invisibles y muros infranqueables.

Tras un par de apariciones de los anteriores personajes, suele aparecer un mimo inmóvil, es una estatua de sal: la niña que de tanto llorar y mirar atrás, se ha transformado en una estatua. No hay movimiento, no hay posibilidad, no hay nada.

Yo observo el desfile de personajes, en general, con curiosidad, cariño y cierto desapego, pero algún día no puedo evitar confundirme con el personaje y entonces la función adquiere tintes realmente dramáticos, casi de tragedia griega. Y mi torbellino interior es capaz de dejar el escenario devastado.

Pero tras la tempestad… llega la calma, y vuelve la serenidad interior, esa que subyace al espectáculo que esté en cartel ese día. Porque sé que soy más que mi personajes, mucho más que todos ellos juntos. Y mucho más que todas las voces que los abuchean en sus interpretaciones. Soy mis personajes y sus saboteadores, y soy la gran directora de la obra, aunque a veces se me olvide.

Mis personajes responden a las distintas creencias que a lo largo de la vida me han ido empapando el alma. Y sus saboteadores son resultado de las voces críticas que también he escuchado afuera y de mi forma de ir abriéndome camino. No pasa nada. Es parte de la vida. El caso es que puedo CAMBIAR creencias. Y puedo cambiar de rol a algunos personajes, si ya no me aportan nada… Eso está en mi rol de directora. PUEDO hacerlo.

Si no olvido que el papel de directora es tan relevante como el de los actores, este teatro puede resultar de lo más interesante, entretenido y hasta divertido.

¡Bienvenidos al teatro de la vida!