En
tardes como esta, veo con nitidez, incluso con un cierto humor, cómo mi
interior parece un escenario con sus bambalinas y todo, en el que múltiples
personajes pasan a recitar sus mejores
monólogos.
Gran
habitual es Heidi López. Espíritu de
niña en cuerpo de “jovencita de mediana edad” -llena de optimismo y poderío-
camina por la calle segura, alegre, tarareando para sus adentros alguna canción
animosa. Capta lo mejor de la escena urbana: las primeras flores de los
almendros, los brotes verdes, la sonrisa del bebé y aquel perrillo que se deja
acariciar, mientras espera a que su dueño salga de la farmacia. Miradas
cómplices con compañeros de metro anónimos y nota discordante entre los
comentarios agoreros de la máquina de café.
A
veces, Heidi se despierta y ve que no puede sonreír, que no ve los colores de
la realidad, sino una gama de grises, y no oye cancioncillas en su mente sino
un cantinela machacona: “todo va a salir mal” “¿quién te has creído tú para que
la vida te sonría tanto?” “ya no te cabe más felicidad, así que, a partir de
ahora, prepárate”
También
sale a escena a menudo Indiana Ro:
buscadora incansable de tesoros en el fondo de cualquier alma, sobre todo de la
propia. Busca la belleza y la maravilla que está segura que todo el mundo
encierra. Confía, indaga, no se conforma con la primera negativa, y no se
desanima ante los tímidos, inseguros o los “invisibles ante sí mismos”. Es uno
de los personajes que más me ayuda en el coaching y en las charlas de “terapia
de amigas”.
Pero
alguna tarde, se sienta en una esquina, apartada del mundo y se siente
desfallecer. Suele ocurrirle cuando su eterna archienemiga, Mrs. Doubtfire, consigue abordarla por
la espalda: “¿Todos somos héroes, todos tenemos un diamante en nuestro interior…? Pero ¿a ti quién te ha enseñado semejantes sandeces, niñata? Anda, anda, anda y
baja de tus nubes de algodón. La realidad es miseria, es rutina, es ir tirando…
Eso es lo que hay. Déjate de ñoñerías y mira, mira el lodazal que es en
realidad la vida”
En
raras ocasiones, porque ella es muy de reservarse para grandes eventos, sale mi
Drama Queen: por escenario no necesita más que un sillón en el que tumbarse elegantemente para sollozar
porque… ya es demasiado tarde para sus sueños, está demasiado acomodada para
luchar, es demasiado mayor para volver a intentarlo, tiene demasiado miedo a
perder, demasiada mediocridad instalada en el alma, está demasiado aburguesada
para dar rienda suelta a su grandeza.
Y,
luego, está Scared Rabbit, pequeño
conejo asustadizo que mira, temblando, a un lado y a otro, temiendo encontrarse
con amenazas de las que no podrá escapar. Busca un camino, una salida, pero
como no sabe lo que quiere, ni lo que puede hacer, ni lo que dan de sí las
fuerzas de sus patas, ni ve camino, ni salida ni nada. Sólo monstruos
invisibles y muros infranqueables.
Tras
un par de apariciones de los anteriores personajes, suele aparecer un mimo
inmóvil, es una estatua de sal: la
niña que de tanto llorar y mirar atrás, se ha transformado en una estatua. No
hay movimiento, no hay posibilidad, no hay nada.
Yo
observo el desfile de personajes, en general, con curiosidad, cariño y cierto
desapego, pero algún día no puedo evitar confundirme con el personaje y
entonces la función adquiere tintes realmente dramáticos, casi de tragedia
griega. Y mi torbellino interior es capaz de dejar el escenario devastado.
Pero
tras la tempestad… llega la calma, y vuelve la serenidad interior, esa que
subyace al espectáculo que esté en cartel ese día. Porque sé que soy más que mi
personajes, mucho más que todos ellos juntos. Y mucho más que todas las voces
que los abuchean en sus interpretaciones. Soy mis personajes y sus
saboteadores, y soy la gran directora de la obra, aunque a veces se me olvide.
Mis
personajes responden a las distintas creencias que a lo largo de la vida me han
ido empapando el alma. Y sus saboteadores son resultado de las voces críticas que también he
escuchado afuera y de mi forma de ir abriéndome camino. No pasa nada. Es parte de la vida. El
caso es que puedo CAMBIAR creencias. Y puedo cambiar de rol a algunos
personajes, si ya no me aportan nada… Eso está en mi rol de directora. PUEDO
hacerlo.
Si
no olvido que el papel de directora es tan relevante como el de los actores,
este teatro puede resultar de lo más interesante, entretenido y hasta
divertido.
¡Bienvenidos
al teatro de la vida!
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