lunes, 13 de abril de 2015

El teatro de la vida

En tardes como esta, veo con nitidez, incluso con un cierto humor, cómo mi interior parece un escenario con sus bambalinas y todo, en el que múltiples personajes pasan a recitar sus mejores monólogos.

Gran habitual es Heidi López. Espíritu de niña en cuerpo de “jovencita de mediana edad” -llena de optimismo y poderío- camina por la calle segura, alegre, tarareando para sus adentros alguna canción animosa. Capta lo mejor de la escena urbana: las primeras flores de los almendros, los brotes verdes, la sonrisa del bebé y aquel perrillo que se deja acariciar, mientras espera a que su dueño salga de la farmacia. Miradas cómplices con compañeros de metro anónimos y nota discordante entre los comentarios agoreros de la máquina de café.

A veces, Heidi se despierta y ve que no puede sonreír, que no ve los colores de la realidad, sino una gama de grises, y no oye cancioncillas en su mente sino un cantinela machacona: “todo va a salir mal” “¿quién te has creído tú para que la vida te sonría tanto?” “ya no te cabe más felicidad, así que, a partir de ahora, prepárate”

También sale a escena a menudo Indiana Ro: buscadora incansable de tesoros en el fondo de cualquier alma, sobre todo de la propia. Busca la belleza y la maravilla que está segura que todo el mundo encierra. Confía, indaga, no se conforma con la primera negativa, y no se desanima ante los tímidos, inseguros o los “invisibles ante sí mismos”. Es uno de los personajes que más me ayuda en el coaching y en las charlas de “terapia de amigas”.

Pero alguna tarde, se sienta en una esquina, apartada del mundo y se siente desfallecer. Suele ocurrirle cuando su eterna archienemiga, Mrs. Doubtfire, consigue abordarla por la espalda: “¿Todos somos héroes, todos tenemos un diamante en nuestro interior…? Pero ¿a ti quién te ha enseñado semejantes sandeces, niñata? Anda, anda, anda y baja de tus nubes de algodón. La realidad es miseria, es rutina, es ir tirando… Eso es lo que hay. Déjate de ñoñerías y mira, mira el lodazal que es en realidad la vida”

En raras ocasiones, porque ella es muy de reservarse para grandes eventos, sale mi Drama Queen: por escenario no necesita más que un sillón en el que tumbarse elegantemente para sollozar porque… ya es demasiado tarde para sus sueños, está demasiado acomodada para luchar, es demasiado mayor para volver a intentarlo, tiene demasiado miedo a perder, demasiada mediocridad instalada en el alma, está demasiado aburguesada para dar rienda suelta a su grandeza.

Y, luego, está Scared Rabbit, pequeño conejo asustadizo que mira, temblando, a un lado y a otro, temiendo encontrarse con amenazas de las que no podrá escapar. Busca un camino, una salida, pero como no sabe lo que quiere, ni lo que puede hacer, ni lo que dan de sí las fuerzas de sus patas, ni ve camino, ni salida ni nada. Sólo monstruos invisibles y muros infranqueables.

Tras un par de apariciones de los anteriores personajes, suele aparecer un mimo inmóvil, es una estatua de sal: la niña que de tanto llorar y mirar atrás, se ha transformado en una estatua. No hay movimiento, no hay posibilidad, no hay nada.

Yo observo el desfile de personajes, en general, con curiosidad, cariño y cierto desapego, pero algún día no puedo evitar confundirme con el personaje y entonces la función adquiere tintes realmente dramáticos, casi de tragedia griega. Y mi torbellino interior es capaz de dejar el escenario devastado.

Pero tras la tempestad… llega la calma, y vuelve la serenidad interior, esa que subyace al espectáculo que esté en cartel ese día. Porque sé que soy más que mi personajes, mucho más que todos ellos juntos. Y mucho más que todas las voces que los abuchean en sus interpretaciones. Soy mis personajes y sus saboteadores, y soy la gran directora de la obra, aunque a veces se me olvide.

Mis personajes responden a las distintas creencias que a lo largo de la vida me han ido empapando el alma. Y sus saboteadores son resultado de las voces críticas que también he escuchado afuera y de mi forma de ir abriéndome camino. No pasa nada. Es parte de la vida. El caso es que puedo CAMBIAR creencias. Y puedo cambiar de rol a algunos personajes, si ya no me aportan nada… Eso está en mi rol de directora. PUEDO hacerlo.

Si no olvido que el papel de directora es tan relevante como el de los actores, este teatro puede resultar de lo más interesante, entretenido y hasta divertido.

¡Bienvenidos al teatro de la vida!

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