Las puertas de la cueva del tesoro no
se abren porque sepa pronunciar correctamente las palabras mágicas. Las puertas
se abren cuando las pronuncio al tiempo que cabeza, corazón y vísceras se
conectan con mi intención de
abrirlas.
Me
di cuenta, así por casualidad. A ver, yo esto ya lo sabía “de
siempre”, sí, mentalmente sabía que la intención es importante, pero no me
daba cuenta de que hay que trabajar con todo el cuerpo alineado. Hay que
entender con la razón. Hay que sentir con el corazón. Y hay que sentir con los sentidos. Todo tiene
que trabajar en la misma dirección. Y todo trabaja al mismo tiempo.
En
mi proceso, he comprendido que es necesario escuchar al cuerpo, conocer sus
ritmos, sus necesidades y sus gustos. Y para eso no me ha venido nada mal
aprender un deporte nuevo. Nunca imaginé que comenzar a esquiar iba a permitirme
un proceso de aprendizaje desde cero, en el que detectar mis formas de
aprender, de asimilar lo aprendido, así como mi necesidad de seguridad, de
avanzar poco a poco y repetir ejercicios cientos de veces en entorno seguro, antes
de pasar a la siguiente etapa.
Merece
la pena descubrir los miedos que van surgiendo y cómo me hablan al oído, y
cuáles son mis recursos para recuperar el poder: el tesón, la constancia y,
cómo no, la confianza (que descubro en
un rincón oscuro de mi corazón, llena de polvo por la falta de uso).
Y
en mi proceso de aprendizaje necesito premios, necesito indulgencia y suavidad,
cariño y comprensión. Y de la primera persona que lo necesito es de mí misma.
Y
en mi proceso vital, puro aprendizaje, a menudo he intentado
ir hacia la meta con los pies corriendo en un sentido y el cuerpo rotado en el
sentido opuesto. Imposible. El esfuerzo me deja extenuada pero desde luego no
avanzo ni un metro. O avanzo hasta perder el equilibrio, caerme y desanimarme
por una temporada.
Mi
pregunta hoy es cómo volver a rotar mi cuerpo hasta alinearlo todo en la misma
dirección.
Y
una de las primeras respuestas que me surge es: dejando de forzar las cosas,
dejando de buscar el método, dejando de hacer y hacer y, por supuesto, dejando
de pretender controlar el resultado.
Y
empezando a sentir, a escuchar, a enfocar
la atención en lo que se parece a lo que yo quiero. Y digo enfocar, no
aferrar, porque la cosa no va de obsesionarse con el proceso sino todo lo
contrario, de fluir con él.
A
mi mente le ayudan el silencio y la música. Y escribir. A mi cuerpo le ayuda
estar activo, tonificado y ligero. A mis sentidos les ayuda estar receptivos a
los estímulos que despiertan su curiosidad, su bienestar, su placer. Y en todo
esto tengo mucho margen de actuación. Todo esto puedo irlo materializando en
pequeñas acciones cotidianas y constantes.
Y
así, con una intención alineada, fluida y confiada, con una acción continua, constante, se irán abriendo las puertas de la cueva del tesoro cada vez más rápido.