En
mi afán de dejar sitio a lo nuevo, a lo que está por venir, cada dos por tres
hago una revisión de armarios y cajones para ver lo que ya no necesito. Esto
sucede como mínimo dos veces al año, ya se sabe cómo son los cambios de
estación… Y es que yo, por estaciones, entiendo sólo “primaverano” y
“otoñinvierno”.
Tras
la lucha inicial entre el apego y las ganas de liberarme y generar espacio, voy
amontonando lo que ya no sirve, y me doy cuenta de que servir, servir… qué
poquitas cosas me sirven. Qué poco hace falta en realidad y cuánto acumulo…
Pero no sigo por ahí, pues mi lucha
entre la austeridad más espartana y mi pequeño síndrome de Diógenes no son
objeto de esta reflexión de hoy.
Y
recuperando el hilo, el otro día, en mi última revisión de armarios, llegué al
santo grial de mis recuerdos: una caja que llevaba años sin abrir, porque lo
que hay allí es tan sagrado para mí
que sería absurdo abrirla para revisar. Pero esta vez, la abrí.
Y
allí había fotos, mi colección de tarjetas telefónicas de distintos países,
conchitas de vete a saber qué playas, billetes del Cercanías Dos Hermanas –
Sevilla (de algún trayecto olvidado en el que estaría especialmente pletórica
por lo acontecido ese día, también olvidado), marcapáginas con frases
preciosas, y algunas cartas de amores caducados. También había varios folios
con reflexiones de esas que solía escribir en los años de instituto y
universidad, y que, por alguna razón misteriosa, siempre me ocupaban justo un
folio por delante y por detrás.
Cogí
uno de esos folios, y dejé el resto al lado de lo que pensaba tirar. Cuando
pasamos por el punto limpio para reciclar, con todo lo amontonado ese día, Mori
me preguntó por la caja y, sin pensar, dije: “¿esa?, ah, sí, es basura
general”. Y allá que la tiró.
No
me di cuenta hasta mucho después ya en casa. ¿Dónde está mi caja de recuerdos?
¿Dónde está mi santo grial? Y entonces, recordé. Y curiosamente, todo lo que me
vino en mente fue: “ah, pues ya no hay remedio, así que, a seguir adelante”.
Estuve
a punto, no lo niego, de entrar en un diálogo interno de culpa y remordimiento,
de nostalgia, de duelo por las cartas que no llegué a releer y los pequeños
recuerdos que ya no veré más. A punto. Pero una voz más firme y potente dijo:
“¿Pa’qué?”
Y
no ha pasado nada, sigo viviendo tan a gusto o tan incómoda como antes, como
cuando la caja estaba ahí y yo no le hacía ni caso. Eso sí, me ha quedado un
hueco estupendo para meter las botas de montaña.
lo importante de las cartas y recuerdos ya lo llevas siempre contigo, porque eres tú.
ResponderEliminarGracias, Vulcano Lover. Así lo siento yo también :-)
ResponderEliminar