miércoles, 17 de noviembre de 2010

La despensa

Hace muchos años que uso esa metáfora: la despensa...

Cuando vivía en Dos Hermanas, en nuestra casa de casi toda la vida (que mucho tiempo, debido a su curiosa y llamativa apariencia -la compramos así, ¿eh?- sirvió de referencia a los conductores que se dirigían al centro del pueblo...), teníamos una despensa. No era muy grande pero allí podías encontrar casi de todo para poder sobrevivir en caso de ¿huelga de transportistas?, qué sé yo, y no es que hubiera tantas huelgas o imprevistos, pero el caso es que, como teníamos espacio, guardábamos de todo.

Y yo siempre he pensado que dentro de mí también tengo una despensa. Un espacio con sitio suficiente para almacenar todas esas herramientas que me ayudan a crecer, a salir de una crisis momentánea, a recuperar la alegría después de un bache...

Tengo una despensa cada vez más llena. Lo curioso es que parece que, a medida que se llena, se agranda...

En mi despensa hay música muy variada, música cuyas primeras notas ya me sacan de la abulia y la desidia de algún domingo por la tarde. Hay imágenes llenas de luz, de risa, de amistad, de pasión, de aventura...

Hay nombres de personas, que con sólo pronunciarlos, ya evocan sentimientos preciosos, recuerdos sencillos, casi insignificantes, que se me han quedado grabados a fuego y mantienen el olor, la esencia de sus protagonistas... Como aquella mañana, en el instituto, en que me llamó la atención que Raquel, en pleno invierno, no usara medias o calcetines... Ese simple recuerdo me situa plenamente en aquella época, casi puedo evocar literalmente el aula, los bancos, la pizarra, la ventana que daba a la avenida... los compañeros, los amores no correspondidos, la amistad adolescente, cotidiana, idealista, exaltada, intensa, maravillosa.

En mi despensa puedo encontrar también bailes, noches de fiesta que surgen improvisadamente un viernes cualquiera, de camiseta y vaqueros.

Hay conversaciones de a dos, en cualquier sofá (preferentemente amarillo) o en un parque cualquiera... 

Y hay sabiduría acumulada en forma de pequeños cursos de crecimiento personal... desde aquel taller de terapia Gestalt, a mis cursos de acupuntura Sujok, pasando por el reiki, los masajes, el yoga...

Hay viajes: rutas exóticas y otras más familiares, todas ellas motivo de crecimiento, diversión, curiosidad, vivencias...

Hay tantas cosas... Y también hay una que se cuela sin invitación ni permiso y que, a ratos, me cierra la puerta en las narices, dejándome sin recursos para Vivir: es la pereza, la inercia, esa amiga comodona, que gusta tener en casa de a poquitos, porque es muy maja y no te pide nada, se queda ahí, callada, sin hacer nada, en el sillón....pero que a veces, se apoltrona y no hay quien la eche y, mientras está, no hay manera de hacer nada que realmente merezca la pena.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tambaleándome

Trato de ayudarte a subir, sin apenas mantener yo mi propio equilibrio... Me estoy equivocando. Nos precipitaremos ambos hacia el abismo.

Hoy sólo tengo ganas de hacerme un ovillo y dejar pasar el tiempo.

Es difícil no juzgar... Y yo me juzgo egoísta por buscar mi bienestar antes que el del mundo. Pero tal vez "el mundo" esté bien como está y no necesite tanto que venga yo con mis soluciones a tratar de arreglarlo. O sí. O tal vez "el mundo", mi mundo, (¿hasta dónde llega mi influencia en este mundo?, ¿existe de verdad el efecto mariposa?) solo necesite que me "arregle" yo.

domingo, 3 de octubre de 2010

El silencio no se oye

Hace unos días, escuchaba en la radio un comentario sobre la pitada que le hicieron a Iniesta, jugador del Barça, en el campo del Athletic de Bilbao, por lo que algunos interpretaron como “demasiado teatro” en su queja por la entrada que un jugador local le hizo y que le costó a éste la expulsión.
Los comentaristas opinaban sobre si el público en el campo mayoritariamente censuró lo que considero una reacción excesiva de Iniesta, o si se trataba sólo una pequeña parte de los aficionados. Y uno de los periodistas dijo algo así como que a aquellos que no pitaron no se les oyó, por lo que no se podía saber si eran muchos o no.

Parece una obviedad pero… me llamó la atención el comentario. "Es verdad, a los que no pitaron, no se les pudo oir, no se puede saber si son muchos o no..."
En el fondo ¿no es eso lo que ocurre cotidianamente? Realmente, creo que son unos pocos los que gritan, los que “pitan”, los que descalifican sin rigor ni fundamento, los que “pasan” de la comunidad y piensan tan sólo en su propio interés.

Y no creo que esté siendo ingenua, es que siento que es así: las cosas bien hechas no llaman tanto la atención, porque EL SILENCIO NO SE OYE. Pero está.

Por eso hoy querría dejar constancia de mi granito de esperanza y confianza en esta sociedad a la que yo misma me harto de criticar.

Y es que, si me enfoco en lo censurable, en lo negativo, hay mucho que destacar, es cierto. ¿Pero no es aún más cierto que si me enfoco en lo agradable, en lo positivo, en lo bello y lo bueno… hay muchísimo más que mencionar?

Si me llama la atención un coche mal aparcado es porque hay otro cientos que están bien. Me puedo fijar en el individuo grosero que me empuja a la salida del metro, pero hay mucha más gente que circula como puede, con el cuidado y el esmero que le permite la gran masa de gente que entra y sale de los vagones.

Me gustaría invitaros a meditar esta idea y a no caer en la inercia del pesimismo que nos atrapa después de una mañana de “lucha” en el tráfico de la ciudad o cuando salen en la prensa 95 individuos presuntamente enriquecidos a costa de no respetar nada.

Porque el silencio no se oye… PERO ESTÁ.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Cuando lo veo venir...

Hay días en que me despierto aparentemente positiva, pero la primera contrariedad me tuerce el ánimo. Y entonces, lo veo claro: en ese preciso instante puedo dejarme arrastrar por la pendiente del mal humor, y empezar a maldecir a diestro y siniestro, y sentirme aislada e incomprendida por tanto “trozo de carne con ojos” con que me topo… Es tan sencillo… y, por extraño que parezca, tan sugerente…

Y también puedo frenar a tiempo, tomar distancia, inspirar profundamente o “cambiarme de gafas”. Todas esas cosas que me sé de memoria y que conscientemente dejo de lado por pereza, inercia o quizás por necesidad de expresar mi ira acumulada.

Puedo elegir, porque soy consciente. Tal vez, no todo el tiempo pero hay momentos en que sí. Y mucho.

Soy consciente de que la realidad es la que es, pero el cómo me acerco yo a ella, cómo la miro, en qué me enfoco… eso cambia mi relación con ella y, por tanto, mis emociones y mi estado de ánimo.

Ayer elegí no tirarme cuesta abajo y sin frenos por la pendiente del mal humor. Y redescubrí que la vida es mucho más que los primeros obstáculos con los que me cruzo (o los segundos, o los terceros..). Y qué a gusto pasé el día: de “rumiante” de malos pensamientos y pitufo gruñón, me convertí en, qué sé yo… (cuesta más etiquetarse cuando uno está bien), en una persona más relajada, abierta y sonriente, por fuera y por dentro.

Y ahí, eso sí, aparece el duendecillo del ego para decirme lo guay que soy y todo lo que he conseguido. En cambio, esos otros… oh, pobres desgraciadillos, ahí rumiando su pequeña infelicidad…

Bueno, eso es que aún tengo camino por delante. ¡A seguir avanzando tocan!

martes, 7 de septiembre de 2010

Los inicios...

Llegó la hora de contribuir a la generosidad sin límites que encuentro en la red.

Me fascina comprobar que, busque lo que busque en Internet, siempre obtengo resultado. Y eso, más allá de la veracidad de la información que pueda conseguir, implica que hay mucha mucha gente dispuesta a compartir sus datos, su conocimiento, su opinión, sus gustos, sus sentimientos... con el resto del mundo, sin importarle quién sea el destinatario de su aportación.

Donaciones desinteresadas que convierten la red en un océano inmensamente rico y abundante. ¿Quién lo iba a decir?

Y hoy quisiera ser, por primera vez, donante en lugar de receptora. Y lo que tengo para compartir son mis pensamientos, esas ideas que navegan por mi mente sin destino mientras conduzco o cuando voy en el metro o paseando o haciendo que escucho...

Amanece bajo el peral... Veamos qué ofrece este nuevo día.