Este
personaje marcó profundamente los primeros años de mi existencia, y gracias a
su papel en aquellos tiempos, mi vida transcurre en un contexto democrático. Hoy
sólo tengo palabras de agradecimiento y un recuerdo entrañable a su figura, al
brillo de su mirada, a la seriedad de su discurso. Para mí, este político
encarna, como hoy no puedo decir de ningún otro, la honestidad, la integridad,
la vocación de servicio y el sentido de comunidad.
Echo
terriblemente de menos esas cualidades en los políticos que “pueblan” el
Congreso, los Gobiernos de las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos… Siento
generalizar, porque seguro que estoy metiendo en el mismo saco a sanas
excepciones, pero su voz es tan tenue y su papel tan sutil (¿aún?), que me
pasan absolutamente desapercibidas.
La clase
política actual se pelea por agarrar el poder con uñas y dientes, por atacar al
adversario hasta ridiculizarlo, los discursos de hoy son demagogia barata y
facilona, oídos sordos al pueblo y justificaciones imposibles de argumentos sin
sentido.
¿Dónde queda
el espíritu de servicio? ¿Dónde, la misión de crear un marco para el desarrollo
de una sociedad más justa, equilibrada y sostenible?
Si, por una
vez, nuestros políticos recordaran al niño –o la niña- que fueron algún día,
seguro que los sueños de entonces diferían en mucho de lo que hoy es su
realidad. Porque ¿qué soñamos llegar a ser cuando somos pequeños? Profesiones
reales o inventadas que contribuyen a hacer del mundo un lugar mejor, desde el
cuidado de nuestro planeta o nuestro cuerpo, hasta el cuidado de nuestras
emociones y nuestro espíritu. Bomberos, médicos, bailarines, actores, astronautas,
exploradores, profesores, investigadores…
De pequeños
soñamos con ser Superman, no con ser Lex Luthor. ¿Cuándo cambiamos de sueños?
Porque, en el
fondo, el problema de la política actual es un problema de la sociedad.
Superman prefiere ir de incógnito, seguir disfrazado de Clark Kent, porque es
más cómodo y hay demasiados Lex Luthor. Y los “amigos de Superman” se han acostumbrado
a los antihéroes porque, total, más vale lo malo conocido.
Hoy describo
un panorama triste y desesperanzado. Y no me quito responsabilidad porque poco
hago yo porque las cosas sean diferentes.
Por eso, me
quito el sombrero ante quien supo, en contextos mucho más delicados, unir ideologías
e intereses aparentemente contrapuestos para sacar adelante un proyecto común e
ilusionado.
Y confío en
que pronto aparezcan líderes renovados con ganas de darle a esta sociedad
nuestra un “meneíto” de cambio, donde palabras como honradez, trabajo, calidad
y servicio, sean algo más que un vago
recuerdo. Y que haya muchas personas dispuestas a apoyarles con su confianza y
su trabajo.
Gracias,
Adolfo, por tu trabajo, por tu saber estar y tu saber marcharte, entonces y
ahora. Ojalá desde donde te encuentres, puedas inspirarnos.