viernes, 15 de abril de 2011

Querido Boliche

Hoy te echo intensamente de menos.

Desde que te apagaste, tu energía me rodea, dándome muestras de que somos algo más que materia. Siento tu compañía fiel, tu cariño, tu mirada expresiva, tu absoluta lealtad y tu reconocimiento, manifiesto aún cuando eras ya viejito y apenas veías ni oías.

Tu llegada a casa fue la excusa para mostrar cariño sin reservas, sin temor a parecer cursis o exagerados. Contigo todo mimo era válido. Eras un perro-gato, independiente, un tanto arisco a veces, mimoso y dulzón otras... Y te adorábamos.

Te adoramos. Porque tu recuerdo es tan vivo, es tan fácil volver a sentirse recorriendo las calles de Dos Hermanas en nuestro paseo diario... O recordarte corriendo como una liebre por el pasillo tras una pelotita que jamás me devolvías... O verte enseñando a las visitas tu tesoro más preciado: una rana de plástico que alguna vez fue nueva y lustrosa pero que últimamente aparecía ya descolorida y desmembrada.

¿Cómo algo tan pequeño pudo darnos tanto, pudo abrirnos tanto el corazón? Cierto, cuidarte daba mucho trabajo, viniste cuando los hijos ya estábamos a punto de irnos y la carga se la llevaron los padres. Pero creo que compensó. Estoy segura.

La tarde en que entraste en mi vida me sentí como una niña pequeña que recibe lo que más desea en este mundo. No me lo podía creer. Qué alegría tener esa bolita negra en mi regazo. Tan pequeño e indefenso, apenas caminabas y te resbalabas en el mármol del salón.

Será amor de "hermana", pero creo que eras un perro con personalidad propia: Te ganabas a todos, en cualquier momento los amigos, los conocidos, nos preguntaban por ti como quien pregunta por uno más de la familia.

Tantos recuerdos... Y ahora ¿dónde estás? La muerte nos lleva a todos a un lugar incierto. Pero los sentimientos que despertamos entre los que siguen vivos existen y son parte de nosotros. Por tanto, no morimos del todo.

Gracias por acompañarnos, Boliche, gracias por unirnos un poco más como familia. Era bonito que en el pueblo nos reconocieran por ti ("¿entonces tú eres la hija del señor que pasea a este perro por las noches?").

Adonde estés, vaya mi caricia.