lunes, 13 de julio de 2015

La quietud de los días

Me siento frente al ordenador y abro mi ventana al mundo: reviso mi correo, el muro de Facebook y mis mensajes de Whatsapp (hoy no me apetece Twitter). Viajo inevitablemente a Grecia y a Zahara de los Atunes (adión, Krahe, te fuiste sin que llegara a conocerte, pero cuando me pongo un pijama blanco, me acuerdo de ti).

Viajo a Málaga por un instante, donde una amiga muestra su intención de dar a luz sin epidural, y admiro su valentía y su decisión por salirse del excesivo proteccionismo que humildemente opino que rodea a las embarazadas y al parto hoy día. Que no digo que no sea maravilloso contar con una herramienta que te permite reducir el dolor en los momentos clave, pero por qué no confiar también en la mujer que está ahí, acoger su presencia y su sabiduría interna, avivar su fortaleza –y no convertirla en una enfermita desvalida y casi invisible-

Viajo a Gibraleón, donde un artista nos da a conocer su mirada del mundo. Y me hace recordar con sonrojo mi ancestral rechazo al inmovilismo cultural que asociaba a los pueblos.  Las etiquetas... Cuánto me ha costado darme cuenta de que la semilla de la modernidad crece en todas partes. Y se desarrolla mejor cuando tiene la calma y el reposo suficientes para echar raíces profundas antes que enormes ramas exuberantes.

Y por fin, abro la página en blanco de Word, en mi último lunes de permiso -mis lunes al sol-, con ganas de hablar contigo. Con ganas de saber de ti y de tus pasos en la vida… Qué bonito es ver cómo cada uno nos vamos desenvolviendo en esto de “vivir sin manual de instrucciones”.

Y se me vienen a la mente las vacaciones, aquellas de la niñez en las que el tiempo pasaba lento y había lugar hasta para el aburrimiento. Cuánto tiempo hace que no me aburro… Ahora, en vacaciones, quiero disfrutar al máximo de la familia, de la playa, del descanso, de las siestas de a dos, de la buena comida de una madre… Y quiero explorar, descubrir nuevas ciudades, caminos, parajes, estilos de vida. ¿Es posible?

Quiero pensar que sí, quiero creer que la actitud del sosiego se lleva dentro, y se expande constantemente con una condición: que no haya prisa ni expectativas. Lo que es, es. Y disfrutar de la familia también implica, a veces, encontrar nuestras diferencias, o las pequeñas heridas involuntarias que no cicatrizaron bien en el pasado y despiertan a nuestro niño interior herido, que lloriquea en busca de un simple abrazo acogedor.

Y disfrutar de la playa significa también encontrarse tal vez un viento o una lluvia que no permite esos paseos al sol que pretendía. Y puede conllevar unos planes frustrados o más “compromisos” de los previstos…

¿Y si me permito fluir con lo que ES? Aceptar lo que cada cual tiene para ofrecer (empezando por mí misma) y buscar lo que me agrada, pero sin tratar de controlar que todo sea según me lo he imaginado..., abriendo la mirada a lo que ES –y a menudo se me escapa, en el intento de ver sólo lo que quiero ver-

Y abrir espacio a mi paz interior, para que tenga cómo manifestarse.
Y acordarme de respirar profundamente para vivir cada instante, en lugar de sobrevivirlo. Y observarme para darme cuenta de qué tensiones no son necesarias en absoluto, sino que las mantengo por costumbre. Y cuidarme, regalándome algún placer sencillo cotidianamente.

Tal vez así, mis días de vacaciones y mis días laborables se confundan cada vez más y  más, y terminen pareciéndose mucho.

En esas estaba, cuando llamó el albañil a tomar unas medidas para una reparación en las zonas comunes. Y se me fue el santo al cielo y ya no recuerdo qué era lo que quería contarte.

Mientras me acuerdo: felices vacaciones.

(*) Foto del río Palmones (Bahía de Algeciras). Cruzarlo nadando en su desembocadura -desoyendo las advertencias de los mayores- era la aventura de muchos veranos adolescentes. No es muy ancho pero sus corrientes lo hacen un poco peligroso, como adulta algo más sensata, no lo recomiendo :-)