Una de las cosas de las que estoy especialmente orgullosa es de mi equilibrio en el metro. En serio, soy bastante buena manteniéndome en pie sin agarrarme a ninguna parte (esto último me vino muy bien en los primeros tiempos pandémicos, en los que tocar cualquier superficie parecía casi como tocar un cable de alta tensión).
Y ¿cuál es la clave de mi éxito
en semejante empresa? No aferrarme a mi postura, mantener una pose firme, pero
nada rígida, adaptándome continuamente a las oscilaciones del tren con
levísimos movimientos, y separando los pies una distancia prudente y, aun así,
digna.
Igual no te parecen las
reflexiones propias de un 31 de diciembre. Puede que tengas razón, pero es lo primero
que me ha venido en mente cuando he comenzado mi balance del año: necesito viajar
más por la vida como viajo por el metro.
Creo que, desde marzo de 2020,
este es el gran aprendizaje que estoy integrando en mí, poco a poco, con la
torpeza del novato, pero con la constancia del sabio. Viajo cada vez con más con
confianza, incorporando los vaivenes y bailando con ellos, en lugar de
pretender mantener a toda costa una postura que me abocará al traspié o,
incluso a la caída. Hay frenazos de la vida que, inevitablemente, me tiran al
suelo. Sí, si viajara sentada, tal vez lo sufriría menos pero, en ocasiones,
todos los asientos están ocupados y, además, a mí me gusta surfear la vida, no
quedarme en la orilla mirando (y discúlpame el salto de metáfora).
Este ha sido, posiblemente, uno
de los años más duros de mi vida. Y me he caído varias veces, en la línea 10,
entre “Prioridades” y “Gestión del tiempo”, y a lo largo de la línea 1, en “Mamá”,
“Casi finales” y “Dependencia”. Pero me he levantado con ayuda de los otros
pasajeros. Y es que mi vagón va siempre repleto de gente generosa, valiente, con
una mirada al mundo que nunca pierde la ingenuidad y frescura de la infancia. Gente
auténtica, que evita el camino trillado y busca dar sentido y plenitud a sus
días.
La verdad es que podría pedir,
para este 2022, que el tren fuera siempre a velocidad previsible, acelerando y
frenando con suavidad, sin sobresaltos, frenazos ni oscilaciones extremas, pero
eso no depende de mí. Mi postura, sí: flexibilidad, fluidez, confianza y pies
separados. Tengo que aprender que habrá momentos en que el cansancio no me
permitirá ejercicios de equilibrio, y sentarme será la mejor opción. Es muy importante
para mí darme ese permiso y no pretender estar siempre “a la altura”, hacer
equilibrios cansada es garantía de terminar por los suelos.
Habrá otros momentos en que disfrutaré
plenamente del viaje, de bailar con las circunstancias y de llegar a estaciones
que llevan un tiempo cerradas. “Abrazos despreocupados” y “Salidas
internacionales” son dos de las que más añoro. Ojalá abran pronto sus puertas.
Mientras, a incorporar los vaivenes de la vida como parte del baile.
Y a vibrar alto, alto, alto.
Sigue habiendo muchos motivos para reír, para disfrutar, para sentir calidez en
el alma. Muchos, muchos, muchos. ¡A por ellos!
Feliz 2022