3 de mayo de 2016, 22:55
Últimamente, siempre que miro el
reloj son “horas dobles”: las 11:22, las 12:12, las 22:44… Ahora, las 22:55. No
sé si eso tiene un significado especial, quiero pensar que sí. De hecho, he
decidido que se trata de instantes para tomar conciencia. ¿Conciencia de qué?
De lo que me ronde por la cabeza en el preciso momento de mirar el reloj.
Hoy, las 22:55 significan que se
me ha vuelto a hacer tarde, que he vuelto a dejar para el final mi alimento
para el alma, y que estoy enfadada.
He salido más tarde de la
oficina, por querer estirar el tiempo, por intentar rematar las tareas, cuando
de sobra sé que mañana seré como Penélope, deshaciendo la labor para empezar de
nuevo, por el cambio de enfoque de algún jefe de los de arriba.
Por supuesto, el súper, la
lavadora y la cena se han buscado un lugar prioritario en mi agenda. Hoy,
además, un poco de yoga. Luego, un joyero se ha interpuesto de improviso entre
mi escritura y yo. Había que ordenarlo de manera imperiosa y no podía ser otro
día, después de los años que llevará ahí, arrumbado, apenas sin llamar la
atención.
Otros días, se cuela una revista,
un folleto de publicidad, un capítulo repetido de una serie de TV, una búsqueda
de piso en Internet, unos mensajes de Whatsapp, o una mosca despistada volando
en la habitación. El caso es que yo no escriba, el caso es que este diario
responda más bien poco a su apelativo, y cada noche me vaya a dormir con el
sinsabor de haberme quedado sin tiempo para una de las cosas que más me gusta
hacer en la vida: contármela.
Y es que la vida, sin contársela
a uno mismo, es como si pasara de largo como un río que nadie mira.
Cuando me siento a escribir lo
que ha pasado, lo revivo y parece que es en ese momento en que soy consciente
de disfrutarlo, sufrirlo o, simplemente, contemplarlo. Un día que no me cuento
es un día perdido. Y pierdo tantos días…
No puedo evitarlo, ya no sé cómo
intentarlo. Escribir requiere recogimiento, silencio, un entorno adecuado para
recordar las escenas del día y deleitarme repasándolas. Y me paso tanto tiempo
“quitando obstáculos” para ese entorno, que cuando tengo vía libre son, como
hoy, las 22:55 y debería irme a descansar.
Descansar para vivir un día que
merezca la pena contar, cerrando un círculo vicioso de difícil resolución.