sábado, 7 de mayo de 2016

Las horas dobles

3 de mayo de 2016, 22:55

Últimamente, siempre que miro el reloj son “horas dobles”: las 11:22, las 12:12, las 22:44… Ahora, las 22:55. No sé si eso tiene un significado especial, quiero pensar que sí. De hecho, he decidido que se trata de instantes para tomar conciencia. ¿Conciencia de qué? De lo que me ronde por la cabeza en el preciso momento de mirar el reloj.

Hoy, las 22:55 significan que se me ha vuelto a hacer tarde, que he vuelto a dejar para el final mi alimento para el alma, y que estoy enfadada.
He salido más tarde de la oficina, por querer estirar el tiempo, por intentar rematar las tareas, cuando de sobra sé que mañana seré como Penélope, deshaciendo la labor para empezar de nuevo, por el cambio de enfoque de algún jefe de los de arriba.

Por supuesto, el súper, la lavadora y la cena se han buscado un lugar prioritario en mi agenda. Hoy, además, un poco de yoga. Luego, un joyero se ha interpuesto de improviso entre mi escritura y yo. Había que ordenarlo de manera imperiosa y no podía ser otro día, después de los años que llevará ahí, arrumbado, apenas sin llamar la atención.

Otros días, se cuela una revista, un folleto de publicidad, un capítulo repetido de una serie de TV, una búsqueda de piso en Internet, unos mensajes de Whatsapp, o una mosca despistada volando en la habitación. El caso es que yo no escriba, el caso es que este diario responda más bien poco a su apelativo, y cada noche me vaya a dormir con el sinsabor de haberme quedado sin tiempo para una de las cosas que más me gusta hacer en la vida: contármela.

Y es que la vida, sin contársela a uno mismo, es como si pasara de largo como un río que nadie mira.

Cuando me siento a escribir lo que ha pasado, lo revivo y parece que es en ese momento en que soy consciente de disfrutarlo, sufrirlo o, simplemente, contemplarlo. Un día que no me cuento es un día perdido. Y pierdo tantos días…

No puedo evitarlo, ya no sé cómo intentarlo. Escribir requiere recogimiento, silencio, un entorno adecuado para recordar las escenas del día y deleitarme repasándolas. Y me paso tanto tiempo “quitando obstáculos” para ese entorno, que cuando tengo vía libre son, como hoy, las 22:55 y debería irme a descansar.

Descansar para vivir un día que merezca la pena contar, cerrando un círculo vicioso de difícil resolución.