Alguna vez me dejo llevar por la tentación de zambullirme momentáneamente en el pasado a través de “la Gran Red”. Es tan sugerente teclear, por ejemplo, el nombre de aquel chico que me traía de cabeza en el instituto y ver qué ha sido de él, por dónde anda y tal vez alguna foto…
Me gusta mi presente en
movimiento y no pretendo volver atrás de ningún modo, o quizás tan sólo para
eso que dicen de tomar impulso. Estas
inmersiones puntuales son como un espejo mágico en el que me veo
simultáneamente en el pasado y en el presente. De repente, me sitúo en el ayer,
comienzo a recordar instantes, matices, sonidos, que creía borrados en mi mente,
y de esos recuerdos, en ocasiones, surgen pequeñas chispas de “sabiduría”, esos
insights de los que muchos hablan.
Y lo divertido de todo esto es
que realmente ni me lo propongo, es el propio buceo por la magia de las
redes sociales el que me trae asociaciones (una cosa lleva a la otra), recuerdo a alguien, y
no puedo evitar ir en su busca.
El otro día, ya no sé cuál fue
el detonante, me animé a buscar a aquella amiga de la infancia que se fue
perdiendo poco a poco en la niebla de la memoria. Ella vino al pueblo desde
Madrid y hablaba con un acento muy dulce lleno de eses. Me introdujo en el
mundo de los vaqueros, cuando yo vestía casi exclusivamente faldas y
vestiditos. Me animó a hacer gimnasia, en un tiempo en que -como asignatura- no
llegaba ni a “maría” en mi colegio y yo era más bien paradita en los recreos. Con
su familia, en verano, estuve de camping en una playa maravillosa de Tarifa. Me
encantó esa vida libre y asilvestrada.
En resumen, ella significó para
mí un cierto despertar a la vitalidad, a la acción, a ser algo más que una niña
buena y tranquilita que lee todo lo que cae en su mano. Luego, fuimos entrando en esa
etapa incierta de la adolescencia y nuestros ritmos se desacompasaron. Yo
cambié de colegio, ella, al poco, de ciudad… y nos fuimos dejando atrás en
nuestros caminos.
Y al encontrarla en Facebook,
bella, con su sonrisa de siempre y su frescura, con un tipazo de muerte y su
pasión por el deporte intacta, me llené de alegría. Y se agolparon en mi mente
escenas de nuestros veranos, del río Jara y la playa de los Lances, del patio
del colegio, de las tardes en la biblioteca, de los domingos en el cine con sus
hermanos mayores… Tantos momentos.
Y vuelvo a mi hoy con una pizca de nostalgia de la buena, contenta de haberla visto bien en mi visita
fugaz a su mundo virtual y con ganas de seguir haciendo mi camino, con el mensaje que me llevo de su parte:
“Disfruta la vida, es más
sencillo de lo que parece, no hace falta tanta teoría. Vive, sé fiel a tus
auténticos valores, descúbrelos y hónralos. Disfruta de ser tú”
Gracias, amiga.