Parece que es el tema de moda: la
“nueva normalidad”. Visualizarla, darle forma, planificarla.
Aún no sabemos cuánto tiempo nos
queda de confinamiento, pero ya estamos fuera con la mente, anticipando,
tratando de controlar. Y es humano y es, posiblemente, muy válido hacerlo. Que
luego vienen las prisas y…
Fuera de bromas (pero siempre con
ellas de fondo, con ese humor que aligera pesadumbres y permite agudizar la
mirada), por qué no: a mí me apetece jugar. ¿Te apuntas?
Llevamos más de cuarenta días de
confinamiento, encierro, clausura. Llámalo X. Creo que ya empezamos a tener material
suficiente para empezar a valorar dos aspectos:
¿Qué he echado
especialmente de menos?
¿Qué he
descubierto en mi vida en este tiempo… y me gusta?
Hoy, te invito a saborear ambas
preguntas, a dejarlas macerar, sin forzar las respuestas. Deja que se instalen
unos días en tu mente, ahí, como de fondo, silenciosamente activas. Yo he
empezado a hacerlo.
Me gusta eso de lanzarme
preguntas sin obligarme a responderlas inmediatamente, pronunciarlas, tal vez,
incluso en voz alta, a modo de ritual mágico, y dejarlas ahí, reposando,
germinando por sí mismas las respuestas necesarias.
Cuando se declaró el estado de
alarma, cuando me vi ante la posibilidad de pasar muchos días, inciertas
semanas, metida en casa, saliendo apenas a expediciones esenciales a dos
manzanas a la redonda… pensé que no iba a ser capaz. Me agobié muchísimo, la
verdad. Y pensé que echaría de menos muchas cosas.
La realidad, después, me demostró
que estaba equivocada. A la mente, que generaba la ansiedad, comencé a domarla,
amorosamente, con paciencia, con constancia, meditación, ejercicio y gratificaciones.
Y en cuanto a mis carencias… no fueron tantas, no están siendo tantas como supuse.
¿Descubrimientos? ¿Puede descubrirse
algo en una situación tan espantosa, tan propia de película apocalíptica? Pues
resulta que sí. Claro que, para ello, he tenido que bajar el volumen de los que
pregonaban y expandían el caos, la alarma, la amenaza constante, el pánico, la
crítica, el bulo y la difamación. Cerré la entrada a los de las teorías de la
conspiración, a los jueces implacables, a los expertos en todo, a las opiniones
airadas, a las voces agoreras y a los buitres que se ceban en la desgracia
ajena, escarbando en el dolor y la miseria, para difundirlos al mundo,
generando a su alrededor un tufo irrespirable.
Vadeado ese río, el resto fue más
sencillo. No está siendo un camino de rosas, o sí, con sus espinas, claro. Hubo, y habrá noches oscuras, incertidumbre paralizadora, tristeza,
desaliento… Pero también hubo, hay y habrá belleza. Y aprendizaje. Y disfrute.
He descubierto, me he descubierto,
disfrutando de cosas tan sencillas, como aprender un truco de magia facilón,
para mostrárselo a mis sobrinas a través de Internet. He cocinado (sí, lo
admito, yo también) mi propio bizcocho de cumpleaños, he probado recetas nuevas
y organizado la comida de la semana (asignatura pendiente en mis ventitantos años
de “chica independiente”.
He descubierto a personas
maravillosas que regalan su talento por las redes, blogs apasionantes, podcasts
enriquecedores. He reconectado con mi espiritualidad. He conocido a los vecinos
del otro lado de la calle, qué majos son. He admirado (y admiro) el canto de los
mirlos al amanecer y al atardecer (y, a veces, con un bonus track, sin venir a
cuento). Respiro un aire mucho más puro y pleno.
Tantas cosas…
Pero, sobre todo, el tiempo. El
ritmo de los días se ajusta mejor a mi naturaleza. Hay mucho menos hacer y más
ser. Y mira que aún me cuesta no dejarme seducir por mis listas interminables de
tareas… Hay más prioridad y menos ladrones del tiempo. Hay más foco en lo que
de verdad me importa.
Y eso, quiero llevármelo a esa nueva normalidad de la que
hablan. Y dicen que lo primero es la intención. El deseo y la intención. Pues
ahí van los míos.
No quiero volver a las prisas, a la sensación de respirar de
a poquitos, a regresar a casa atiborrada de información, de emociones
desmedidas. Saturada.
Así que ya estoy dejando florecer las primeras respuestas. Y
pondré mi ilusión y mi empeño en que sean la base de mi nueva normalidad. Yo no
tengo prisa por volver a lo de siempre. Solo echo de menos algunas cosas de “lo
de siempre”, menos de las que imaginé.
Y tú ¿te has animado ya a comenzar el juego?
Invito a jugar a quienes deseen
hacerlo. Y comprendo que les resultará más fácil a aquellos a quienes, como a
mí, les ha tocado un “confinamiento de burgueses”, que dice mi amigo Manu.
Entiendo que no pueden tener la misma frescura ni energía aquellos que han sufrió
la enfermedad o el dolor de que la sufran sus seres queridos. Entiendo que no
están para muchos trotes quienes lo que se juegan cada día es su vida ante el enemigo
invisible y desconcertante. No pueden participar en el juego en igualdad de
condiciones quienes viven en la total incertidumbre de cómo rehacer su
situación laboral y económica. Mis respetos y ánimos para todos ellos. Ojalá
tengan el tiempo y el espacio suficientes para recuperarse y recobrar la fuerza
que les haga resurgir.
Para aquellos que deseen hacerlo,
porque tienen el ánimo y la disposición, porque tienen curiosidad, porque, por
encima de los juegos perversos de la mente, quieren un poco de aire fresco, yo
les invito -como me invito a mí misma- a realizar una cierta reflexión.
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