Cada mañana de este confinamiento
(o, clausura, como prefiero llamarlo, más cariñosamente) me levanto pensando en
escribir. “Hoy, sí, hoy me siento y escribo algo”. A cada rato, se me vienen
ideas que me gustaría plasmar en el papel, opiniones o contra-opiniones que
desearía compartir. Pero no lo hago. ¿Por qué?
Por una parte, por esta manía mía
de anteponer cualquier cosa a escribir. “Bueno, casi que primero plancho un
poco” “Torrijas, nunca he hecho torrijas, voy a preparar unas, que es la época,
hombre” “Nada, nada, llamo a mis padres un momentito, y me siento delante del portátil”
Y todo eso es útil, interesante o
necesario, pero me va alejando de mi objetivo.
Por otra parte, se están diciendo
ya tantas cosas… Qué voy a añadir yo. He leído cosas maravillosas, reflexiones
bellísimas, llenas de autenticidad, llenas de amor. No podría agregar ni una
coma. He leído cosas feísimas, llenas de egoísmo, de prejuicios, de ceguera. ¿Y
voy a echar yo más leña al fuego, rebatiéndolas?
Pero al final, es lo de siempre,
cada flor es única y no tendría sentido que privara al mundo de su color o su
aroma, de su belleza, porque ya hay multitud de congéneres haciendo lo propio.
Nunca hay suficientes flores. Siempre queda espacio para una más.
Mi confinamiento -perdón, mi
clausura- es de burgueses, como dice un amigo mío. Desde mi atalaya, estos días
son complejos, por la incertidumbre, por la constante amenaza invisible, por la
conexión con el dolor de personas muy cercanas, por la preocupación por cómo
vamos a salir de esta -y ya no hablo de volver a la normalidad, sino de cómo
vamos a configurar nuestra nueva normalidad- Pero, tengo salud, trabajo, y un balconcito; no tengo hijos a los que ayudar a gestionar sus emociones en esta situación excepcional, en definitiva, mis circunstancias son muy propicias y me permiten vivir estos días desde un lugar privilegiado. Y doy gracias por ello.
El ritmo de este tiempo se ajusta
mucho mejor a mis necesidades, duermo más, priorizo mejor (menos lo de
escribir), me concentro muchísimo mejor y creo que rindo en el trabajo de forma
más productiva.
Me alimento de forma más saludable,
jamás había cocinado tanto. Hago ejercicio moderado pero diario. Medito,
medito, medito. Dibujo. Cantar, me falta cantar. Esa suerte que tiene mi
compañero de clausura.
Empieza a repetirse en más de una
conversación con los amigos que ya no queremos volver “a lo de siempre”. Ya no
queremos seguir dejándonos arrastrar por una corriente absurda de prisas, de
consumo de experiencias, de información, de materiales, que no deja sitio al
simple estar. Ya no queremos seguir en la rueda como hamsters.
No sé cómo vamos a conseguirlo,
pero a diferencia de antes, que lo soñábamos como de lejos, ahora lo estamos
viviendo. Y cuando se prueban ciertos placeres, es difícil abandonarlos.
Es tiempo para imaginar, para
soñar, esbozar nuestro futuro, siempre asentados en el presente. Estoy
convencida de que de la manera como vivamos estas circunstancias, van a salir
las semillas de nuestra nueva forma de vivir. Es que, como dice una buena
amiga, esto no es un paréntesis, es parte de nuestra vida, no podremos extirpar
este período como si nunca hubiese pasado, por eso, intuyo que lo que hagamos
con él, en la medida de nuestras posibilidades, determinará las siguientes etapas.
Y tú, ¿qué estás sembrando estos
días?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus meditaciones son bienvenidas: