martes, 21 de febrero de 2012

Mi pequeño amigo

Me he echado un amigo nuevo. (Es curiosa esa expresión: "echarse un amigo", como el que se echa más azúcar en el café o se echa un fardo a la espalda...)

Mi amigo es pequeño, tendrá 4 años, pelo castaño, la piel muy blanca y un abriguito marrón claro. Tiene una sonrisa que ilumina el alma y una carita inocente que dan ganas de abrazarlo para protegerlo y, también, para contagiarse de su inocencia y de su alegría.

Y ya no sé más de él. Porque nunca hemos hablado, él ni siquiera me ha visto. Y es que mi amistad es unívoca, de mí hacia él y ya.

Todas las mañanas, de camino al trabajo, pasamos con el coche por una larga avenida. Y él está con su padre y otros niños a la altura de una inmobiliaria, esperando el autobús al cole (la ruta, que le dicen por aquí).

Cuando hace frío, se queda en las escaleritas que llevan al portal de al lado, porque ahí da menos el viento. Cuando no hace tanto frío, sale afuera y se le puede ver correteando, dando saltitos o haciéndole preguntas a su padre.

Si al pasar estoy medio dormida (a la ida siempre conduce Mori), me despierta para avisarme de que estamos llegando, porque sabe que verle me da mucha alegría.

Y así es, una cosa tan sencilla como ver a un niño feliz, me llena tanto. Y mis mañanas comienzan con una sonrisa en el corazón.


1 comentario:

  1. Y así es la vida. Y así somos. Afortunada tú por ser capaz de darte cuenta de lo excepcional que hay en algo tan cotidiano y universal como la fuerza de la sonrisa de un niño por las mañanas.

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