domingo, 7 de julio de 2019

Retorno bajo el peral


Peral: Hola, ¡bienvenida! ¡cuánto tiempo sin verte! ¿qué ha sido de ti? 
Yo: Hola, qué alegría estar de vuelta, tenía tantas ganas de sentarme bajo tu sombra.
P: ¿Has estado de viaje?
Y: De alguna forma.
P: Cuéntame.
Y: Vale. ¿Tienes tiempo?
P: Ya sabes que yo siempre tengo todo el tiempo del mundo. 

Y: Es verdad. ¿Cómo será eso de tener tiempo -todo el tiempo del mundo- para ser, para presenciar lo que ES? Sin querer estar en otro lugar, sin querer ser de otro modo, sin pretender alterar el curso de las cosas, sino fluyendo con ese ritmo, sea cual sea.

Pero bueno, que me desvío del tema. Sí, en cierta forma he estado de viaje. Y sigo en ello.

Hace meses salí de mi zona de confort. Había oído hablar tanto de ese viaje que estaba deseando emprenderlo, pero me daba miedo. Todo el mundo, absolutamente todos los que se habían animado a transitar la zona del cambio, hablaban de fantasmas, de monstruos tenebrosos que les esperaban a poco que salían de su hábitat cotidiano. También decían que era solo una etapa pasajera, que, si seguías caminando con determinación, las criaturas espectrales se desvanecían poco a poco. Estaba todo escrito. Desde el principio, hablaras con quien hablaras, todos los que se habían animado a adentrarse más allá del confort, describían etapas similares.

Y no se equivocaban.

Yo deseaba un cambio, llevaba años dentro de un esquema preestablecido, donde las reglas eran bastante precisas y mi rol, muy definido. Podía aportar más o menos pero dentro de un contexto descrito de antemano. Era consciente de ello, aunque no tanto como lo he sido después, al salir y mirarlo desde afuera.

Se abrió una puerta y decidí abrirla para salir a explorar. Ya solo, del esfuerzo de empujarla, enfermé. Llegué incluso a pensar que estaba tan debilitada por la rutina que no iba a ser posible la salida. Con la enfermedad, llegaron también los primeros fantasmas. Nunca pensé que pudieran ser tan aterradores, tanto que me replanteaba mi decisión cada minuto. Pero me repuse, me acostumbré a mis demonios y salí.

Al principio, había mucha niebla, apenas se veía nada. Tuve la suerte de no ir sola. Otras tres compañeras vieron la misma puerta y tomaron la misma decisión que yo. Pero yo estaba mucho más asustada. A ellas se las veía animadas, seguras, menos mal.

Tras la niebla, descubrimos un inmenso arenal y, entonces, recordamos el pergamino de instrucciones que nos habían entregado. 

En este lugar, pueden crecer flores y correr el agua, descubre cómo, decían los cuatro pergaminos. Sin embargo, cada uno añadía una frase al final que difería del resto. Leí la mía: La duna de oriente es la tuya, has de desplazarla hacia el sur, para permitir que el agua del manantial fluya hacia estos territorios. 

“¿¿¿Tengo que mover una duna??? Pero ¿cómo?” Y al instante apareció una cucharita en mi mano. ¡Una simple cucharita de café! “Y con esto ¿pretenden que mueva una duna?”

No hubo respuesta. Así que, con mi cucharita y determinación, emprendí la tarea.

Y ahí empezó el carrusel de jornadas: unas alegres y esperanzadoras, de alguna forma era como si pudiera sentir la humedad (¿será que estoy cerca del objetivo?); otras, incluso, aparecían duendecillos y hadas a ayudarme y, de repente, veíamos como el trabajo avanzaba (yo creo que la duna se ha movido bastante, es posible, incluso, que se desmorone esta noche a nuestro favor y nos allane el trabajo). Pero otras, muchas muchas otras jornadas, la duna permanecía inmutable, el calor, insoportable, los demonios ensordecedores (“no vas a poder, es IMPOSIBLE”). Algunas noches, incluso, la duna se movía, sí, pero hacia el lado incorrecto, volviendo a hacer crecer el muro que nos separaba de la fuente.

Así he pasado mis últimos meses, querido peral, en busca de un agua de la que aún no he sentido ni el más mínimo frescor. A ratos, ilusionada, a ratos, vencida. Y siempre, acompañada. Afortunadamente, no solo estaban conmigo mis fantasmas, que han hecho lo posible por minar mi confianza e inmovilizarme; también estaban ahí mis tres compañeras, viviendo como yo sus altibajos, sus dudas y sus desalientos. Y sus pequeños y grandes triunfos. Los de todas.

Y, tras los días de derrota, el cansancio, la obsesión de no ver más que una duna por delante (de día y de noche, en todos mis sueños), fue llegando de nuevo la fuerza y la serenidad.

Y la lucidez. Esa que me muestra el espejo que es la vida. La que me recuerda que todo lo exterior no es más que un reflejo de lo interior. Y que cualquier transformación, o es interna o no es nada.

Así, la duna ya no está tanto frente a mí, como dentro de mí. Y los fantasmas empiezan a dejar de ser criaturas odiosas con el único objetivo de minar mi moral, para ser alertas (regulables en sonido y melodía, si me pongo) que me avisan de cuando me estoy dejando llevar por la rutina estéril. Porque he descubierto que hay rutinas fértiles, que te ayudan a avanzar y a crear; otras, estériles, que te dejan quieto, mecido por un runrún adormecedor; y, luego, hay otras incluso destructivas, que te hacen perder todo lo que valoras, todo lo que te impulsa, todo lo que te ilumina la mirada y el corazón.

Así que ya no miro tanto la duna de afuera, ni me importa su tamaño o su posición, porque estoy convencida de que la que importa es la otra, la mía. Y para esa, tengo algo más que una cucharita para moverla. Solo tengo que parar, observar y fluir. Qué fácil, ¿no? Pues no. Pero ahí estamos.

Ahora me gustaría volver a sentarme más a menudo por aquí, contigo, en silencio, a ver lo que surge de nuestra muda conversación. Como hoy, que yo venía con la idea de hablarte de diversidad. Y mira.

Dedicado a mis mosqueteras, las pioneras. Gracias por estar, con coraje, compromiso, apertura, respeto y mucho foco en esa duna ;-)

4 comentarios:

  1. Vaya,ha sido muy gráfico, lo he sentido. Una gran duna está para rwgalarte un gtmran aprendizaje de vida. Tú puedes y si te puedo aportar algo, aquí me tienes.

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    1. Ya veo que sí que puedes aportar... y mucho. Hablamos. Gracias!!!!

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  2. Auch! Desde luego para las que estamos perdidas, desorientados y exhaustas, tus palabras son inspirantes (sé podrá decir así? Punto de luz inventa muchos palabras, ya sabes) como aterradoras.
    Te guardo para releerte. Tengo mucho que aprender de tí, de tu energía y de cómo te enfrentas a la vida. Siempre lo he pensado. Y siempre siento el regalo que es tenerte en esta tonta vida mía, aunque sea por face, bajo el peral o cuando nos juntan nuestros "chulitos" (amigos) en común un paredes veces al año.
    Y nunca te lo había dicho!!
    Ánimo con esa duna!!!

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    1. Gracias, Punto de Luz, por los ánimos, el cariño y tu reconocimiento tan bonito. Me alegro de que recibas mis palabras con esa mezcal de "terror" e inspiración. ES una mezcla curiosa y, seguro, movilizadora, que es de lo que va esto.
      Y ya que vamos de "cosas que nunca te he dicho": ¿y si empiezas a ver tu vida como un regalo? E imagina que te hacen un regalo y tú dices : "bueno, es una tontada, pero oye... Observa tus palabras y su poder sobre tu estado interno ;-) Y a ver qué pasa.

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