miércoles, 20 de septiembre de 2017

Lugares Comunes...

...o la fortuna de la "vuelta al cole".

Descubrí la expresión “lugares comunes” gracias a la película del mismo nombre que interpretan magistralmente Federico Luppi y Mercedes Sampietro. Desde entonces, ejerce sobre mí un poder especial, una suerte de atracción-repulsión porque deseo huir de los lugares comunes, como chica leída y escribida que me creo, pero a la vez, siento que son espacios en los que uno puede sentirse verdaderamente a gusto y dejar, por fin, al alma en zapatillas.

En el párrafo anterior, por ejemplo, detecto ya al menos 4 lugares comunes “literarios”, o expresiones manidas de tan repetidas (y la suma aumenta). Pero, cómo huir de ellas, cómo no dejarme mecer en su comodidad. Sería cómo tirar, por fin, esas sandalias que compré hace años y que, verano tras verano, acumulan kilómetros de paseos, pese a que hace tiempo pensé en renovarlas y ya compré otras más bonitas, más modernas…

El caso es que los lugares comunes vitales producen apatía cuando uno se asoma demasiado a su interior. Y, sin embargo, no hay nada como quedarse ahí dentro, donde todo es conocido y seguro, después de un buen zarandeo de la vida.

Y hoy, tras un verano complicado en lo familiar, y aún más en lo social, político y medioambiental… pienso en la “vuelta al cole” con la ilusión de quien regresa a casa. Hay que saber irse, saber alejarse y volar. Pero también hay que saber volver.

Y este año regreso con alegría (mañana a las 6:30 no os diré lo mismo), con una sensación liviana que me encantaría mantener por mucho tiempo (sé que no será así). Quiero encontrarme con los compañeros (en dos días, estaré perfeccionando mis técnicas de mimetismo con la mesa del ordenador para pasar desapercibida), quiero evitar perderme en la tarea y levantar la mirada para ver el bosque más allá de los árboles, y la solución más allá del conflicto.

Hoy me siento afortunada, inmensamente afortunada. Me pregunto qué me diferencia de alguien que hoy lo ha perdido todo en México, o estas semanas atrás en las islas del Caribe, con los huracanes. Nada, dos seres humanos en dos puntos del planeta. ¿Merezco tanta fortuna, pues? Supongo que no, como tampoco merece tanta desgracia el que hoy sufre en esos lugares.

No es cuestión de “justicia”, ni de “merecimiento”. Es la vida. Brutal y hermosa. Tajante y espléndida.

Así que he decidido, sólo por hoy, dejarme mecer por el brazo generoso que la vida me ofrece. Y reconocer el dolor de quien hoy sufre. Y tenerlo como referente para huir de actitudes victimistas y, desde luego, dejar de ahogarme en vasos de agua. Y echar una mano en lo que se pueda.

Supongo que, para empezar, sentirse acogido en el dolor ya es algo, por eso desde mi pequeña “speaker’s corner” allá va mi grito de: “estamos con vosotros, con todos los que estáis sintiendo la fuerza devastadora del planeta: mucho ánimo, fuerza y todo nuestro apoyo”.


martes, 22 de agosto de 2017

Defender la alegría (2)


Eran los tiempos de la Revolución China y ella apenas tenía cinco años. Hasta entonces, había tenido una vida feliz, en una bonita casa, con su familia acomodada. Disfrutaba jugando cada tarde con los niños del pueblo.

De repente, un día, los que eran sus amigos ya no querían jugar más con ella, ni siquiera tenerla cerca. Le gritaban palabras feas y le decían que se fuera. “Vete, vete, apestada”.

Ella se sentía muy muy triste, en su pequeña cabecita no cabía explicación a lo que estaba ocurriendo.

Su abuela la abrazaba y le decía: “Tranquila, pequeña mía, no te preocupes. ¿Sabes lo que les pasa a tus amigos? Que han contraído una enfermedad. Y es que se les pone como una telita en los ojos, que no les deja ver bien. No pueden reconocerte, no saben que eres tú, su amiga de siempre. Pero un día se les va a caer esa telita y todo volverá a ser cómo siempre”.

Ella lloraba y lloraba, pero de alguna forma, se sentía consolada por la explicación de su abuela.

Algunas tardes, se atrevía a salir de casa a ver si, por fin, había llegado el día de la caída de ese velo de los ojos. Pero no, seguían insultándola y algunos le tiraban piedras para ahuyentarla.

Hasta que dejo de salir, con la tristeza instalada para siempre en su corazón.

Se dedicó a leer mucho y a estudiar, se sumergió en un mundo que no pudiera defraudarla nuevamente. Se convirtió en médico y estudió acupuntura. Fue una excelente profesional y llegó a salir de su país para conocer otros mundos.

Vivió en Argentina y en España. Y un día, en su consulta madrileña alabó mi alegría y me pidió que la expandiera todo lo que pudiera. “El mundo necesita alegría”, me dijo en su peculiar castellano.

Y hoy pienso en ella, que se volvió a Argentina, y la imagino tan pequeña, anidando esa sensación de incomprensión, de soledad, de espera infinita. Y quiero dedicarle este pequeño homenaje, allá donde se encuentre.

El mundo es muy complejo y está lleno de blancos para unos, que son negros para otros, y de desavenencias, rencillas y valores diferentes. Y sé que uno debe defender sus valores y, sobre todo su vida, su libertad y su seguridad. Y la de sus seres queridos.

Pero la firmeza y la defensa no deberían ir de la mano del odio generalizado a un pueblo de donde han salido unos pocos locos. Los fanáticos, los ebrios de poder y sus soldados “amaestrados” no tienen pueblo, por mucho que se amparen en una religión y una lengua.

Y los inocentes están por todas partes. No permitamos que se instaure para siempre la tristeza o el odio en el corazón de los inocentes.

Hagamos sitio a la alegría. Una alegría profunda, digna de ser respetada y que se hace respetar. Una alegría que se contagia y que tiende la mano. Una alegría que conversa, que comprende, que da vida, que hace que merezca la pena amanecer un día más.

*Fotografía de un atardecer en las playas del Parque Nacional de Corcovado (Costa Rica)

miércoles, 16 de agosto de 2017

Tardes de agosto

Estas semanas de mudanza y enfermedades familiares, mezcladas con un cierto veraneo, he tenido muchos momentos para captar en mi cámara interior. Aunque no pase por mi peral, siempre estoy conectada a su sombra, y camino por la vida recogiendo instantes que, en algún momento, me gustaría compartir con quien quiera sentarse a mi lado.

Por ejemplo, está el ventilador de casa de mis padres, y sus 46 añitos. Sigue fiel a su misión de refrescar las cálidas tardes sevillanas con su genuino estilo vintage. Mirando su imparable girar, mis recuerdos vuelan a otras tardes, otras épocas, en las que yo era la niña llena de energía, y mis padres, esos héroes altísimos, llenos de superpoderes. Hoy todos hemos subido un grado en el escalafón familiar, sin saber muy bien si con el ascenso se sale ganando, ni adónde fueron a parar aquellos aparentes superpoderes.

Está el mar y su eterno venir e irse, siempre presente en mis veranos afortunadamente. Sigue siendo mi fuente de energía, el lugar que me inspira, me renueva, me purifica, me conmueve, me atrae y me aterra (es cuestión de cómo ordene las vocales, o tal vez mis pensamientos...)

Y ayer, mientras desayunaba, el eco de un nombre: Rachana.

Rachana es una joven nepalí que quería seguir estudiando, pese a las intenciones de su padre de casarla a los 15. Consiguió escapar a su destino y ahora trabaja para una asociación de empoderamiento de la mujer.

Rachana, Malala, y tantas otras mujeres valientes que se sobreponen a sus destinos preconcebidos y toman las riendas de su vida. Y tantas, las que lo han hecho a lo largo de la historia.

Me pongo en su piel y me entran escalofríos. Los miedos que han superado, atravesado, o simplemente cargado en sus mochilas, para avanzar, para no resignarse, para decir ¡NO! y cambiar su rumbo. Admiro su fuerza, su determinación, ese fuego interior que les motiva a ir más allá de unos límites aparentemente infranqueables.

Y sé que ellas sí que no tienen superpoderes, solamente un deseo claro y una voluntad de hierro, por eso aún valoro más su gesta. Y por eso, cada vez que una de estar historias estremecedoras llega a mis oídos, surge otra voz dentro de mí. Tal vez una voz que nace del mismo manantial que su coraje.

Un voz que me invita a recordar que nosotras, las del “mundo civilizado”, las que tenemos garantizados derechos que para ellas no son más que sueños, no podemos vivir anestesiadas por la comodidad y la inercia del “buen vivir”.

Una voz que me invita a SER algo más que heredera consentida de una lucha olvidada. Me grita: “¡Eh, que tú ya eres libre!, recuérdalo, disfrútalo!

Y es que nos han enseñado a conseguir pero no tanto a mantener. “Fueron felices y comieron perdices”. “And they lived happily ever after”… Sí, pero ¿cómo? Porque la libertad, como un novio añejo, puede convertirse en una incómoda compañera de camino. Decidir, elegir, optar… a veces resulta angustioso, o simplemente tedioso, y nos dejamos caer en brazos de un peligroso amante: la pereza. Que decida el tiempo por mí, que decidan otros, total…

Por eso, me gusta escuchar, en medio de un verano menos leve que de costumbre, una voz refrescante que me zarandea y me recuerda la fortuna heredada y la responsabilidad adquirida.




*Por si quieres indagar…




domingo, 25 de junio de 2017

Tarde de tormenta

Tarde de tormenta en el verano madrileño. Ideal para tomarse un rato de respiro, en todos los sentidos.

Iba a ponerme a escribir cuando unas intensas ráfagas de viento han arrojado unas láminas metálicas de la cubierta de la fábrica que hay frente a casa a la calle. Han venido los bomberos a retirarlas y a quitar otras del tejado que podrían volar también.

A continuación, una llamada telefónica: una gran amiga con la que hace dos años que me comunico apenas por breves whatsapp llenos de cariño y emoticonos.

La larga conversación de puesta al día me ha llevado a visualizarme dos años atrás. Ella me recordaba con mis proyectos de entonces, mis prioridades, mis planes de hace dos veranos. Ha sido curioso confrontarlos con mi vida hoy.

Vuelvo a la mesa del ordenador a recopilar los cachitos de mi inspiración. Se mezclan los hilos argumentales. Me siento tan poco a escribir que, cuando lo hago, se me amontonan los temas y no sé por cuál decantarme.

Por ejemplo, tenía en mente contarte que el otro día leí en "Mi paseo por el mundo", un excelente blog de viajes, una reflexión que me dejó mucho poso. La autora hablaba de su adicción por los viajes y del tiempo que pasaba preparándolos, planificándolos, pero, sobre todo, recordándolos. 

Comentaba que, en cualquier momento del día, se descubría recordando una escena de un viaje, un desayuno en algún lugar del mundo, un determinado paisaje, un rostro, un diálogo…

Yo leía mientras desayunaba, minutos antes de entrar en la oficina, rodeada de ese ambiente a veces tan espeso de quejas y descontento. Y me maravillaba imaginando el diálogo interno de esta chica. Cómo puede sentirse alguien que va continuamente saboreando los mejores momentos de su vida, de una vida en la que ella se encarga de que haya muchos de esos momentos. Admirable.

Si se pudiera poner color a la mente de quien llega a la oficina un lunes, o un martes, agobiado tras el atasco, pensando en lo que le espera en las siguientes 8 horas, anticipando “marrones” y desencuentros, indignado por la actuación del jefe, del compañero, del sindicato, de Recursos Humanos, del gobierno de turno, de la oposición, del dependiente poco amable, del conductor imprudente….

Paro porque seguro que cualquiera sería capaz de continuar la lista y seguro que muchos nos hemos pillado en estos bucles de “duelos y quebrantos” a lo largo del día.

¿Cómo sería el cuadro que representara a una mente así? ¿Qué colores predominarían? ¿Y si fuera una melodía? ¿Cómo sonaría? ¿Y si fuera un olor?

Sin embargo, leyendo el blog de Cristina, imagino su mente como un lago sereno, o como una playa al amanecer. Siento frescura, luz. Casi alcanzo a escuchar la brisa en las hojas, los pájaros cantando, las olitas rompiendo…

Digo yo que, con una mente en ese estado, nutrida por pensamientos tan gozosos, la vida ya no se afronta, se fluye a través de ella. Los atascos serán los mismos, igual habrá compañeros grises, dejados o cargantes, y nos llegarán malas noticias, pero ¿nos tomaremos las cosas con la misma actitud? Es más, ¿llegarán a alcanzar el grado de contratiempo tantas cosas como nos sulfuran con una mente ofuscada?

Entiendo que todo esto es muy obvio, pero la claridad con la que lo vi leyendo a esta viajera empedernida, fue brutal.

Un cerebro mal alimentado es como un cuerpo harto de comida basura: se altera por todo, se indigna o se lamenta constantemente, está demasiado “fofo” para ver lo bello, para enfocarse en el lado luminoso de la existencia. Y no es para ignorar las desgracias sino para poder saber qué hacer con ellas, cómo contribuir a que sean menos.

El alimento de nuestro cerebro son nuestros pensamientos. Así que, entono mi cántico de “mea culpa” para reconocer que picoteo entre horas toda clase de indignaciones, aflicciones y contrariedades que encuentro en el mercado. Lo admito, cuando me quiero dar cuenta, voy caminando por la calle, subiéndome al ascensor o haciendo cola en el supermercado, mientras me atiborro de ansiedades y anticipaciones, de preocupaciones y alarmas, o de bocaditos de cólera.

Así que, señores, hasta aquí hemos llegado. Me pongo a dieta. Pero a una dieta muy particular. Dieta rica en buenos recuerdos (bajaré al almacén de la memoria a sacar de los baúles todos los que encuentre), alta en atención a la belleza que me rodea, a las actitudes positivas y a los comentarios enriquecedores.

Para empezar, voy a jugar un rato a las listas, pero no a las listas de la compra ni de tareas pendientes, sino a las listas de recuerdos…

Mejores despertares que me vienen a la cabeza…

Vistas desde una ventana…

Conversaciones fascinantes, noches de baile, inspiradores encuentros fortuitos…

¿Qué más se te ocurre que podríamos incluir en esta dieta?

¿Me acompañas? Seguro que juntos es más fácil romper las inercias.

*Foto: Canadá 2014, Spirit Island en el parque nacional de Jasper (algo así debe de ser la mente de Cristina 😄)

sábado, 3 de junio de 2017

Dualidad... y eso

Dicen que experimentar la vida en esta dimensión implica un juego de equilibrio en la dualidad.

Opuestos entre los que fluir, mecerse, o tal vez, tropezarse.

Juego…

Experimentar esta dimensión…

Esto parecería indicar que somos viajeros interdimensionales. O sea, que hay algo “fuera” o “más allá” de esto que percibimos.

¿Será así? Yo vivo con la certeza interna de que así es, pero es una certeza que no puedo demostrar ni evidenciar con hechos “objetivos”. Es sólo una sensación tan real como el amor o como el frío. No los veo, no los toco, pero están, sé que están, porque los siento.

El caso es que el equilibrio entre opuestos da para mucho. Para crear todo este mundo de vivencias, sufrimientos y bienestares. Para pasar de todo, vivir deprisa y surfear la ola. Para sumergirse en los universos más sublimes. Para crear, para disfrutar de lo creado. Para amar, para odiar. Para amarse, para odiarse.

Y entre medias, toda una escala de tonalidades que definen el mayor o menor protagonismo de uno en su propia existencia.

Esta tarde, mientras paseaba por el parque, pensaba en la foto que acababa de compartir un amigo en un grupo de Whatsapp: “La vida no tiene un propósito, no tienes que buscarle sentido; anda y entra a por una cerveza”, decía el cártel a la puerta de un bar.

Y si fuera así? Y si no hay un sentido que buscar ni un propósito que construir. Tú ¿qué piensas? Tú, eso, ¿cómo lo vives?

A mí me nace periódicamente la necesidad de escribir y “despertar conciencias”, ya ves tú. Para empezar, la mía. Escribir para indagar, para tratar de darle forma a mis eternas reflexiones interiores, para poner orden en mi mente.

Aunque sé que, en el fondo, el orden no va a venir por muchas palabras que use, por muchas palabras que escuche, por muchos libros que lea. Otra de mis certezas indemostrables es que el orden, la armonía, la paz… esas se esconden detrás del silencio. Ese aparente monstruo tan temido que parece que me va a engullir si me asomo dentro.

Así que, por no caer en sus fauces, no me callo. Y en mi bullicio no encuentro nada digno de compartir. Pero la necesidad de compartir algo permanece. Y entonces, me viene la voz del antiguo rey diciendo “¿Y por qué no te callas?” Y me entra la risa y se me desmorona el argumento. Esto no es serio.

Y es que esa es otra de mis certezas: Esto, desde luego, no es serio. Así que mientras encuentro las ganas de hacer silencio, vivo mi ruido, mis contrastes y mis incoherencias con toda la naturalidad de que soy capaz. Con mucho cuento y mucha guasa, porque no es para menos. Y unas risas siempre se aprovechan bien.

Y como colofón a este sinsentido, comparto uno de esos chistes malísimos que me gustan a mí:

—Hombre, Juan, cómo has cambiado.
—Yo no soy Juan.
—Más a mi favor.

domingo, 14 de mayo de 2017

Elige tu propia aventura

Lo que pasó ayer me recordó a esos libros de mi infancia en los que uno decidía lo que le ocurría al protagonista: “si crees que Tony sale por la puerta roja, pasa a la página 29; si quieres que lo hará por la azul, sigue en la página 32”. Así, la historia cambiaba a medida que elegías tus opciones, hasta llegar a uno u otro desenlace.

Lo que ocurrió ayer en el #BeingOneForum, me recordó que la vida es un poco como esos libros, sólo que el final se va escribiendo y modulando a la vez que tomas las decisiones y no antes.

Te cuento: El Being One Forum era un evento de 3 días al que asistirían gurús del desarrollo personal de todo el mundo. Yo tenía entrada para el sábado.

9:30: Llegó a las puertas del Recinto (que se había cambiado respecto al previsto inicialmente 3 días antes del evento) en Leganés. La cola es inmensa. Apenas avanza.

Una hora y media después, cuando la primera conferencia ya debería haber comenzado, la cola ha aumentado como al doble y casi no nos hemos movido. Pese a ello la gente está charlando, tranquila. Llegan chicos identificados como “personal” y nos dicen que no se va a poder entrar, que el primer ponente ha salido afuera a tratar de hablar a la gente allí mismo. ¿Eh, cómo? Empieza la confusión.

La fila se deshace y todos nos acercamos a la entrada. Bullicio, dudas, la gente se pregunta, nadie tiene respuestas. Al fondo, se ve a Robin Sharma subido en un escalón, hablando. No se oye nada.

Aparece más “personal” y nos dicen que hay un problema con la seguridad, que exigen el pago en efectivo de 18.000 euros y que no hay dinero y se suspende el evento.

Caos, incredulidad, y, poco a poco, se van formando dos grupos: uno, con las personas que piensan que es importante denunciar y reclamar este hecho, planean crear una página de Facebook con los afectados, ir a la Policía, etc. Otro, decide que, ya que están allí y también los ponentes, pues prosigamos como se pueda fuera del recinto. Allí se sientan, los ponentes hablan, no hay megafonía, no se oye nada.

En medio, los indecisos, como yo. Deambulo de un lado a otro, me siento más a gusto en el grupo de los que meditan, escuchan a Robin y luego a Don Miguel Ruíz Jr., pero como tengo frío y no oigo nada, decido irme.

Me vuelvo a Madrid, doy una vuelta, visito a mis sobrinas pero sigo atenta a lo que se dice del evento en las redes sociales. Hay mucha confusión, indignación y caos. Ha estado también en el exterior Alex Rovira (vaya, me lo perdí). De repente, leo en algún lado que se van a abrir las puertas. Me lo pienso y me voy al metro para volver a Leganés.

Al llegar, en efecto, las puertas están abiertas, me acredito, hay muchísimos espectadores, aunque bastantes menos de lo previsto, claro. Están escuchando a Anita Moorjani (la principal razón de mi presencia allí) y a Emmanuel Dagher, a quien no conocía.

Más tarde, me entero por una amiga de que Antonio Moll -el organizador- había salido a la calle al final de la mañana a explicar que no tenía dinero y que le pedían 80.000 euros para abrir las puertas. Que él ya no sabía qué hacer, que la situación le había superado.

No sé si fue él mismo u otra persona quien propone en ese momento hacer una colecta. Evidentemente, entiende que mucha gente no va a querer poner ni un duro más para esta rocambolesca situación, pero aun así, se colocan unas cajas de cartón y, quien quiere, dona la voluntad. El caso es que finalmente, las puertas se abren y entra el público y los ponentes.

El presentador suplente (la titular había dimitido por la mañana) propone que quien desee expresar lo que siente, suba al escenario a dirigirse a Antonio. Y al parecer lo hacen varias personas, con mayor o menor intensidad emocional. El organizador termina llorando, pidiendo perdón y manifestando su buena intención por encima de todo.

Empiezan las conferencias. El evento tiene lugar. Ni en la forma ni con el contenido previsto. Y ahí reside la magia.

Esto fue lo que ocurrió, según te puedo contar yo, con lo que presencié, lo que oí, lo que leí, lo que me contó esta amiga. ¿Cómo interpretarlo? Cómo TÚ ELIJAS.

Lo que yo viví fue un verdadero seminario práctico de crecimiento personal.
Viví mis emociones y sensaciones. Observé mis pensamientos. Observé el presente. Tomé mis decisiones. ELEGÍ. Elegí irme, elegí volver. 

Sentí la energía contagiosa que emana de un grupo cuando cada uno de sus individuos decide fluir, decide aceptar y tomar lo que hay para avanzar.

Sentí la sinceridad de los mensajes de Anita y Emmanuel, en un contexto que había puesto patas arriba su programa. Se salieron de él con humildad y gracia, para darse con naturalidad, para hablar de verdad desde una situación nada prefabricada, sino todo lo contrario. Se abrieron a lo que la gente quiso preguntar. Y así cada ponente.

No sé qué hay detrás de lo que ha pasado. No sé si Antonio Moll es un farsante y un gran actor o simplemente un soñador que apuntó demasiado alto para una primera vez. O quizás no se rodeó de las personas adecuadas para asesorarle. No puedo saberlo. Pero elijo pensar que no hay mala intención detrás de este “desastre”. Y entiendo y respeto, también, a aquellos que elijan pedirle responsabilidades.

Sólo sé que los 100 euros de entrada, para mí, están pagados con todo lo que viví ayer, desde el momento en que me puse en la fila:

  • Con la chica venezolana, Irasema, que durante la larga espera me dio “clases particulares”, vamos, un “seminario personalizado” de cómo ir apagando las voces interiores limitantes y pasando a la acción. Parecía que me leía por dentro, la tía. Gracias, Irasema, te perdí la pista en algún momento del caos. Creo que fuiste mi ángel del día.
  • Con la gratitud por haber podido ver a Anita Moorjani, cuya inspiración en mi camino ha sido tan importante y liberadora. Y también agradecida de haber conocido a este Emmanuel Dagher, a quien pienso seguirle la pista.
  • Con la re-confirmación de que no tiene ninguna importancia que la vida no se atenga a lo que yo tenía planeado, previsto u organizado, siempre que aprenda a fluir con lo que ES. Y lo de ayer fue una lección práctica de cómo fluir.
  • Con mi decisión de “rebelarme” por un momento, sacando a esa niña traviesa (yo, “María Correcta”) y permitiéndome sentarme, así como quien no quiere la cosa en 2ª fila (y es que total ya, a esas alturas del partido).

Me quedo con mi aprendizaje, del que aún no soy del todo consciente, con lo vivido y experimentado.

Si hubiera decidido seguir al otro grupo…, si no me hubiera ido a Madrid tan pronto…, si… el camino habría sido distinto. Pero elegí uno y decidí vivirlo con presencia e intensidad. Tanto, que luego en el festival de Eurovisión me quedé frita. Pero me gustó que ganara Portugal (aunque yo iba con Chipre) Y es que no sólo de inspiración vive el hombre. 


miércoles, 3 de mayo de 2017

Ajajá

Ajajá, lo conseguí, me zafé de todas aquellas distracciones que querían alejarme de mi peral y, por fin, me siento tranquilamente a meditar en voz alta…

Ordenar, comprar, ponerme al día del correo, ver por tercera vez un capítulo de Modern Family… Ya he hablado en otras ocasiones de mi facilidad para procrastinar (aplazar, demorar lo que se ha de hacer, diferir), aferrándome a la primera excusa que se me presenta.

El caso es que no voy a dedicarle más atención al tema, ya que he conseguido, después de mucho tiempo, superarlo y sentarme a escribir. Escribir… de… ¡aaaagh, no puede ser! ¡no se me puede haber ido la inspiración en el camino de la cocina a la habitación! Desando mis pasos, a ver… 

Ya. A ver… sí, había gente que contagia ilusión y ganas de creer, de crear y de transformar las cosas. Había techos de cristal que no existen más que en la imaginación de cada uno. Había encuentros casuales que generan motivación, confianza, que te devuelven el “sí, puedo” a los labios.

Déjame pensar… También había pensamiento divergente: otra forma de mirar al mundo, otra forma de encontrar soluciones, soltando el control y dejando sitio a la creatividad colectiva, donde todas las propuestas suman y encuentran su lugar.

Algo había también de tristeza, de esa que me surge al ver que es más fácil zafarse de las excusas que de los limitantes. Que me cuesta dejar atrás la mirada crítica, el juicio y el verbo incisivo. (Ante todo, una actitud de amabilidad hacia uno mismo, repetía constantemente mi profesor de Mindfulness).

¿Qué más, qué más? Había primavera, contrastes meteorológicos, rosas en el Parque del Oeste. Y las celindas. Ah, las celindas, con su aroma suave y dulce, que me recuerdan cada mayo que enamorarse de la vida es tan sencillo…

Y un descubrimiento: se escribe meteorológico (y no metereológico, como llevaba pensando toda la vida hasta ahora mismo que he mirado el corrector del Word). Y teleférico (y no “telesférico”), ¿verdad, Sara? Para una “s” intermedia que no aspiro, va y sobra.

Todas esas cosas había en mi “bocadillo mental” en esta ocasión. (Bocadillo de los de cómic, no de los de comer, -ver ambos en la imagen-). Y más, muchas más, que se quedaron enredadas entre las excusas y no supieron volver a mi inspiración. Es el peaje que hay que pagar. Ya me di cuenta aquella vez…

Bueno, y también un guiño -en la imagen- para que se vea que hay mucho bético que sabe apreciar y honrar al adversario.


A por muchos días más como hoy, en los que la magia asoma por las esquinas.

*Foto tomada en la cumbre del Gorbea/ Gorbeia en octubre 2016. Igual no se percibe pero la botella lleva el escudo del Atlético de Bilbao.