miércoles, 16 de agosto de 2017

Tardes de agosto

Estas semanas de mudanza y enfermedades familiares, mezcladas con un cierto veraneo, he tenido muchos momentos para captar en mi cámara interior. Aunque no pase por mi peral, siempre estoy conectada a su sombra, y camino por la vida recogiendo instantes que, en algún momento, me gustaría compartir con quien quiera sentarse a mi lado.

Por ejemplo, está el ventilador de casa de mis padres, y sus 46 añitos. Sigue fiel a su misión de refrescar las cálidas tardes sevillanas con su genuino estilo vintage. Mirando su imparable girar, mis recuerdos vuelan a otras tardes, otras épocas, en las que yo era la niña llena de energía, y mis padres, esos héroes altísimos, llenos de superpoderes. Hoy todos hemos subido un grado en el escalafón familiar, sin saber muy bien si con el ascenso se sale ganando, ni adónde fueron a parar aquellos aparentes superpoderes.

Está el mar y su eterno venir e irse, siempre presente en mis veranos afortunadamente. Sigue siendo mi fuente de energía, el lugar que me inspira, me renueva, me purifica, me conmueve, me atrae y me aterra (es cuestión de cómo ordene las vocales, o tal vez mis pensamientos...)

Y ayer, mientras desayunaba, el eco de un nombre: Rachana.

Rachana es una joven nepalí que quería seguir estudiando, pese a las intenciones de su padre de casarla a los 15. Consiguió escapar a su destino y ahora trabaja para una asociación de empoderamiento de la mujer.

Rachana, Malala, y tantas otras mujeres valientes que se sobreponen a sus destinos preconcebidos y toman las riendas de su vida. Y tantas, las que lo han hecho a lo largo de la historia.

Me pongo en su piel y me entran escalofríos. Los miedos que han superado, atravesado, o simplemente cargado en sus mochilas, para avanzar, para no resignarse, para decir ¡NO! y cambiar su rumbo. Admiro su fuerza, su determinación, ese fuego interior que les motiva a ir más allá de unos límites aparentemente infranqueables.

Y sé que ellas sí que no tienen superpoderes, solamente un deseo claro y una voluntad de hierro, por eso aún valoro más su gesta. Y por eso, cada vez que una de estar historias estremecedoras llega a mis oídos, surge otra voz dentro de mí. Tal vez una voz que nace del mismo manantial que su coraje.

Un voz que me invita a recordar que nosotras, las del “mundo civilizado”, las que tenemos garantizados derechos que para ellas no son más que sueños, no podemos vivir anestesiadas por la comodidad y la inercia del “buen vivir”.

Una voz que me invita a SER algo más que heredera consentida de una lucha olvidada. Me grita: “¡Eh, que tú ya eres libre!, recuérdalo, disfrútalo!

Y es que nos han enseñado a conseguir pero no tanto a mantener. “Fueron felices y comieron perdices”. “And they lived happily ever after”… Sí, pero ¿cómo? Porque la libertad, como un novio añejo, puede convertirse en una incómoda compañera de camino. Decidir, elegir, optar… a veces resulta angustioso, o simplemente tedioso, y nos dejamos caer en brazos de un peligroso amante: la pereza. Que decida el tiempo por mí, que decidan otros, total…

Por eso, me gusta escuchar, en medio de un verano menos leve que de costumbre, una voz refrescante que me zarandea y me recuerda la fortuna heredada y la responsabilidad adquirida.




*Por si quieres indagar…




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