Hace ya casi dos años y medio
supe de un precioso proyecto de solidaridad que surgió de la necesidad de
aportar algo de alivio a la situación que comenzaba a vivirse en las costas
griegas tras el éxodo consecuencia de la guerra en Siria.
Os hablé de él en
este post y hoy he vuelto a navegar por Internet (un mar mucho más seguro de
lo que resulta el Mediterráneo para muchas personas), para ver qué fue de
aquella recién nacida Starfish Foundation. Ahí
siguen. Desgraciadamente, aún son muy necesarios.
Y el cuento o leyenda que les
sirvió para tomar su nombre me vino a la cabeza recientemente a raíz de los
temporales que sufrimos hace bien poco en las costas (e interiores) de España.
Publicaban los diarios y las
redes sociales imágenes sorprendentes de la playa de Punta Umbría (Huelva)
llena de estrellas de mar. Las enormes mareas y el temporal las habían
arrastrado a la orilla, donde yacían esperando su final.
Realmente, por lo que leo a
algunos entendidos, da pena, pero la naturaleza sabe reponerse de este tipo de
daños. Además, cabe la posibilidad de que las estrellas de mar, tan aparentemente
delicadas y cautivadoras, hubieran aflorado en busca de alimento pues son
carnívoras y carroñeras. En definitiva, más allá de un triste espectáculo, no era
un daño grave.
Grave es cuando no hablamos de
estrellas de mar sino de seres humanos, de cualquier edad y condición, que
afloran sin vida en las costas del Viejo Continente.
Grave es pensar que ese conflicto
continúa y que la destrucción de un país hermoso ya es un hecho.
Grave es imaginar la situación de
todos aquellos que huyeron del terror y llevan meses, años, atrapados en campos
de refugiados con niveles mínimos para la subsistencia.
Grave es que nos hagamos de
corcho ante su sufrimiento.
Grave es no saber qué hacer, en
qué foro exigir medidas humanas para paliar esta situación.
Lo único que se me ocurre, aparte
de seguir visibilizando la existencia de esta trágica situación o de hacer
alguna aportación económica en la medida de nuestras posibilidades, es, al
menos, no seguir sembrando odio. Ser conscientes de nuestro poder personal para
generar armonía, concordia, tolerancia, entendimiento, respeto y todas aquellas
semillas que dan como fruto la paz y el amor.
Por muy cursi o ñoño que parezca,
siento que el camino va por ahí: Ser muy conscientes de nuestro poder para
crear amor u odio en nuestro contexto más local, en nuestro entorno más
reducido. Y al mismo tiempo, ser muy conscientes de nuestro poder para decir ¡BASTA! cuando las
voces se unen con firmeza.
Quizás podamos tener un efecto
parecido al de las pequeñas ondas iniciales que produce arrojar una
insignificante piedrecita en un inmenso lago; tal vez, exista un efecto eco que
expanda la armonía, esa paz pequeñita y local, y la vaya haciendo cada vez más
grande, como las ondas.
Y con ese "basta", tal vez seamos
como la mano que se posa suave pero firmemente sobre el tambor para evitar que
continúe su vibración.
Seguro que existen medidas para
resolver lo macro que son mucho más efectivas, seguro que los líderes de
gobiernos e instituciones tienen en su mano mucho más poder e influencia… pero
no podemos renunciar a aportar lo que está a nuestro alcance.
No podemos desentendernos de nuestra
aportación al mundo por ínfima que nos parezca.
*Fotos prestadas de publicaciones del periódico sevilla.abc.es