domingo, 11 de marzo de 2018

La foto


Rebuscando recuerdos, se puso a mirar fotos antiguas. Viéndose en ellas, se sorprendió de verse hermosa, se sorprendió de gustarse. Recordaba perfectamente que la mayoría de esas fotos no le habían gustado nada cuando se las hicieron. En unas se veía mayor, en otras, con una expresión desagradable, o demasiados brillos, o con un perfil que resaltaba demasiado una prominente nariz y una frente demasiado plana...

Les había puesto mil pegas a todas aquellas imágenes, y hoy, como por arte de magia, todas parecían bellas. ¿Dónde quedaron aquellos gestos desafortunados? ¿Y aquellos perfiles vulgares? Se habían matizado los brillos y las imperfecciones, ahora la barriga no aparecía tan exagerada, ni los cabellos tan foscos.

Pensó entonces que, posiblemente, dentro de diez o quince años miraría fotos de hoy, esas fotos que le desagradaban, en la que nunca salía a su gusto, y las vería hermosas.

Y se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, perdía un tiempo precioso para aceptarse YA, para gustarse, para enamorarse de sí misma en ese preciso instante, tal cual era.

Enamorarse de ella y de sus rizos inmanejables, de su piel sin arrugas, pero con poros dilatados, de sus facciones fláccidas, y de su mirada intensa y llena de luz, y de su cuerpo delgado, pero “demasiado atlético”. Enamorarse de sus lunares, de sus varices y sus estrías, de su perfil poco armonioso y de sus dientes apiñados que, sin embargo, sabían dibujar una sonrisa luminosa.

Todo eso era ella hoy. Esa era su envoltura, su “traje”, un traje que estaría cada vez más desgastado, pero sería el suyo, el que le permitía la existencia en este plano, el que le daba forma para poder SER aquí y ahora. ¿Quién era ella para maltratarlo o criticarlo como había hecho hasta el momento?

Y decidió mirarse con la benevolencia con que se mira a un niño, decidió enamorarse poquito a poco de su belleza y de su imperfección (y es que ¿tal vez no son dos hermanas siamesas?). Decidió mimarse y cuidarse y dejar de fustigarse con el paso del tiempo y sus efectos.

Se sentó en su butaca y anotó en su cuaderno: “Vivir es pasar el tiempo, hacerse mayor -en el mejor de los casos-. Y afortunadamente eso pasa muy despacio. No se mira uno en el espejo con veinte años, para volver a verse con cincuenta. Ese sería un trago difícil de digerir. Pero el desgaste del cuerpo, generalmente, ocurre despacito y va dando tiempo a hacerse a la idea, si vivimos con una mirada amable hacia nosotros mismos; si no, puede ser una auténtica pesadilla que, además, es irremediable.”

Y pensó que sería buena idea ir escapando de los modelos de belleza que proponían el cine, la televisión y la publicidad, y empezar a buscar también la belleza en otros moldes. Ver lo bello en lo viejo, en lo auténtico, en lo natural. Porque la belleza está en todas partes, porque fundamentalmente, es una forma de mirar.

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