Rebuscando recuerdos, se puso a
mirar fotos antiguas. Viéndose en ellas, se sorprendió de verse hermosa, se
sorprendió de gustarse. Recordaba perfectamente que la mayoría de esas fotos no
le habían gustado nada cuando se las hicieron. En unas se veía mayor, en otras,
con una expresión desagradable, o demasiados brillos, o con un perfil que
resaltaba demasiado una prominente nariz y una frente demasiado plana...
Les había puesto mil pegas a
todas aquellas imágenes, y hoy, como por arte de magia, todas parecían bellas.
¿Dónde quedaron aquellos gestos desafortunados? ¿Y aquellos perfiles vulgares?
Se habían matizado los brillos y las imperfecciones, ahora la barriga no aparecía
tan exagerada, ni los cabellos tan foscos.
Pensó entonces que, posiblemente,
dentro de diez o quince años miraría fotos de hoy, esas fotos que le desagradaban, en la
que nunca salía a su gusto, y las vería hermosas.
Y se dio cuenta de que estaba
perdiendo el tiempo, perdía un tiempo precioso para aceptarse YA, para gustarse,
para enamorarse de sí misma en ese preciso instante, tal cual era.
Enamorarse de ella y de sus rizos
inmanejables, de su piel sin arrugas, pero con poros dilatados, de sus
facciones fláccidas, y de su mirada intensa y llena de luz, y de su cuerpo delgado,
pero “demasiado atlético”. Enamorarse de sus lunares, de sus varices y sus estrías,
de su perfil poco armonioso y de sus dientes apiñados que, sin embargo, sabían dibujar una sonrisa luminosa.
Todo eso era ella hoy. Esa era su
envoltura, su “traje”, un traje que estaría cada vez más desgastado, pero sería
el suyo, el que le permitía la existencia en este plano, el que le daba forma
para poder SER aquí y ahora. ¿Quién era ella para maltratarlo o criticarlo como
había hecho hasta el momento?
Y decidió mirarse con la
benevolencia con que se mira a un niño, decidió enamorarse poquito a poco de su
belleza y de su imperfección (y es que ¿tal vez no son dos hermanas siamesas?).
Decidió mimarse y cuidarse y dejar de fustigarse con el paso del tiempo y sus
efectos.
Se sentó en su butaca y anotó en
su cuaderno: “Vivir es pasar el tiempo, hacerse mayor -en el mejor de los
casos-. Y afortunadamente eso pasa muy despacio. No se mira uno en el espejo con
veinte años, para volver a verse con cincuenta. Ese sería un trago difícil de
digerir. Pero el desgaste del cuerpo, generalmente, ocurre despacito y va dando
tiempo a hacerse a la idea, si vivimos con una mirada amable hacia nosotros
mismos; si no, puede ser una auténtica pesadilla que, además, es irremediable.”
Y pensó que sería buena idea ir
escapando de los modelos de belleza que proponían el cine, la televisión y la
publicidad, y empezar a buscar también la belleza en otros moldes. Ver lo bello
en lo viejo, en lo auténtico, en lo natural. Porque la belleza está en todas
partes, porque fundamentalmente, es una forma de mirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus meditaciones son bienvenidas: