…para
la alegría, para la esperanza, para vivir. Muchas razones me fue dando José
Luis Martín Descalzo domingo a domingo en su artículo semanal y,
posteriormente, en sus libros (¿o fue a la inversa?, bueno, no importa).
Hoy,
no sé a santo de qué, me he acordado especialmente de este hombre. El padre Martín Descalzo fue de los primeros que “me habló" de cosas que de verdad me importaban en
un lenguaje que de verdad entendía. A los quince o dieciséis años, mi mente y
mi cuerpo podían estar muy entretenidos en la inefable tarea de crecer y
aprender a desenvolverse en este mundo, pero mi alma sentía una sed que mi
educación católica calmaba sólo en parte.
Curiosamente,
mis vías de crecimiento, llamemosle espiritual, venían desde muy pequeña de lo
que aprendía de la religión… de las letras de las canciones de Serrat, y de la
poesía de Machado o de Miguel Hernández.
Mi
mundo interior se ha ido forjando con fuentes de inspiración de lo más
variopintas, porque así es la vida: un telar diseñado con mil colores y
diseños, siempre en expansión.
Y
José Luis hablaba desde un punto de vista cristiano, obviamente, pero desde una
palabra honesta, abierta, humana, llena de paz y de acogimiento. Y no sé por
qué digo “pero”, ya que ser cristiano, por definición, debe comprender siempre una llamada a la
honestidad, a la apertura, a la paz y al amor que acoge incondicionalmente.
Para
mí, cualquier religión, la de los cristianos, los musulmanes, judíos, budistas,
hinduístas,… debería ser una llamada a la unión, a la búsqueda de ese amor en
el que todos cabemos y desde el que todos podemos llegar a ser la mejor versión
de nosotros mismos.
La
religión, desde mi punto de vista, es un camino de búsqueda de trascendencia. Y
esa búsqueda, entiendo yo, puede hacerse desde las “autovías” de las grandes
religiones, o desde una senda personal y única, creada a base de pasos
constantes e inciertos. Y, muy a menudo, desde una mezcla de ambas. Todo recorrido, cuando se hace desde la autenticidad y
el respeto, tiene su gracia y su validez. Y es que a fin de cuentas dicen todos
los caminos llevan a Roma, que leído al revés es Amor.
En
mi viaje interior, la religión en la que crecí me vino muy bien como camino en los
inicios, aunque reconozco que la imaginería asociada y algunos de sus preceptos
me causaron más de un quebradero de cabeza, más de una pesadilla y más de un nudo
en el corazón. Me vino muy bien, entre otras cosas, porque en muy pocos lugares
fuera del ámbito religioso, oía yo hablar de valores humanos, de conocerse a
uno mismo, de actitudes como el servicio o la lealtad o el amor por el trabajo
bien hecho.
Y
el padre Martín Descalzo, más tarde, me ayudó a seguir mi camino con más ligereza,
con menos “dolor de los pecados” y más “alegría por los dones recibidos”, con
menos falsa modestia y más ganas de compartir la riqueza interior de mi alma y
de conocer la de los otros.
Con
los ojos del alma siempre abiertos de par en par, muchos otros personajes han
conseguido inspirarme desde entonces, desde muy diversas esferas.
Richard
Bach, con su Juan Salvador Gaviota. Y El Principito de Saint-Exupéry. O Michael Ende con la deliciosa Momo. El
brillante y polémico “despertador de almas” Anthony de Mello, o Darío Lostado,
Amado Nervo… También, escritores como Carmen Martín Gaite o Benedetti que, con
su forma de mirar al mundo, me han invitado a mirar yo también desde lugares
nuevos.
Sin
ningún rubor, reconozco que también me abrieron –y me abren- ventanas nuevas
para refrescar el alma autores de lo que algunos llaman “New Age” como Paulo
Coelho, Osho, Jorge Bucay, Louise L.
Hay, Deepak Chopra, Wayne Dyer, Eckhart Tolle,…
Y
filósofos o pensadores, que desde diferentes disciplinas, plantean sus propios
enfoques, como José Antonio Marina, Pablo d’Ors, Alex Rovira o Mario Alonso
Puig.
Y,
cómo no, hay un lugar especial y muy querido en mi corazón para la palabra y el
mensaje de Khalil Gibran, Rumi o Rubindranath Tagore.
Para
tratar de responder a las eternas preguntas de ¿quién soy?, ¿qué quiero?,
¿hacia dónde voy?, ¿hay vida después de la muerte?, y todas las cuestiones que
se pueden derivar de ellas… cualquier fuente de inspiración es buena para mí. Me
consta que me faltan muchos clásicos, casi todos, soy un poco vaga para acudir
a ellos, algún día empezaré, quizás…
Leo,
escucho, saboreo, asimilo, retengo unos mensajes y desecho u olvido otros. Todo
para conseguir vibrar cada vez por más tiempo en esa frecuencia que me permite
fluir, ver la vida en base a posibilidades -y no a obstáculos-, encontrar lo
que me une al otro y no tanto lo que me separa, y disfrutar de un cierto grado
de serenidad fértil en este extraño viaje entre el nacimiento y la muerte.
Lo
siento pero no puedo vivir de “simple materia” cuando cada vez más se demuestra
físicamente que lo que menos hay en este
mundo es eso: materia. Y lo que más: un espacio inmenso entre átomo y átomo
donde radica el misterio más fascinante del ser humano.
Y
para seguir ahondando en ese misterio, bienvenidas sean todas las linternas de
buena voluntad. Y doy gracias a todas las que hasta ahora han ido iluminando y
haciéndome más transitable mi propio sendero.