domingo, 3 de octubre de 2021

De síndromes varios

Nos gusta catalogarnos, por gustos, estilos, creencias, incluso, por malestares. Me asombra la facilidad para crear síndromes que tenemos hoy día. Stendhal describió sus sensaciones físicas tras visitar la iglesia de la Santa Cruz en Florencia y faltó tiempo para elevar a la categoría de síndrome esas sensaciones ante la belleza sublime del arte que, de tan embriagadoras, llegan a ser desagradables. 

Pero este es un síntoma lleno de encanto. Hay que reconocer que padecer el “síndrome de Stendhal” crea como una aureola de fascinación y misterio alrededor del afectado, y le otorga como una gracia sobrenatural. Sin embargo, se me ocurre que hay otros síndromes que encasillan y limitan, más que otra cosa. 

Por una parte, da tranquilidad saber que lo que a uno le pasa no es algo único, sino que se comparte con otros, que se la ha dado incluso un nombre, y que hay formas de enfocarlo, recursos, herramientas y, en algunos casos, incluso tratamiento médico, para vivir de la mejor manera a pesar de la sintomatología. Lo que me preocupa es cuando uno se identifica con el síndrome, cuando la etiqueta se nos queda pegada y vivimos y se nos trata según esa categoría a la que creemos pertenecer.

Las personas somos mucho más que nuestras limitaciones. Si bien conocerlas es la mejor forma de superarlas, existe el riesgo de creernos uno con ellas y, en coherencia, responder automáticamente según se espera de nosotros. 

Alguien dijo una vez que, para superar las incoherencias, el ser humano debe empezar por amarlas. Somos seres profundamente incoherentes y a mí me gusta dar ejemplo. Por eso, tras esta parrafada alertando del peligro de creerse un síndrome andante, comparto algunos de los míos preferidos. 

Uno que me acompaña desde hace años es el “síndrome Romería de Valme*”. 

 

 La Romería de Valme se celebra el tercer domingo de octubre en Dos Hermanas. Es un evento de gran valor estético, religioso -para quien así lo vive- y festivo -para la mayoría-, en el que se lleva a la Virgen en un desfile de carretas preciosamente adornadas de flores de papel y tiradas por bueyes, hasta la ermita de Cuarto en Bellavista, acompañada de gente andando y a caballo. Allí, la Virgen pasa el día, hasta que, al caer la tarde, regresa en su carreta, junto al desfile anterior.

El caso es que, tras el camino de ida, en los alrededores de la ermita, la gente hace barbacoas y pasa el día entre bailes, canto y una chispita de vino.

Cada año, cuando vivía allí, la llegada de la fiesta me generaba una pereza enorme. “Este año me quedo en casa, qué necesidad de ponerse a organizar nada. Anda, anda, con lo tranquila que voy a estar…” Y, cada año, religiosamente, me veía envuelta en los preparativos como la que más, comprando carne, pan, preparando sangría y organizando la logística para poder llevarlo todo antes en coche y volver a tiempo para hacer el camino andando.

Y me lo pasaba genial y la pereza se diluía entre risas, cantes y montaditos de lomo. 

Como era un hecho recurrente, decidí crear mi propio síndrome. Y me viene muy bien acudir a él cuando, ante cualquier acontecimiento que implica preparativos y organización, me salta la vocecilla del “anda, venga, pa’qué te vas a meter, no celebres tu cumpleaños, será por celebraciones”.

Me acuerdo de mi síndrome de la Romería y desafío a la pereza, pues sé que, tras el esfuerzo, la recompensa es infinita. Y más ahora que de celebraciones hemos andado cortitos. Ese síndrome me empodera, porque lo miro de frente y le planto cara. Bueno, reconozco que, a veces, gana él.

Luego está el síndrome Carmen Aranguren**: Carmen era una compañera de carrera de mi hermano que, en el viaje de Paso del Ecuador declaró en los andenes del metro de París: “ay, Dios mío, que estoy en París!!! Y no estoy siendo consciente de lo que esto significa y, claro, como no soy consciente, no me puedo alegrar tanto como si lo fuera y, cuando lo sea, ya no estaré aquí y no podré alegrarme”.

Seguro que hay fórmulas más cortas para describirlo, como la frase de una de las protagonistas de la serie que me tiene fascinada últimamente (“Todo va a ir bien”, en Movistar+, guiño publicitario). Es algo así como: “Its the first time that I feel excited WHILE something exciting is happening” o, más o menos, “es la primera vez que me emociono mientras vivo algo emocionante”

Cuánto nos cuesta a algunos estar en el momento presente, hasta pa’lo bueno. Somos tremendos.

Me gusta poder acudir a ese síndrome porque no me siento tan sola en mi incapacidad de emocionarme lo suficiente mientras vivo lo emocionante (a veces, necesito unos meses y algunas fotos para llegar al nivel adecuado)

Y estas cosas pensaba yo el otro día, mientras paseaba, y pensé que tenían buena pinta para meditarlas bajo el peral, aunque, reconozco que en mi cabeza eran mucho más interesantes que ahora que las veo plasmadas. Quién sabe, tal vez dentro de unos meses vuelva a leerlo y me encante lo que escribí, ¿verdad, Carmen?

*Si no conoces la Romería, te la recomiendo vivamente. No este año (2021), ya que la "normalidad" no ha llegado a esos límites, pero en cuanto se pueda. Al menos, tienes que visitar el Ave María, donde se exponen las carretas en los días previos al evento. Mª José, amiga, muchas gracias por actualizarme estos detalles, que yo ya soy guiri en mi pueblo...


**Carmen, si llegara a tus oídos esta perita: gracias por inspirarnos este maravilloso síndrome a mi hermano y a mí. 

 

domingo, 8 de agosto de 2021

Autodefinido

 Domingo, 8 de agosto (8-8)


No es ningún secreto lo que me gusta buscarle siginificado a los números que veo reflejados en fechas, en el reloj, en las matrículas.

8 del 8, doble del 4 del 4, mi fecha de cumpleaños. 
8 del 8, día del atentado en la calle de atrás de mi primera casa en Madrid. Cuando, por alguna razón, decidí salir de casa, pese a la pereza veraniega, quince minutos antes de que explotara la bomba. No me hubiera pasado realmente nada grave aunque me hubiera quedado, puesto que fue justo mi habitación la que no sufrió daños, pero el susto que me hubiera llevado, habría sido mayúsculo...
8 del 8, día en el que me animo a escribir sobre el autodefinido completado.

A mi madre le encanta hacer autodefinidos, mi padre es más de sudokus, pero a ella siempre le han gustado más las letras, las palabras: en las novelas, en la canciones, en los versos que su hermano le hacía aprender de memoria... y en los autodefinidos.

Era lunes por la noche cuando nos dijeron que finalmente la dejaban ingresada para ver su evolución tras la caída. Yo me quedaría con ella. En tiempos Covid, el acompañante (justificado solo en casos graves) tenía que pasar cinco días en la habitación, antes de poder ser relevado por otro familiar, así que me abastecí de ropa, revistas (las que le gustan a ella, para cuando se reponga), mis libros, la tablet, el móvil... Nada como un poco de hiperconexión en tiempos de confinamiento "hospitalario".

Cuando subí a la habitación, la encontré tendida en la cama, durmiendo, supuse, tras un día agotador en urgencias, sola.
La doctora llegó, la revisó, la llamó por su nombre, miró sus pupilas a la luz y, ante la práctica ausencia de respuestas, me anunció la peor de las noticias: no podemos hacer nada por ella.

Y ahí estaba yo, sola, para digerir un pronóstico inesperado y anunciarlo a mi padre y a mi hermano, que esperaban afuera, en el "mundo real", cada cual en su ubicación, información muy diferente.

Excepcionalmente y, dadas las circunstacias, permitieron a mi padre unirse a mí en la habitación, previa PCR, para acompañar a mi madre en su última noche.

Mi hermano salió de Madrid en cuanto se enteró, para venir a nuestro encuentro, o a lo que el maldito protocolo permitiera.

Esa noche pasó, con esa dosis de irrealidad que tienen las noches de hospital, salió el sol y ella seguía con nosotros, más allá del muñeco de trapo que parecía la tarde antes. Balbuceaba y contestaba con monosílabos a nuestras preguntas.

Los médicos que pasaron por la mañana, nos explicaron que esa mejoría no significaba nada, que el organismo estaba en un estado prácticamente irreversible. Y pasó el día. Nos pidieron que fuera uno solo quien la acompañara. 

Y volvió la noche, esta vez solas ella y yo. Una noche agitada, la de alguien que despierta de una pesadilla y la de quien le espera despierto, tratando de darle tranquilidad. Una noche de delirios y de momentos de una calma tal que... parecía la calma definitiva.

Cogí una de las revistas que a ella le gustaba leer cada semana, -religiosamente, cada domingo por la mañana el ritual era desayuno con lectura- y me puse a completar los pasatiempos, haciendo honor a su nombre... Un sudoku, el fácil, un "encuentra las siete diferencias", un crucigrama... Y faltaba el autodefinido, la joya de la corona, el único pasatiempo al que mi madre dedicaba su atención.

¿Y si lo dejo para que lo haga ella?, se enfadará si se despierta y se lo encuentra hecho. Pero, por favor, a quién quiero engañar, no sé si despertará, pero si lo hace, no será con capacidad para ponerse a hacer esto...

No sé si fue eso exactamente lo que pensé, pero serían cosas parecidas, el caso, es que decidí no hacerlo. Es más, no sé si lo decidí o, simplemente, no fui capaz de ocupar su lugar, de destronarla de su reino y de sus hábitos.

Y pasó una semana, en la que su cuerpo se fue llenando cada vez más de ella de nuevo. Con el relevo de mi hermano en la habitación, llegaron nuevas revistas, y más pasatiempos. Y, cuando volví, y me encontré con su mirada -cada vez más enfocada- y su voz -cada vez más firme y con palabras más precisas-, busqué el autodefinido de aquella noche. Y estaba completo, con su letra, menos temblorosa que antes de la hospitalización. Terminado.

No era imposible, no era una ilusión confiar, no fue en vano dejarle tiempo y espacio para cumplir con su costumbre.

Porque al final la vida esta hecha de pequeñas cosas, de detalles que pueden llegar a pasar desapercibidos y, sin embargo, son el fino hilo que da forma al lienzo.

Porque imposible es una palabra que no puede invocarse de cara al futuro, sino solo cuando se habla de lo que fue, o de lo que no pudo ser. Hacia delante todo es posibilidad.

Porque la vida es sorprendente y tiene sus propios planes.

El autodefinido está completado, y han venido otros, después. Solo ella decide hasta cuándo. Mientras tanto, confío en que las palabras serenidad, la aceptación y la alegría estén presentes, ya sea en vertical o en horizontal, en el autodefinido de su existencia.

Así sea.


domingo, 28 de febrero de 2021

Silencio

En medio de tanto griterío, mi voz se apaga. Entre tanta estrategia taimada, mi mente se nubla. Perdida entre polaridades, intento no posicionarme, igual que el arroyo busca solo fluir. 

Solo me queda el silencio. Y confío en él como la semilla confía en la oscuridad que le rodea -bajo la tierra- como útero fértil. 

Silencio que, en ocasiones, no me permito, pues mi ego sigue ávido de razones y evidencias. Silencio, interrumpido por mis voces internas, que se aferran a su protagonismo enraizado. 

Las hojas de nuestros antiguos paradigmas caen en el otoño de un sistema caduco. Y aún no sé de dónde surgirán los nuevos brotes. Pero sé que lo harán, frescos, vitales.

La semilla de la creación se encuentra en el espacio entre acciones, en la pausa en medio del bullicio atronador, en la fecundidad del silencio. Ese es el único medio de dejar emerger lo nuevo. Lo demás es pura repetición de lo de siempre. La rueda del hámster. Jugar a ser dioses cuando lo único que somos es cada vez más autómatas. 

Volver a la esencia, siento que ese es el único camino. Observar la naturaleza, sus ritmos, sus dinámicas y aprender a integrarnos en ella con respeto y reverencia.Mirar hacia dentro, al fluir de nuestros ríos internos, observando la actividad de nuestros volcanes, para minimizar daños cuando toque erupción.


Mirar al otro, buscando reconocerse a uno mismo, las mismas preguntas, las mismas flaquezas. Y conectar con la fuerza invisible que hace germinar a la semilla (de la jara, del brezo, del roble o del almendro) y desarrollarse al feto (del humano, del león o del ciervo). Y dejarse transformar. 

Tal vez es solo eso, que nos resistimos a dejar de ser gusanos, nos aterra encerrarnos en el capullo y quedarnos quietos. Y gritamos, pataleamos, damos vueltas sin parar, sin dejar de hacer, sea lo que sea, por miedo a quedar atrapados en una cárcel, que no es más que la incubadora que nos permitirá ser mariposas. 

 

jueves, 31 de diciembre de 2020

2020 Game Over

Atardecía la primera jornada del año y veíamos esconderse al sol, ilusionados por todo lo que podría deparar el libro en blanco que, una vez más, se abría ante nosotros. Nos reíamos y posábamos ”como en la portada de una cinta de Camela”, entre los olivos del parque recién estrenado. Luego brindamos con cerveza en el único bar abierto, un irlandés del extrarradio. Nos abrazamos y nos despedimos, listos para escribir las páginas del libro recién estrenado. No hemos vuelto a vernos. Pero lo haremos. Porque seguimos vivos. No todos pudieron decir lo mismo. 


El año de la pandemia. El año de la incertidumbre, de la soledad, de los miedos, de las cifras trágicas, de los abrazos secuestrados y las fronteras alzadas. El año en que nuestro modo de vida se alteró radicalmente. El año de las despedidas en la distancia. El año del desconcierto y de las sonrisas tapadas. El año de las grandes discrepancias.

Un año tremendamente duro. Para algunos: tremendamente duro y doloroso; para todos: un gran desafío. Pero también un año de nuevas vidas, de nuevos amores y nuevas oportunidades. De recomponernos y estar más juntos que nunca en la distancia. El año de aprender a trabajar en remoto y de soplar velas por vídeo y enviar amor en Gigas. 

En mi caso, el año de enfrentarme a miedos ancestrales y comenzar a atravesarlos. El año de mirar más allá con apertura y confianza, y descubrir la belleza y la paz donde pensaba que solo habría fantasmas. También, el año de habitar más que nunca mi hogar, cada una de las habitaciones de mi casa -y las de mi alma- y sentirme a gusto, yo, gato callejero de toda la vida. Un año para mirar hacia dentro y confirmar que hay tanto ahí… y que es la auténtica puerta a la Vida. 

El año de mirar de frente mi necesidad de control y asustarme por su tamaño y su solidez. El año de acabar extenuada cada día como quien se propone cada mañana barrer la arena de la playa y, al atardecer, ve que su esfuerzo no ha servido de nada. El año de acordarme de los Morancos y su “Joshuaaaa, ¡como te “ajogue”, te mato!”, pero pensando en mis padres. Porque lo de no poder despedir a un ser querido que muere, eso, eso me ha parecido lo más triste, lo más tremendo de todo lo ocurrido. 

Todo lo que pueda decir es obvio: luces y sobras, más luces y más sombras que nunca. Para nosotros. Para otros, las sombras son mucho más oscuras que estas desde hace años. Algunos no temen a un virus frente al que todos nos unimos, sino a otros seres humanos, que amenazan su existencia y han alterado su modo de vida desde hace años, ante la indolencia del resto de la humanidad. 

Todo es relativo, evidentemente, depende de la perspectiva que adoptemos. Nada duele más que el dolor cercano, es inevitable. Y aún así, ojalá el dolor propio no nos haga insensibles a otras circunstancias, ni ciegos a otras dimensiones. Que ofrezcamos una mirada amplia a la vida y sepamos aprovechar cada oportunidad que nos ofrece para aprender, para sentir, para descubrir, para ser cada vez mas dignos de ese apellido de “humanos” con que bautizamos a nuestro ser. 

El año no es más que un escenario, un lienzo, un libro en blanco. No olvidemos el poder que tenemos de aportar nuestra parte del guion, de usar unos colores u otros, o de interpretar a nuestro personaje con más o menos presencia.

Que 2021 sea el escenario donde bailen nuestras ganas de brillar, de crecer, de disfrutar, de humanizarnos, creando la obra más hermosa de que seamos capaces.

Y que volvamos a brindar juntos y a darnos abrazos bien "apretaos". Salud.


martes, 8 de diciembre de 2020

María y Anina.

 


“Women have served all these centuries as looking glasses, with the magical and delicious power of reflecting the figure of a man at twice his natural size”. Virginia Woolf

(“Las mujeres han servido durante siglos como espejos, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural”. Virginia Woolf)

A veces, aún me sorprende mi ingenuidad, me llama la atención descubrir (o redescubrir) cosas que, para otros (¿otras?) son obvias y patentes, mientras que para mí resultan de espectacularmente llamativas.

Ayer comencé a ver la serie Pioneras, en Movistar + y descubrí -literalmente- la figura de María de Castilla.

Vaya por delante que mi conocimiento de la Historia de España pre-Reyes Católicos es mínimo. Y no me vanaglorio de ello, pero es que es un hecho. Remediable, eso sí. El caso es que, no recuerdo más que “titulares” confusos y desordenados de la cronología desde Isabel y Fernando hasta Alfonso XIII, con quien curiosamente acababa la Historia de España en mis años escolares.

Así que, lo reconozco: de Alfonso V, “El Magnánimo” tampoco sabía nada. Alfonso, por cierto, era el marido de María.

Y me doy cuenta (una vez más) de cuántas cosas desconocemos (tal vez no es tu caso, así que perdona la generalización) y cuánto tiempo pasamos en actividades que no nos llevan a ninguna parte. Y no digo que siempre haya que estar cultivándose, o haciendo cosas productivas, ni mucho menos, pero, seguramente, muchos de nosotros podríamos inclinar la balanza de nuestra atención, un poquito, al menos un poquito, hacia cosas que hagan algo más que embobarnos, embotarnos o endiosarnos.

Sí, endiosarnos, esa sería otra de mis reflexiones. Y es que, tras conocer de la vida de esa mujer que reinó en Aragón, por muy “de Castilla” que naciera, hasta mediados del siglo XV, me pregunto qué pensaría ella de nuestra obsesión por tener Likes para una foto que colgamos en una red social, o cómo el éxito se mide en Followers. Ella, una mujer que vivió el rigor de hace seiscientos años, sin luz eléctrica, ni agua corriente, para qué hablar de Internet, y aun así evitó conflictos entre las coronas de Castilla y Aragón, y gestionó Aragón mientras el rey se dedicaba a “sus conquistas” en Nápoles.

¿Te imaginas lo que sería medir el valor de un gobernante por el número de batallas que evitó?

¿Te lo imaginas?

Ya solo eso sería un cambio de paradigma tal en nuestro mundo…

Cómo no, está la reflexión de fondo sobre el modo en que se ha ido escribiendo la Historia, desdibujando el rol y el protagonismo de mujeres como María. Si ya de por sí, brillar y tener voz propia en un tiempo de hombres era francamente complicado, qué triste conseguirlo y que los cronistas vayan por detrás borrando tu estela del mapa.

Pero siempre que se borra queda un rastro, y personas con ilusión por investigarlo y devolverle su grandeza. María escribió mucho. “Lo escribió todo”, dice la historiadora en el Programa. Escribió todas las vicisitudes de su reinado, “hizo de la carta un instrumento no sólo comunicativo y de gobierno, sino también de persuasión y representación del poder real en dos momentos fundamentales de su vida” (Mª Luz Mandingorra Llabata, Universitat de València)

Por eso, escribir me parece un regalo, un honor, una necesidad. Iba a decir un deber, pero es un concepto que me pesa en el alma, cuando de lo que hablo es de flotar, de volar, de trascender pesadas cargas. Mejor: una misión.

Escribir es volver a narrar la Historia, desde tu punto de vista, destacando lo que para ti era realmente importante de lo que viste, viviste y evidenciaste.

Quizás sean cosas pequeñitas, en las que nadie reparó. A veces, no es tan importante el objeto de lo escrito como la mirada que se pone en él.

Quizás se trate de elefantes presentes en la habitación de los que nadie ha osado hablar antes.

O historias nuevas que merece la pena crear. Escribir, ficción o realidad, es entregar un poco de nuestra alma al mundo.

Y leer hace perfecto el binomio.

Por eso, mi homenaje y agradecimiento hoy a quienes usan la palabra como herramienta artesanal para ofrecernos la oportunidad de ampliar nuestra mirada.

Y, en concreto, hoy quiero mencionar a otra voz, llena de profundidad, auténtica a fuerza de desprenderse de filtros, una voz que aprovecha las redes para compartir su magia, para brillar y darme la mano y los permisos que, a menudo, me niego yo misma para brillar. Te hablo de Anina Anyway.

Gracias, Anina. Tus Siempre y Cuatro me está llegando al alma.

Gracias a todos los que, como ella, se deshacen de poses y hablan desde su corazón. Y a los que leen, dejándose inspirar y abriendo ventanas nuevas al mundo.

sábado, 3 de octubre de 2020

La historia del peral

Llevo tiempo conformándome con mirar mi peral de lejos, mientras ansío sentarme bajo su sombra para que mis meditaciones afloren de nuevo.

Había demasiadas voces a mi alrededor. Todo este tiempo ha habido demasiadas voces. He intentado encontrar la parte de verdad que escondía cada una de ellas. He terminado por desistir. Al final, la única verdad, si puede llamársele así, la única autenticidad que puedo valorar es la de mi propia voz. Y mi voz estaba apagada.

He dejado que mi voz se apague al intentar que se parezca a aquella, espiritual y serena, llena de luz y poesía, impregnada en magia. O a aquella otra, más pragmática pero tan personal, tan sólida. 

He dejado que se apague por temor a no tener suficiente volumen como para ser escuchada, razón para ser validada, argumentos para ser convincente.
Se ha apagado bajo las excusas de siempre -hoy tengo mucho trabajo, estoy cansada, necesito desconectar-.

Pero, afortunadamente, la magia es más tenaz que mis propios sabotajes. ¿Magia? Llámalo X. Aquello que mueve resortes invisibles para conseguir que “los astros se alineen” y el mensaje de “expresa tu voz” me llegue por varias vías completamente diversas, a cual más contundente.

¿Son señales? ¿Es casualidad? Y ¿qué importa?, si el motor está de nuevo en marcha.

Así que hoy me vuelvo a sentar bajo el peral, precisamente para contar su historia.

Hace ahora diez años, un gran amigo me enviaba un correo en respuesta a otro mío en el que volvía a las andadas con mi tema de la muerte. El tránsito, ese irse, -qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia”, el más allá o su alternativa -la nada-; la eternidad, que se me antoja demasiado larga, la tremenda burla del eterno retorno… En fin, mis disquisiciones habituales sobre una cuestión ciertamente ineludible.

Él, de vuelta, me contaba sus impresiones, y sus palabras me resultaron, en aquel momento, un auténtico tratado de metafísica ininteligible, pero hubo un detalle que llamó mi atención por encima de todo. Entre el galimatías de su exposición pude leer con claridad: “…contemplando el peral en el jardín de casa…” y el resto del mensaje se mantuvo borroso ante mi vista.

¿Tiene un peral en su jardín? Guau...


De pronto, mi mente se trasladó a su casa, a ese jardín que hacia años que no visitaba, y plantó el peral donde mejor le pareció. Y me senté bajo su sombra. Y descubrí que no podría haber mejor escenario que aquel para parar, salir del mundo y meditar, sin pretensiones, sin expectativas. Un lugar para dejar la imaginación vagar por donde ella quisiera, desde la confianza de encontrarse en un rincón seguro e inspirador.

Y decidí hacer realidad esa visión. Tal vez no material pero absolutamente real. Y planté mi peral en mi jardín virtual y empecé a sentarme bajo su sombra, nunca con mucha asiduidad, eso es cierto. 

Pero siempre vuelvo. Como volví a releer aquel correo varias veces más, descubriendo en cada lectura perlas de sabiduría que al principio no era capaz de ver, como si del proceso de descifrar un jeroglífico se tratara.

Acabo de volver a leerlo, y lo mismo: no siento que REdescubro su mensaje, sino que lo recibo por PRIMERA vez. Hoy, resueno especialmente con una frase que él rescata de uno de sus maestros: “Muere antes de que “tú” mueras y no habrá muerte”.

Y me quedo saboreándola bajo mi peral, que existe gracias a ese correo mágico.
¿Magia? ¿Casualidad? Lo que tú quieras.


domingo, 26 de abril de 2020

Nueva Normalidad


Parece que es el tema de moda: la “nueva normalidad”. Visualizarla, darle forma, planificarla.

Aún no sabemos cuánto tiempo nos queda de confinamiento, pero ya estamos fuera con la mente, anticipando, tratando de controlar. Y es humano y es, posiblemente, muy válido hacerlo. Que luego vienen las prisas y…

Fuera de bromas (pero siempre con ellas de fondo, con ese humor que aligera pesadumbres y permite agudizar la mirada), por qué no: a mí me apetece jugar. ¿Te apuntas?

Llevamos más de cuarenta días de confinamiento, encierro, clausura. Llámalo X. Creo que ya empezamos a tener material suficiente para empezar a valorar dos aspectos:

¿Qué he echado especialmente de menos?
¿Qué he descubierto en mi vida en este tiempo… y me gusta?

Hoy, te invito a saborear ambas preguntas, a dejarlas macerar, sin forzar las respuestas. Deja que se instalen unos días en tu mente, ahí, como de fondo, silenciosamente activas. Yo he empezado a hacerlo.

Me gusta eso de lanzarme preguntas sin obligarme a responderlas inmediatamente, pronunciarlas, tal vez, incluso en voz alta, a modo de ritual mágico, y dejarlas ahí, reposando, germinando por sí mismas las respuestas necesarias.

Cuando se declaró el estado de alarma, cuando me vi ante la posibilidad de pasar muchos días, inciertas semanas, metida en casa, saliendo apenas a expediciones esenciales a dos manzanas a la redonda… pensé que no iba a ser capaz. Me agobié muchísimo, la verdad. Y pensé que echaría de menos muchas cosas.

La realidad, después, me demostró que estaba equivocada. A la mente, que generaba la ansiedad, comencé a domarla, amorosamente, con paciencia, con constancia, meditación, ejercicio y gratificaciones. Y en cuanto a mis carencias… no fueron tantas, no están siendo tantas como supuse.

¿Descubrimientos? ¿Puede descubrirse algo en una situación tan espantosa, tan propia de película apocalíptica? Pues resulta que sí. Claro que, para ello, he tenido que bajar el volumen de los que pregonaban y expandían el caos, la alarma, la amenaza constante, el pánico, la crítica, el bulo y la difamación. Cerré la entrada a los de las teorías de la conspiración, a los jueces implacables, a los expertos en todo, a las opiniones airadas, a las voces agoreras y a los buitres que se ceban en la desgracia ajena, escarbando en el dolor y la miseria, para difundirlos al mundo, generando a su alrededor un tufo irrespirable.

Vadeado ese río, el resto fue más sencillo. No está siendo un camino de rosas, o sí, con sus espinas, claro. Hubo, y habrá noches oscuras, incertidumbre paralizadora, tristeza, desaliento… Pero también hubo, hay y habrá belleza. Y aprendizaje. Y disfrute.

He descubierto, me he descubierto, disfrutando de cosas tan sencillas, como aprender un truco de magia facilón, para mostrárselo a mis sobrinas a través de Internet. He cocinado (sí, lo admito, yo también) mi propio bizcocho de cumpleaños, he probado recetas nuevas y organizado la comida de la semana (asignatura pendiente en mis ventitantos años de “chica independiente”.

He descubierto a personas maravillosas que regalan su talento por las redes, blogs apasionantes, podcasts enriquecedores. He reconectado con mi espiritualidad. He conocido a los vecinos del otro lado de la calle, qué majos son. He admirado (y admiro) el canto de los mirlos al amanecer y al atardecer (y, a veces, con un bonus track, sin venir a cuento). Respiro un aire mucho más puro y pleno.

Tantas cosas…

Pero, sobre todo, el tiempo. El ritmo de los días se ajusta mejor a mi naturaleza. Hay mucho menos hacer y más ser. Y mira que aún me cuesta no dejarme seducir por mis listas interminables de tareas… Hay más prioridad y menos ladrones del tiempo. Hay más foco en lo que de verdad me importa.

Y eso, quiero llevármelo a esa nueva normalidad de la que hablan. Y dicen que lo primero es la intención. El deseo y la intención. Pues ahí van los míos.

No quiero volver a las prisas, a la sensación de respirar de a poquitos, a regresar a casa atiborrada de información, de emociones desmedidas. Saturada. 

Así que ya estoy dejando florecer las primeras respuestas. Y pondré mi ilusión y mi empeño en que sean la base de mi nueva normalidad. Yo no tengo prisa por volver a lo de siempre. Solo echo de menos algunas cosas de “lo de siempre”, menos de las que imaginé.

Y tú ¿te has animado ya a comenzar el juego?

Invito a jugar a quienes deseen hacerlo. Y comprendo que les resultará más fácil a aquellos a quienes, como a mí, les ha tocado un “confinamiento de burgueses”, que dice mi amigo Manu. Entiendo que no pueden tener la misma frescura ni energía aquellos que han sufrió la enfermedad o el dolor de que la sufran sus seres queridos. Entiendo que no están para muchos trotes quienes lo que se juegan cada día es su vida ante el enemigo invisible y desconcertante. No pueden participar en el juego en igualdad de condiciones quienes viven en la total incertidumbre de cómo rehacer su situación laboral y económica. Mis respetos y ánimos para todos ellos. Ojalá tengan el tiempo y el espacio suficientes para recuperarse y recobrar la fuerza que les haga resurgir.

Para aquellos que deseen hacerlo, porque tienen el ánimo y la disposición, porque tienen curiosidad, porque, por encima de los juegos perversos de la mente, quieren un poco de aire fresco, yo les invito -como me invito a mí misma- a realizar una cierta reflexión.