Las navidades pasadas fuimos toda la familia a probar un restaurante chino de Usera, el “barrio chino” de Madrid. Recuerdo que aún faltaba un poco para su Año Nuevo (que creo que coincide con la primera luna llena del año) y ya había calendarios que anunciaban el animal que simbolizaba 2023, no recuerdo cuál era (búscalo tú en Google y me dices). Para mí, sin duda, será el año del Ave Fénix.
En 2022 perdí a mi madre (¿la perdí?,
¿se puede perder un amor tan bello?, ¿una energía tan intensa? Quizás solo la “perdí
de vista”). Este año perdí la calma, el sueño, un pecho, una amiga, varios kilos, la
alegría y la conexión con la Vida. He recuperado casi todo lo recuperable (María José, a ti, como a mi madre, solo os perdí de vista, pero os siento tan cerca como siempre). Y cierro el año con
una sonrisa.
Ya sabes que, de pequeña, me daba
miedo mirar debajo de la cama, por si los monstruos. Este año, han salido ellos
solitos de camas y armarios y nos hemos visto frente a frente. Al principio,
huía, echaba a andar por las calles y parques de la ciudad, tratando de
despistarlos. Por la noche, era más difícil escapar, así que quitaba mis manos
del rostro para atreverme a mirarlos en la oscuridad. Lloré una y mil veces,
grité en voz baja, murmuré improperios desgañitándome, sin que saliera un hilo
de voz de mi garganta (qué culpa tienen los vecinos de mis cosas).
“No es justo” “Por qué a mí” “Para
qué venimos a este mundo” “Qué sentido tiene todo esto”. Creo que no quedó
lugar común de la “noche oscura” que no habitara en profundidad. Lo más
doloroso era sentirme desconectada de las ganas de vivir: estar con mis
sobrinas, hacer una excursión por el monte con Mori, y descubrirme como
anestesiada, inerte, incapaz de sentir la belleza o la alegría.
Pero todo pasa. Y esto también.
No en un día, ni en dos, ni en tres, pero fue pasando. Poco a poco. A base de
aceptación, de mirada amorosa hacia mí misma y mi proceso. Es difícil quererse
cuando una se siente un guiñapo, y precisamente es cuando más se necesita. Al
principio, era una declaración de intenciones, pero con el tiempo se está
convirtiendo en una realidad: me voy queriendo, me voy respetando, perdonando,
cuidando.
Y es que este año he descubierto
el poder de la intención. Jugar a ser la observadora de mi realidad. Jugar a
que me quiero, que respeto mis límites, que me doy el espacio y el tiempo que
necesito.
Y el poder del agradecimiento. Al
principio, casi me tenía que inventar algo que agradecer cada día, porque mi
mente se había acostumbrado a mirar “lo que no” y le costaba enfocarse en “lo
que sí”. Ahora, son mayoría los momentos en que percibo mil cosas por las que
estar agradecida, sobre todo, por el amor que recibo en mil modalidades
diferentes (Mori a la cabeza, con su incondicionalidad y su presencia paciente y confiada). Y las maravillosas sincronías, encuentros, conversaciones y oportunidades que se me han presentado en el camino, para seguir recorriéndolo de la mano de gente que llena el alma.
Acaba un año especial y lo que
fue un bofetón en mitad de la cara se ha ido convirtiendo en un “meneo” para
despertar mucha riqueza que habita en mí y desea ser expresada; y una gran
oportunidad de descubrir sentir el regalo de la presencia y el cariño de tantas y tantas
personas. Somos muy grandes los humanos, cuando nos ponemos. Y quiero dedicarme
a recordarlo cada minuto de mi existencia, así que no sabes lo que te espera si
sigues ahí, Amig@.
Gracias, gracias, gracias, por tu
compañía, por tu inspiración, por tu mirada comprensiva, por tus palabras de
aliento, por tu silencio.
Te deseo que en 2024 la Paz reine
en tu corazón. Con eso, lo demás, lo bordas.
Abrazo de más de 8 segundos.