domingo, 5 de febrero de 2023

El anciano a la puerta del templo

El anciano permanecía a la puerta del templo. Vestía una túnica blanca y llevaba un turbante ámbar ocultando su cabellera que imaginaba grisácea, a juzgar por el color de su bigote. Me llamó la atención que no llevara barba. Su postura del loto era perfecta, su espalda erguida, y aun así, su rostro arrugado denotaba comodidad, relajación. Había salido de su meditación hacía unos minutos y lo observaba todo como si fuera la primera vez que se encontrara en ese lugar.

Por una vez, me decidí a hacer algo que había deseado cada vez que encontraba a uno de estos yoguis en los otros templos que visité: preguntarle si podía sentarme a su lado. Usé el inglés como idioma intermediario, pero no sabía si me entendería. Señaló con la mano un espacio a su lado, como dándome la bienvenida a su espacio. Me miró y sostuve su mirada. Me invadieron una dulzura y una ternura tan penetrantes que ablandaron de golpe cada rigidez muscular, cada microgesto de mi cuerpo, la más mínima tensión de cada una de mis células. Me quedé en paz.

Le dije: “Gracias”.

Respondió, juntando sus palmas y llevándolas hacia su rostro, como en gesto de saludo y reverencia: “A ti, por atreverte”.

“¿Puedo pedirte un mensaje? -pregunté o casi supliqué con cara de niña traviesa-. Dicen que los yoguis tenéis una conexión muy especial con lo que os rodea, que os permite captar información que a otros nos pasa desapercibida. Si fuera así, ¿hay algo que me dirías ahora mismo?”

Cerro los ojos y permaneció ensimismado unos minutos. Pensé, incluso, que se había olvidado de mí. Entonces, volvió a abrirlos y dijo:

“Sí, hay algo. Es algo que ya has escuchado antes y aun así parece que te conviene volver a escucharlo: Ama y haz lo que quieras”.

Di un respingo, pues ese era el “mantra” que llevaba repitiéndome desde que comencé a organizar el viaje a la India. “Ama y haz lo que quieras” era también la frase que más me impactó de todo el temario de Filosofía de C.O.U. Cuando la leí, pareció destacar en la hoja, como si sus caracteres aumentaran de tamaño y se pusieran en negrita, mientras el resto del texto se desdibujara. Me parecía una afirmación revolucionaria y me hacía plantearme tantas cuestiones...

“Entonces, ¿puedo hacer realmente cualquier cosa?” Mi mente quería de verdad entender.

“Primero, ama”, pronunció las dos sílabas en inglés con suma lentitud y firmeza, y volvió a cerrar los ojos como regresando a su universo y olvidando todo lo que quedaba fuera de él, si es que fuera o dentro tuvieran algún sentido.

Le hice una reverencia de agradecimiento que no vio, o tal vez sí, no sé hasta qué punto una persona así usa los sentidos para percibir, y me quedé sentada a su lado, meditando lo que acababa de ocurrir y observando los alrededores del templo, atestado de gente, bullicio, colores.

Quizás el orden de los factores sí altera el producto. Quizás no es “haz cosas buenas y serás bueno”, sino, “sé bueno y no podrás más que hacer cosas buenas”.

Y ¿qué sería “ser bueno”? A lo mejor, bueno o malo no son los términos adecuados, pues están sujetos a miles de interpretaciones. Ni San Agustín ni este hombre hablaron de bueno o malo, sino de Amor. Igual, simplemente se trata de Amar.

Y ¿cómo puede uno Amar, así, con mayúsculas?, me preguntaba yo misma

Tal vez -me respondía mi sabia voz interior, esa que habla cuando yo me callo- se trata solo de dedicarse a ser uno mismo, de ser fiel a la esencia primigenia, de estar conectado con lo más profundo.

Y eso ¿cómo se hace?

Estando en silencio, en quietud, PARANDO el ritmo para observar y escuchar, y así empezar a distinguir el ruido interno del externo y, al fondo de todo, detrás de todos los ruidos, la Voz del alma. Y escucharla, sentirla, impregnarse de ella, dejarse habitar por ella. Y, a partir de ahí, descubrir qué surge hacer.

Y esto, una y otra vez, una y otra vez, en un proceso constante porque la Voz, ante los ruidos, se oye más débil, y los ruidos siempre están.

¿Siempre?

“No lo sé”, dijo de repente el anciano como si hubiera podido escuchar mis reflexiones. “No lo sé porque aún no he llegado más allá en el viaje. ¿Te animas a hacerlo tú?”

Sonreí y pensé en todo el camino que me quedaba por delante.


*Imagen cedida por Eduardo Blanco, tomada en su viaje a la India. 

(Gracias, Eddie)

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