El anciano permanecía a la puerta del templo. Vestía una túnica blanca y llevaba un turbante ámbar ocultando su cabellera que imaginaba grisácea, a juzgar por el color de su bigote. Me llamó la atención que no llevara barba. Su postura del loto era perfecta, su espalda erguida, y aun así, su rostro arrugado denotaba comodidad, relajación. Había salido de su meditación hacía unos minutos y lo observaba todo como si fuera la primera vez que se encontrara en ese lugar.
Por una vez, me decidí a hacer
algo que había deseado cada vez que encontraba a uno de estos yoguis en los
otros templos que visité: preguntarle si podía sentarme a su lado. Usé el inglés como idioma intermediario, pero no sabía si me entendería. Señaló con la mano un espacio a su lado, como dándome la bienvenida a su espacio. Me miró
y sostuve su mirada. Me invadieron una dulzura y una ternura tan penetrantes
que ablandaron de golpe cada rigidez muscular, cada microgesto de mi cuerpo, la
más mínima tensión de cada una de mis células. Me quedé en paz.
Le dije: “Gracias”.
Respondió, juntando sus palmas y llevándolas hacia su rostro, como en gesto de
saludo y reverencia: “A ti, por atreverte”.
“¿Puedo pedirte un mensaje? -pregunté
o casi supliqué con cara de niña traviesa-. Dicen que los yoguis tenéis una
conexión muy especial con lo que os rodea, que os permite captar información
que a otros nos pasa desapercibida. Si fuera así, ¿hay algo que me dirías ahora
mismo?”
Cerro los ojos y permaneció
ensimismado unos minutos. Pensé, incluso, que se había olvidado de mí.
Entonces, volvió a abrirlos y dijo:
“Sí, hay algo. Es algo que ya has
escuchado antes y aun así parece que te conviene volver a escucharlo: Ama y haz
lo que quieras”.
Di un respingo, pues ese era el “mantra”
que llevaba repitiéndome desde que comencé a organizar el viaje a la India. “Ama
y haz lo que quieras” era también la frase que más me impactó de todo el
temario de Filosofía de C.O.U. Cuando la leí, pareció destacar en la hoja, como
si sus caracteres aumentaran de tamaño y se pusieran en negrita, mientras el
resto del texto se desdibujara. Me parecía una afirmación revolucionaria y me hacía plantearme tantas cuestiones...
“Entonces, ¿puedo hacer
realmente cualquier cosa?” Mi mente quería de verdad entender.
“Primero, ama”, pronunció las dos
sílabas en inglés con suma lentitud y firmeza, y volvió a cerrar los ojos como
regresando a su universo y olvidando todo lo que quedaba fuera de él, si es que
fuera o dentro tuvieran algún sentido.
Le hice una reverencia de
agradecimiento que no vio, o tal vez sí, no sé hasta qué punto una persona así
usa los sentidos para percibir, y me quedé sentada a su lado, meditando lo
que acababa de ocurrir y observando los alrededores del templo, atestado de
gente, bullicio, colores.
Quizás el orden de los factores
sí altera el producto. Quizás no es “haz cosas buenas y serás bueno”, sino, “sé
bueno y no podrás más que hacer cosas buenas”.
Y ¿qué sería “ser bueno”? A lo
mejor, bueno o malo no son los términos adecuados, pues están sujetos a miles de
interpretaciones. Ni San Agustín ni este hombre hablaron de bueno o malo, sino
de Amor. Igual, simplemente se trata de Amar.
Y ¿cómo puede uno Amar, así, con
mayúsculas?, me preguntaba yo misma
Tal vez -me respondía mi sabia
voz interior, esa que habla cuando yo me callo- se trata solo de dedicarse a
ser uno mismo, de ser fiel a la esencia primigenia, de estar conectado con lo
más profundo.
Y eso ¿cómo se hace?
Estando en silencio, en quietud,
PARANDO el ritmo para observar y escuchar, y así empezar a distinguir el ruido
interno del externo y, al fondo de todo, detrás de todos los ruidos, la Voz del
alma. Y escucharla, sentirla, impregnarse de ella, dejarse habitar por ella. Y,
a partir de ahí, descubrir qué surge hacer.
Y esto, una y otra vez, una y
otra vez, en un proceso constante porque la Voz, ante los ruidos, se oye más
débil, y los ruidos siempre están.
¿Siempre?
“No lo sé”, dijo de repente el
anciano como si hubiera podido escuchar mis reflexiones. “No lo sé porque aún
no he llegado más allá en el viaje. ¿Te animas a hacerlo tú?”
Sonreí y pensé en todo el camino
que me quedaba por delante.
*Imagen cedida por Eduardo Blanco, tomada en su viaje a la India.
(Gracias, Eddie)
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