Seguramente,
hasta hace unos meses todos los días se parecían mucho para Melinda en su
restaurante en Molyvos. Mirando imágenes de “The Captain’s Table” en Internet, no
puedo evitar recordar la película de Mamma Mia. Todo parece tan amable, tan
bello, tan mediterráneo… El escenario perfecto para una historia romántica,
sencilla, sin grandes pretensiones, más allá que disfrutar del lento paso de
las horas de verano.
Pero
esta historia no sale de una factoría de ficción, aunque parezca diseñada por
una mente sórdida y brillante, con ganas de impresionar a crítica y público.
Esta
historia comenzó hace mucho tiempo, de hecho, es tan antigua como el hombre, o
al menos tanto como su miedo y su soberbia.
Quiero tu oro, quiero tu obediencia,
quiero que adores a mi Dios -al que ni yo mismo sé honrar-, quiero que te
parezcas a mí, pero sin brillar más que yo. Temo tus represalias, temo tu
mirada, no me gusta el color de tu piel, no entiendo tu lengua –seguro que
estás tramando algo contra mí-.
Quiero grandeza, imperios, sedas
cubriendo mi piel, palacios en los que morar y pirámides donde dormir para
siempre. Y lo quiero a costa de lo que sea.
Y yo te odio por esclavizarme para
construir tu imperio, por explotarme para conseguir tus joyas, por maltratarme,
ignorando mi humanidad sagrada y olvidando la tuya.
Y
estos odios y estos miedos son hoy menos evidentes que en el principio de los
tiempos, pero están. Son hijos, nietos y bisnietos de aquellos que iniciaron
las primeras guerras.
No eres como yo: te temo, te odio, te
someto.
Y
en medio de este panorama desolador, siempre el AMOR, díscolo y rebelde,
yendo contracorriente. El amor, con su locura y su ingenuidad, recuperando
almas de ese odio cegador. Porque el que es ciego es el odio, el amor es capaz
de ver donde el odio solo cierra los ojos, apretando los párpados por el miedo.
El amor VE, el amor COMPRENDE, el amor CONSTRUYE.
Y
hoy, en Molyvos, el amor se desborda cada día cuando Melinda McRostie y todos
los que colaboran con ella, tratan de ofrecer una primera mano amiga a los
refugiados que llegan (afortunados) a la isla de Lesbos, huyendo del terror y
de la muerte.
No
sé cuál fue el primer día en que su rutina dejó de ser la de preparar ricas
viandas para turistas enamorados del sol y la luz del Mediterráneo, para convertirse
en la de sacar agua, comida y mantas de donde no las había y atender a decenas,
centenas, millares de personas que llegan desesperados en pequeñas barcas desde
la costa turca, a unos pocos kilómetros de la isla.
No
sé cómo debió de sentirse, ni cuáles fueron sus pensamientos cuando ya no pudo
más y decidió que había que hacer algo. Las ONGs tardaban en llegar y, aun
presentes, su ayuda era escasa para tanta necesidad. La gente se arremolinaba
en cualquier parte, desgarrada, desesperada tras haber abandonado todo lo que
era su mundo.
Llegaban
a la isla miles de personas, tan de carne y hueso como ella, personas que hasta
antes de ayer tal vez eran tan remolones por la mañana como tú y como yo, tan
prudentes como aquel, o tan serios y trabajadores como aquella compañera de
oficina. Y hoy se despiertan sin derechos, sin dignidad, con un mar por delante
que cruzar y la nada al otro lado esperándoles.
Y
ella decidió que esa nada fuera lo más humana posible, y tratar de ofrecer un
“menú de bienvenida” que al menos constara de un bocadillo, un plátano y una
botella de agua. Y se puso en contacto con el dueño de la discoteca OXY y
montaron una carpa en el aparcamiento para dar cobijo a los que cupieran.
Y
algunas personas empezaron a ofrecerse para echar una mano. Yo les llevo
mantas, yo reparto la comida, yo organizo las filas… ¿Y mañana?
Porque
Molyvos no es más que la primera meta… luego está Mytilini, a 60 kilómetros, desde
donde partir a Europa, la vieja Europa… La meca de la libertad y el respeto,
donde todo es civismo e igualdad de oportunidades.
Y
las familias, con sus pocas pertenencias, se ponen a caminar esos sesenta
kilómetros que les acercan a una quimera y les alejan de la pesadilla. Bueno, ahora,
ya no; ahora ya casi todos pueden viajar en los autobuses que fletan las ONGs
presentes. Y otros consiguen plaza en coches de particulares que se prestan a
llevarles.
Vienen
de un horror sin sentido y les espera una pasividad sin calificativos.
Pero
entre tanto… encuentran calor y ánimos, cobijo y comida de la mano de gente que
tampoco imaginó nunca ser protagonistas de una historia con este argumento.
Melinda
y sus compañeros han formado la Starfish
Foundation. De la nada. Starfish por aquella historia de la
niña que, tras la bajamar, trataba de devolver al fondo a las estrellas de mar varadas,
para darles la oportunidad de seguir viviendo. Y cuando un adulto, enternecido
por su gesto, le preguntó para qué se tomaba la molestia pues no tenía sentido un
esfuerzo así, cuando eran millares las estrellas en la orilla… ella respondió
sin dejar su faena: para esta estrella sí tiene sentido.
He
sabido de esta historia gracias a Josepe García, profesor en mi curso de
Coaching, del que aprendí que “las presuposiciones de la mente para argumentar
una excusa sólo pueden ser desmontadas por la ACCIÓN”. Y él, dando ejemplo, tras ver una noche
más las noticias sobre los refugiados, decidió irse a comprobar con su propia
mirada lo que estaba pasando. Y conoció a Melinda y los de Starfish y colaboró
con ellos unos días, haciéndose la promesa de continuar su apoyo a la vuelta.
Y
así, organizó un evento con ponentes muy reconocidos* para dar difusión a lo
que pasa en un pequeño pueblo del Mediterráneo, y para seguir sembrando semillas
de POSIBILIDAD, de ESPERANZA y, en definitiva, de AMOR… Amor, esa energía
opuesta al miedo y que ayuda a VIVIR, en lugar de sobrevivir.
Cada
ponente sembró, a su vez, semillas de CONCORDIA, de ABUNDANCIA, de COMPASIÓN,
de ACOGIDA, de ENCUENTRO de lo distinto –pero ya no distante-
Y
hoy yo sigo su ejemplo con mi pequeña contribución. Y os presento, a quienes no
la conocieseis, la labor de Starfish Foundation. Y os animo con toda mi ilusión
a mirar hacia dentro de vuestro corazón y a sacar eso que está ahí esperando
ser compartido: una sonrisa a tiempo, una mirada de reconocimiento, una mano
amiga, una palabra reconfortante, un donativo, un “hago las maletas y me voy a
ayudarles”, un “alzo mi voz y me permito acoger al diferente y darle la
oportunidad de demostrarme que es tan digno de reconocimiento como yo mismo”.
No
reprimas tu amor, ni ese pequeño gesto que está deseando salir de ti. No será
tan pequeño cuando se una al de todas las otras gotas del océano que somos cada
uno de nosotros, dándole así la razón a Teresa de Calcuta:
“A
veces, sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar
sería menos si le faltara esa gota".
Otro
mundo es POSIBLE. Con nuestro amor al descubierto, con el gota a gota incesante
de nuestra Humanidad por encima de nuestro miedo.
¡¡¡ADELANTE, aquí y ahora!!!
La Fundación Starfish en Molyvos:
Alguien de Harvard habla de esto mismo:
El restaurante The Captain's Table:
*Mis meditaciones de hoy están plenamente inspiradas en el evento "Un lugar para personas" ideado e impulsado por Josepe García y su Instituto Impact de la mano de Instituto HUNE.
Ponentes:
Javier
Iriondo (y sus historias de gente que se encuentra al darse), Antonio Garrigues (impecable voz de la conciencia que llama a Europa a sacudirse las telarañas de su comodidad), Ramiro Calle (compasión y servicio, empezando por uno mismo), Sergio Fernández (sintonizando "Abundancia FM"), Ovidio Peñalver (y su varita mágica despertadora de conciencias y corazones),
Mario Alonso Puig (inmenso, entrañable, científico con alma y emoción), Felipe Reyes (grande y generoso) y Joaquina Fernández (certera y sintética como pocos).
Presentando
el acto y también ponentes: Anne Igartiburu (bellísima persona más allá del personaje) y Josepe García (gracias por tu don para hacernos conectar con nuestro Ferrari interno y ponerlo al servicio de un mundo mejor ;-) )
Imágenes prestadas de la web del restaurante The Captain's Table en Molyvos. Thanks Melinda and Theo!! y de la página de FB de Josepe García (gracias de nuevo)