domingo, 14 de mayo de 2017

Elige tu propia aventura

Lo que pasó ayer me recordó a esos libros de mi infancia en los que uno decidía lo que le ocurría al protagonista: “si crees que Tony sale por la puerta roja, pasa a la página 29; si quieres que lo hará por la azul, sigue en la página 32”. Así, la historia cambiaba a medida que elegías tus opciones, hasta llegar a uno u otro desenlace.

Lo que ocurrió ayer en el #BeingOneForum, me recordó que la vida es un poco como esos libros, sólo que el final se va escribiendo y modulando a la vez que tomas las decisiones y no antes.

Te cuento: El Being One Forum era un evento de 3 días al que asistirían gurús del desarrollo personal de todo el mundo. Yo tenía entrada para el sábado.

9:30: Llegó a las puertas del Recinto (que se había cambiado respecto al previsto inicialmente 3 días antes del evento) en Leganés. La cola es inmensa. Apenas avanza.

Una hora y media después, cuando la primera conferencia ya debería haber comenzado, la cola ha aumentado como al doble y casi no nos hemos movido. Pese a ello la gente está charlando, tranquila. Llegan chicos identificados como “personal” y nos dicen que no se va a poder entrar, que el primer ponente ha salido afuera a tratar de hablar a la gente allí mismo. ¿Eh, cómo? Empieza la confusión.

La fila se deshace y todos nos acercamos a la entrada. Bullicio, dudas, la gente se pregunta, nadie tiene respuestas. Al fondo, se ve a Robin Sharma subido en un escalón, hablando. No se oye nada.

Aparece más “personal” y nos dicen que hay un problema con la seguridad, que exigen el pago en efectivo de 18.000 euros y que no hay dinero y se suspende el evento.

Caos, incredulidad, y, poco a poco, se van formando dos grupos: uno, con las personas que piensan que es importante denunciar y reclamar este hecho, planean crear una página de Facebook con los afectados, ir a la Policía, etc. Otro, decide que, ya que están allí y también los ponentes, pues prosigamos como se pueda fuera del recinto. Allí se sientan, los ponentes hablan, no hay megafonía, no se oye nada.

En medio, los indecisos, como yo. Deambulo de un lado a otro, me siento más a gusto en el grupo de los que meditan, escuchan a Robin y luego a Don Miguel Ruíz Jr., pero como tengo frío y no oigo nada, decido irme.

Me vuelvo a Madrid, doy una vuelta, visito a mis sobrinas pero sigo atenta a lo que se dice del evento en las redes sociales. Hay mucha confusión, indignación y caos. Ha estado también en el exterior Alex Rovira (vaya, me lo perdí). De repente, leo en algún lado que se van a abrir las puertas. Me lo pienso y me voy al metro para volver a Leganés.

Al llegar, en efecto, las puertas están abiertas, me acredito, hay muchísimos espectadores, aunque bastantes menos de lo previsto, claro. Están escuchando a Anita Moorjani (la principal razón de mi presencia allí) y a Emmanuel Dagher, a quien no conocía.

Más tarde, me entero por una amiga de que Antonio Moll -el organizador- había salido a la calle al final de la mañana a explicar que no tenía dinero y que le pedían 80.000 euros para abrir las puertas. Que él ya no sabía qué hacer, que la situación le había superado.

No sé si fue él mismo u otra persona quien propone en ese momento hacer una colecta. Evidentemente, entiende que mucha gente no va a querer poner ni un duro más para esta rocambolesca situación, pero aun así, se colocan unas cajas de cartón y, quien quiere, dona la voluntad. El caso es que finalmente, las puertas se abren y entra el público y los ponentes.

El presentador suplente (la titular había dimitido por la mañana) propone que quien desee expresar lo que siente, suba al escenario a dirigirse a Antonio. Y al parecer lo hacen varias personas, con mayor o menor intensidad emocional. El organizador termina llorando, pidiendo perdón y manifestando su buena intención por encima de todo.

Empiezan las conferencias. El evento tiene lugar. Ni en la forma ni con el contenido previsto. Y ahí reside la magia.

Esto fue lo que ocurrió, según te puedo contar yo, con lo que presencié, lo que oí, lo que leí, lo que me contó esta amiga. ¿Cómo interpretarlo? Cómo TÚ ELIJAS.

Lo que yo viví fue un verdadero seminario práctico de crecimiento personal.
Viví mis emociones y sensaciones. Observé mis pensamientos. Observé el presente. Tomé mis decisiones. ELEGÍ. Elegí irme, elegí volver. 

Sentí la energía contagiosa que emana de un grupo cuando cada uno de sus individuos decide fluir, decide aceptar y tomar lo que hay para avanzar.

Sentí la sinceridad de los mensajes de Anita y Emmanuel, en un contexto que había puesto patas arriba su programa. Se salieron de él con humildad y gracia, para darse con naturalidad, para hablar de verdad desde una situación nada prefabricada, sino todo lo contrario. Se abrieron a lo que la gente quiso preguntar. Y así cada ponente.

No sé qué hay detrás de lo que ha pasado. No sé si Antonio Moll es un farsante y un gran actor o simplemente un soñador que apuntó demasiado alto para una primera vez. O quizás no se rodeó de las personas adecuadas para asesorarle. No puedo saberlo. Pero elijo pensar que no hay mala intención detrás de este “desastre”. Y entiendo y respeto, también, a aquellos que elijan pedirle responsabilidades.

Sólo sé que los 100 euros de entrada, para mí, están pagados con todo lo que viví ayer, desde el momento en que me puse en la fila:

  • Con la chica venezolana, Irasema, que durante la larga espera me dio “clases particulares”, vamos, un “seminario personalizado” de cómo ir apagando las voces interiores limitantes y pasando a la acción. Parecía que me leía por dentro, la tía. Gracias, Irasema, te perdí la pista en algún momento del caos. Creo que fuiste mi ángel del día.
  • Con la gratitud por haber podido ver a Anita Moorjani, cuya inspiración en mi camino ha sido tan importante y liberadora. Y también agradecida de haber conocido a este Emmanuel Dagher, a quien pienso seguirle la pista.
  • Con la re-confirmación de que no tiene ninguna importancia que la vida no se atenga a lo que yo tenía planeado, previsto u organizado, siempre que aprenda a fluir con lo que ES. Y lo de ayer fue una lección práctica de cómo fluir.
  • Con mi decisión de “rebelarme” por un momento, sacando a esa niña traviesa (yo, “María Correcta”) y permitiéndome sentarme, así como quien no quiere la cosa en 2ª fila (y es que total ya, a esas alturas del partido).

Me quedo con mi aprendizaje, del que aún no soy del todo consciente, con lo vivido y experimentado.

Si hubiera decidido seguir al otro grupo…, si no me hubiera ido a Madrid tan pronto…, si… el camino habría sido distinto. Pero elegí uno y decidí vivirlo con presencia e intensidad. Tanto, que luego en el festival de Eurovisión me quedé frita. Pero me gustó que ganara Portugal (aunque yo iba con Chipre) Y es que no sólo de inspiración vive el hombre. 


miércoles, 3 de mayo de 2017

Ajajá

Ajajá, lo conseguí, me zafé de todas aquellas distracciones que querían alejarme de mi peral y, por fin, me siento tranquilamente a meditar en voz alta…

Ordenar, comprar, ponerme al día del correo, ver por tercera vez un capítulo de Modern Family… Ya he hablado en otras ocasiones de mi facilidad para procrastinar (aplazar, demorar lo que se ha de hacer, diferir), aferrándome a la primera excusa que se me presenta.

El caso es que no voy a dedicarle más atención al tema, ya que he conseguido, después de mucho tiempo, superarlo y sentarme a escribir. Escribir… de… ¡aaaagh, no puede ser! ¡no se me puede haber ido la inspiración en el camino de la cocina a la habitación! Desando mis pasos, a ver… 

Ya. A ver… sí, había gente que contagia ilusión y ganas de creer, de crear y de transformar las cosas. Había techos de cristal que no existen más que en la imaginación de cada uno. Había encuentros casuales que generan motivación, confianza, que te devuelven el “sí, puedo” a los labios.

Déjame pensar… También había pensamiento divergente: otra forma de mirar al mundo, otra forma de encontrar soluciones, soltando el control y dejando sitio a la creatividad colectiva, donde todas las propuestas suman y encuentran su lugar.

Algo había también de tristeza, de esa que me surge al ver que es más fácil zafarse de las excusas que de los limitantes. Que me cuesta dejar atrás la mirada crítica, el juicio y el verbo incisivo. (Ante todo, una actitud de amabilidad hacia uno mismo, repetía constantemente mi profesor de Mindfulness).

¿Qué más, qué más? Había primavera, contrastes meteorológicos, rosas en el Parque del Oeste. Y las celindas. Ah, las celindas, con su aroma suave y dulce, que me recuerdan cada mayo que enamorarse de la vida es tan sencillo…

Y un descubrimiento: se escribe meteorológico (y no metereológico, como llevaba pensando toda la vida hasta ahora mismo que he mirado el corrector del Word). Y teleférico (y no “telesférico”), ¿verdad, Sara? Para una “s” intermedia que no aspiro, va y sobra.

Todas esas cosas había en mi “bocadillo mental” en esta ocasión. (Bocadillo de los de cómic, no de los de comer, -ver ambos en la imagen-). Y más, muchas más, que se quedaron enredadas entre las excusas y no supieron volver a mi inspiración. Es el peaje que hay que pagar. Ya me di cuenta aquella vez…

Bueno, y también un guiño -en la imagen- para que se vea que hay mucho bético que sabe apreciar y honrar al adversario.


A por muchos días más como hoy, en los que la magia asoma por las esquinas.

*Foto tomada en la cumbre del Gorbea/ Gorbeia en octubre 2016. Igual no se percibe pero la botella lleva el escudo del Atlético de Bilbao.

jueves, 6 de abril de 2017

Me gusta, no me gusta.


Acabo de descubrir que vivía inmersa en un error desde hace más de veinte años. 

Y es que, recurrentemente, cada cierto tiempo pienso en el corto que antecedía a la gran película Delicatessen (1991). Bueno, lo que acabo de descubrir es que era un corto (Insignificancias) del mismo director, yo siempre pensé que era parte de la película.


Ese equívoco fue la razón de mi desconcierto, pues no terminaba de encontrar la relación entre el argumento del inicio y el del resto. Es más, llevaba todos estos años pensando que esos minutos eran la mejor parte, con diferencia, de la película. 

El caso es que hoy, una vez más, me ha venido a la cabeza esa sucesión de “me gusta, no me gusta” que Jean-Pierre Jeunet describe con genialidad. Curioseando en Internet, he descubierto la existencia del corto y lo he vuelto a ver, con esa misma mezcla de admiración, asombro y repugnancia de la primera vez. Y una vez más, han surgido mis ganas de hacer algo parecido pero en formato escrito. Salvando las distancias.

Vamos allá:

Me gusta mirar a la luna al atardecer y visualizarme atrás en el tiempo, en la azotea de la casa de mis padres, soñando cómo sería mi vida en el futuro.

No me gusta tener los pies fríos. Y no poder ponerme sandalias en la oficina en verano por el aire acondicionado.

Me gusta el chocolate negro, negrísimo, saborearlo y pensar en todo lo que he vivido durante el largo viaje desde el chocolate blanco al más amargo y puro.

Me encanta la voz de mi sobrina, sobre todo, cuando dice “tita”.

Me gusta caminar descalza, pero no lo hago casi nunca, por lo de los pies fríos.

No me gusta oír música en la playa ni en la montaña. La naturaleza ya tiene su propia música, esa sí me gusta escucharla.

Nunca he soportado el sonido de los programas de radio que retransmiten fútbol, pero amar a un futbolero ha aliviado los síntomas un poquito.

Me gustan las palabras que me recuerdan al algodón (amabilidad, ternura), las que me impulsan (frescura, posibilidad, curiosidad, valentía) y las que me serenan (rocío, alegría, calma, amanecer).

No me gustan las palabras guerreras (conflicto, chacal, saña), ni las palabras “trampa” (fama, prestigio, reconocimiento) o las palabras necias (prisa, avasallador, fraude, vago, artimaña).

Me gusta ir por la vida, como voy en el en metro: sin agarrarme y tratando de mantener el equilibrio. A veces, es tan fácil; a veces, imposible.
 
Me gusta recordar mis momentos de gloria: como cuando conseguía subir a lo alto del elefante-tobogán del Parque de los Príncipes y, después de disfrutar de mi logro unos instantes allí arriba, en el trono de los dioses, me tiraba por el tobogán.

Me gustan las tardes de verano, despreocupada, piscineando o en la playa, con una impropia pero auténtica sensación de “deberes hechos”.

Me gusta reírme a carcajadas, ocurre muy poco.

No me gusta ver tantas cosas que me disgustan en el mundo, ¿será que no miro bien?

Me gusta pensar que todo mejora cada día. 

Me divierte pensar que he tardado más de veinte años en animarme a hacer este ejercicio. Pa'unas prisas.


*Imagen prestada de Pepe Martínez en http://www.pepinomartini.com/2011/08/el-elefante.html


 

sábado, 1 de abril de 2017

Jefe de Emoción

(Aviso al lector: escuchar el vídeo de Youtube anexo puede conllevar peligrosos efectos de contagio de la canción durante días.)

Como muchos sabéis, trabajo en el área de Recursos Humanos de “una conocida empresa de telecomunicaciones”. Allí, pasan por mis manos listados infinitos de nombres y apellidos de empleados, así como de unidades de organigrama (o sea, esas cajitas que representan la jerarquía y organización de una empresa). Y encuentro cosas verdaderamente curiosas: me pregunto, por ejemplo, cómo será ser el coordinador de Penalizaciones; suena grave y serio, un trabajo aparentemente poco ameno.

Hoy, reordenando una gerencia, me encontré con la jefatura de Emoción. Imaginaos mi impresión, en medio de hojas Excel infinitas y grises, listados de siglas, códigos, denominaciones muy marketinianas, muy “pro”, neutras y vacías de sentido para mí, cuando me encuentro con una palabra que por sí sola contiene color y vida.

Jefe de Emoción… guau, eso sí tiene que ser interesante. De repente, de entre las bases de datos en blanco y negro, surgió una paleta de color, y aparecieron serpentinas, confeti, música, alegría…

Imaginé a la persona que ocupaba ese puesto, batuta en mano, dirigiendo una orquesta de colaboradores que ensayan las melodías más sublimes, para despertar cada una de las emociones en el cliente.

Jefe de Emoción…

Y entre estas ocurrencias me dejé llevar por unos instantes y fui feliz.

Algo parecido sucedió anteayer, bueno, parecido por sus efectos: de repente, sin saber cómo ni de dónde, me vino a la mente la canción de cierre(*) de la serie de dibujos animados Comando G (un saludo especial a los nacidos antes de los 80). La cantaba el grupo Parchís y era tremendamente pegadiza, tanto que hasta hoy no he conseguido dejar de canturrearla a cada momento.

El caso es que sólo recordarla me trajo el recuerdo de sensaciones olvidadas, sensaciones casi indefinibles, por lo sutiles y agradables. La sensación de ser niño, de vivir en un mundo de niños, un mundo de posibilidad y color, de magia y poder, de asombro y juego.

Y ambas situaciones me han hecho pensar.

Quiero más de esas sensaciones en mi vida, en mi trabajo, en mi día a día. Quiero reconectar con esa niña que era sencillamente feliz cuando, una vez más, el Comando G salía victorioso contra los ataques que venían de Espectra (¡mutación!, poderosa palabra).

Me encanta EMOCIONARME, conectar con la alegría más sencilla y profunda que hay en mí. Y llenar los espacios aparentemente anodinos y fríos con el eco de recuerdos que llaman a una parte muy bella de cada uno de nosotros.

Quiero ser jefa de Emociones. Jefa de Creación de Estados de Ánimo Favorables. Mi propia jefa.

La vida es tremendamente bella a poco que pongamos nuestras velas a favor del viento. Y hay cientos de detalles que actúan como resortes, despertando nuestra capacidad de disfrutarla.


¿Cuáles son tus resortes? ¡Mutación!

(*) https://www.youtube.com/watch?v=2Z7LMSFw_kg

Fotografía prestada de la web de RTVE.