Dicen que, según una antigua
leyenda india, había una vez un hombre al que algo le atormentaba y decidió pedir
consejo a un anciano y sabio guerrero, su propio abuelo:
“Me siento como si tuviera dos
lobos peleando en mi corazón: uno negro, enojado, violento y vengador. El otro
lobo es blanco y está lleno de amor y compasión. Dime abuelo, ¿cuál de los dos
ganará la pelea?
Y dicen que el abuelo respondió: “Aquel
al que alimentes”.
Otros dicen que, en realidad
respondió: “Ambos lobos son necesarios y tienes que saber alimentarlos para que
no peleen entre ellos. Si atiendes solo al lobo blanco, el negro se ocultará en
cada esquina para acecharlo cuando lo vea débil o con la guardia baja. Si ambos
son atendidos, convivirán en armonía, convirtiéndote en un hombre sabio”
Me encuentro con esta leyenda cada
cierto tiempo. Me gusta pensar que cuando lo necesito. No sé qué hay de casual
o de causal en la vida. Supongo que al elegir qué creer conviertes en cierta
una de las dos opciones.
El caso es que esta semana,
apareció de nuevo la leyenda de los dos lobos en mi camino. Y salió de su guarida mi lobo negro cuando
menos lo esperaba. Tenía hambre.
Se me ocurre que al lobo blanco se
le alimenta a base de ternura, de alegría, de abrazos, de confianza, de
autenticidad, de risas, de caricias, de escucha, de placer. El lobo negro se
nutre de coherencia, de respeto a uno mismo y sus valores, de asertividad, de
osadía para soñar y constancia para dar un paso, al menos un paso cada día
hacia esos sueños. El lobo negro requiere unos alimentos que a menudo no nos
enseñan a ofrecerle.
Un lobo negro con hambre se
vuelve rencoroso, hostil, violento, cruel… porque no tiene lo que necesita, y
es el reconocimiento a lo que tan fielmente defiende: la identidad de cada uno,
su esencia. El lobo negro custodia nuestra mejor versión, nuestros sueños
primigenios, nuestra misión en la vida. Y cuando nos aborregamos, olvidando quienes
somos de verdad, se rebela, y tal vez ante el detalle más insignificante.
Por eso, puede ser interesante
observar esos momentos en que sentimos que “nos salimos de madre”, nos
descontrolamos y luego nos arrepentimos de lo que dijimos o de nuestras
acciones. Tal vez, el ejercicio sea observar qué estábamos descuidando en
nosotros mismos para saltar así, por qué se sentía tan desatendido nuestro lobo
negro, y procurarle de nuevo su alimento y darle gracias por ser un guardián
tan eficaz de un tesoro tan valioso.
…Me quedo con estas reflexiones
mías, mientras me río internamente porque yo, a lo que venía hoy bajo mi peral,
era a hablar de los corazones de la M-30, esa multitud de corazones de colores
que aparecieron hace unos meses, dándole vida a la circunvalación madrileña.
Cada vez que los miro, me brota
una sonrisa dentro. Y lo mismo les pasa a muchos, tal ha sido el efecto de las
pintadas, que las redes están llenas de comentarios sobre ellos, tienen su hagstag
(#corazonesm30) y todo, y hasta han salido en la prensa y la TV.
Sé que una pintada es una pintada,
y posiblemente estos corazones sean un delito contra el mobiliario urbano (o
infraestructuras urbanas), pero despiertan tantas buenas sensaciones que… a mí no
me queda otra que felicitar autor, hoy por hoy anónimo, por ese regalazo que
nos ha hecho. Creo que cruzarse con ellos alimenta a nuestro lobo blanco, en
tanto conseguimos reconocer qué necesita el negro.