Acabo de descubrir que vivía inmersa en un error desde hace más de veinte años.
Y es que, recurrentemente, cada cierto tiempo pienso en el corto que antecedía a la gran película Delicatessen (1991). Bueno, lo que acabo de descubrir es que era un corto (Insignificancias) del mismo director, yo siempre pensé que era parte de la película.
Ese equívoco fue la razón de mi desconcierto, pues no terminaba de encontrar la relación entre el
argumento del inicio y el del resto. Es más, llevaba todos estos años pensando
que esos minutos eran la mejor parte, con diferencia, de la película.
El caso es que hoy, una vez más,
me ha venido a la cabeza esa sucesión de “me gusta, no me gusta” que Jean-Pierre
Jeunet describe con genialidad. Curioseando en Internet, he descubierto la
existencia del corto y lo he vuelto a ver, con esa misma mezcla de admiración,
asombro y repugnancia de la primera vez. Y una vez más, han surgido mis ganas
de hacer algo parecido pero en formato escrito. Salvando las distancias.
Vamos allá:
Me gusta mirar a la luna al
atardecer y visualizarme atrás en el tiempo, en la azotea de la casa de mis
padres, soñando cómo sería mi vida en el futuro.
No me gusta tener los pies fríos.
Y no poder ponerme sandalias en la oficina en verano por el aire acondicionado.
Me gusta el chocolate negro,
negrísimo, saborearlo y pensar en todo lo que he vivido durante el largo viaje
desde el chocolate blanco al más amargo y puro.
Me encanta la voz de mi sobrina,
sobre todo, cuando dice “tita”.
Me gusta caminar descalza, pero
no lo hago casi nunca, por lo de los pies fríos.
No me gusta oír música en la
playa ni en la montaña. La naturaleza ya tiene su propia música, esa sí me
gusta escucharla.
Nunca he soportado el sonido de
los programas de radio que retransmiten fútbol, pero amar a un futbolero ha aliviado
los síntomas un poquito.
Me gustan las palabras que me
recuerdan al algodón (amabilidad, ternura), las que me impulsan (frescura,
posibilidad, curiosidad, valentía) y las que me serenan (rocío, alegría, calma,
amanecer).
No me gustan las palabras guerreras
(conflicto, chacal, saña), ni las palabras “trampa” (fama, prestigio,
reconocimiento) o las palabras necias (prisa, avasallador, fraude, vago, artimaña).
Me gusta ir por la vida, como voy
en el en metro: sin agarrarme y tratando de mantener el equilibrio. A veces, es
tan fácil; a veces, imposible.
Me gusta recordar mis momentos de
gloria: como cuando conseguía subir a lo alto del elefante-tobogán del Parque
de los Príncipes y, después de disfrutar de mi logro unos instantes allí arriba, en
el trono de los dioses, me tiraba por el tobogán.
Me gustan las tardes de verano,
despreocupada, piscineando o en la playa, con una impropia pero auténtica
sensación de “deberes hechos”.
Me gusta reírme a carcajadas,
ocurre muy poco.
No me gusta ver tantas cosas que
me disgustan en el mundo, ¿será que no miro bien?
Me gusta pensar que todo mejora
cada día.
Me divierte pensar que he tardado más de veinte años en animarme a hacer este ejercicio. Pa'unas prisas.
*Imagen prestada de Pepe Martínez
en http://www.pepinomartini.com/2011/08/el-elefante.html