Muchas veces me he preguntado
quién soy yo para decirle a nadie cómo vivir su vida, o para dar consejos o
fórmulas para “vivir mejor”. Y aún así he hecho gran cantidad de formación cuyo
objetivo era ése precisamente: ayudar a otros. Y, con las mismas, no he pasado
de dos o tres prácticas posteriores a cada curso, porque yo… siempre necesito
estar más formada, tener más herramientas para atreverme con algo tan delicado
como acompañar a otro en un proceso de transformación.
A menudo me he planteado cierta
dualidad: cómo voy yo a ayudar a nadie si sigo cayendo en mis “pozos negros” de
vez en cuando, si cuando llega “la noche oscura del alma”, si cuando llega mi
invierno y me quedo sin hojas, me sigo creyendo que esta vez va a ser para siempre
y no voy a saber salir.
En realidad, ese es el susurro de
una de mis voces interiores, y es cierto que hay otras que callan, seguras de
que esto no es más que una etapa más del camino, y, posiblemente, una etapa tras
la que recogeré mucho fruto.
El caso es que me sigue sorprendiendo
cuando algunas personas me dicen que les aporto paz, que les transmito
seguridad y leerme les conecta con algo suyo interior que les da fuerza y luz.
¿Quién yo?
Y luego me río por dentro cuando
le hablo a alguna amiga de la última formación, charla o el último libro que me
ha inspirado y me dice: “pero, con tantas cosas como has leído y has hecho,
¿cómo te sigues encontrando en esos abismos tuyos? ¿sientes de verdad que has
aprendido algo?”
Cuando escuché por primera vez
esta pregunta me quedé verdaderamente fuera de juego. Luego me la estuve preguntando
yo una y otra vez hasta que fui dando con mis respuestas.
No seré una “chamana” y no sé si
he venido a este mundo a ayudar, a facilitar el cambio o a qué, pero desde
luego, me identifico totalmente con estas frases de Claudio Naranjo:
“Todos nacemos heridos por el
impacto de nacer al mundo. La mayor parte de la gente se adapta, pero el chamán
es el extremo contrario: tiene demasiado contacto con su experiencia.
Y ese descontento le lleva a que no le quede otra opción que arreglarse el
alma, encontrando en ese camino cosas que otros no encuentran."
Cuántas cosas y cuántas personas
he encontrado (y encuentro) en ese camino de arreglarme el alma. No tengo
palabras. Mi espíritu de eterna insatisfecha me lleva a ir en pos de esa mitad
del vaso por llenar, despreciando en cierta manera, todo el líquido que ya hay.
Pero el ratito que me da por ser más benévola conmigo misma y reconocer todo el
camino recorrido… lo flipo.
Cuánta sincronía maravillosa,
cuánto encuentro puramente mágico, cuanta palabra justa en el momento justo,
cuánta herramienta para mirar desde otro lugar, para apreciar, para saborear la
vida desde otro ángulo, para redefinir la propia historia, para marcar la
dirección del siguiente paso.
Con el tiempo, incluso, voy
viendo que, en el fondo, no hay nada que arreglar, que todo está bien, vamos,
todo lo bien que puede estar un ser espiritual en un cuerpo limitado, sujeto a
las coordenadas de espacio-tiempo y a la gravedad. Al menos, es como yo lo
entiendo.
Y que todo es más bien cuestión
de mantener este “traje de buzo”, que nos permite vivir esta experiencia
terrenal, en el mejor estado posible, y posiblemente, reconectar con “el cloud”,
con lo que de verdad somos, a través del silencio, la meditación, el contacto
con la naturaleza o cualquier otra cosa que nos ayude a ver con claridad lo que
de verdad importa.
Y, entre tanto, aquí seguimos,
sentándonos bajo el peral cuando nos apetece, para parar, observar, sentir y
compartir.